na forzada jubilación de la fama. Luego de un breve prólogo, donde la actriz Mia Roarke (Alexia Landau) aparece en la gloria de sus 30 años, asediada por los medios por el estreno de su cinta más reciente y cortejada por la prensa sentimental por su romance con Liam (Alessandro Nivola), un galán de moda a lado de quien se le auguran días felices (según el modelo de parejas como Angelina Jolie y Brad Pitt o Melanie Griffith y Antonio Banderas), la cinta Días sin llamado (Day out of Days, 2015), de Zoe Cassavetes, opera un salto de 10 años para mostrar el reverso de la medalla en el inclemente clima social hollywoodense.
Con un guión de la directora y de su protagonista franco-estadunidense Alexia Landau, la película explora, de modo directo y frío, sin estridencias melodramáticas ni sensacionalismo, a la manera de crónica periodística, las desventuras de una Mia Roarke a quien Annabelle (Brooke Smith), su agente artístico de muchos años, intenta convencer, con toda la sutileza posible, de la necesidad de emprender una graciosa retirada antes de la debacle que se anuncia incontenible.
A sus 40 años, a la actriz ya sólo le ofrecen, en el mejor de los casos, papeles secundarios, y de preferencia el de ser la madre de actrices no mucho más jóvenes que ella, pero capaces aún de responder en Hollywood a los tiránicos ideales de glamur y lozanía. Días de llamado es una suerte de El demonio neón, de Nicolás Winding Refn, en clave menor, un tanto costumbrista y mucho más contenida.
A la cinta la animan algunas viñetas pintorescas del sexismo ordinario en el mundo de los espectáculos. Entre ellas, destaca la que muestra a un director (Eddie Izzard) a quien Mia visita en el legendario Chateau Marmont para una entrevista. A lado de ese hombre déspota y lujurioso, exasperante en su afán por humillar a una mujer madura, el propio candidato presidencial de la extrema derecha estadunidense, con todos sus misóginos tweets reunidos, podría parecer un emblema de la corrección política. La secuencia resume a la perfección la intención central de la película: mostrar a la celebridad artística como un arma de dos filos. Un Hollywood sin piedad para las mujeres que muy pronto pierden ahí su atractivo y valor como un objeto sexual deseable, en contraste con la suerte de que gozan sus colegas varones, más valorados con la experiencia profesional acumulada y el paso de los años.
Liam, la antigua pareja de la alicaída Mia, con una trayectoria semejante a la suya, no sólo tiene todo el éxito asegurado, sino que incluso puede sentirse física y afectivamente acosado por la actriz, bajo la mirada morbosa de una prensa siempre atenta al escándalo y la degradación ajena.
Para los seguidores de las series televisivas de moda, será interesante ver con qué displicencia y abulia el engominado y tieso Vincent Kartheiser, de la exitosa Mad Men, intenta humillar a Mia Roarke, recordándole que cada arruga en un rostro se vuelve en Hollywood el tributo obligado que la mujer debe rendir a la petulancia satisfecha de quienes tienen a bien seguir dándoles trabajo en deslucidos papeles de reparto. Como muestra de que esos papeles pueden sobrellevarse con una dignidad vigorosa, la propia Cassavetes elige mostrar a una Melanie Griffith casi sexagenaria en una breve aparición como madre de Mia. Un vuelco irónico a la tiranía de la apariencia juvenil que aún prevalece en la Meca del cine. De modo similar a la radiografía que elabora Sofia Coppola en Somewhere, en un rincón del corazón (2010), la directora de Días sin llamado muestra aquí un conocimiento de primera mano de un medio artístico para ella muy familiar.
Hija del veterano cineasta John Cassavetes y de la actriz Gena Rowlands, Zoe incursiona en el difícil terreno que con tanto brío exploró su padre en la formidable Opening night (1977), sin detenerse demasiado en las obsesiones y neurosis del personaje femenino, eligiendo en cambio el tono mesurado y sobrio que exige una época sin paciencia ya para los psicodramas de inspiración teatral. En estos tiempos nuestros, la vulgaridad rampante en los medios exige representaciones nuevas.
Es preciso tomar en cuenta que el racismo y la misoginia pueden hoy legitimarse incluso como estrategias de promoción personal en una campaña electoral. Lejos del pesimismo, la cinta de Zoe Cassavetes apunta hacia una estrategia feminista de resistencia cultural, lo que no es poca cosa; sin duda mucho más que el tibio conformismo cómplice que aún impera hoy en buena parte del viejo Hollywood.
Días sin llamado forma parte de la selección del programa Talento emergente 2016 en la Cineteca Nacional. Se exhibe hoy en la sala 8: a las 15:30 y 20:30 horas.
Twitter: Carlos1.Bonfil