na de las formas de probar la suerte es con la compra de billetes de la lotería. Para los que la organizan suele ser un magnífico negocio. A finales del siglo XIII le propusieron al rey español crear una en la Nueva España, inspirada en las de los reinos de Nápoles e Inglaterra.
Así nació en 1770 la Real Lotería General de la Nueva España, cuyo primer sorteo se llevó a cabo en mayo de 1771. Una década más tarde, el virrey Martín de Mayorga otorgó al Hospicio de Pobres la primera aportación para la beneficencia pública.
Fue tal el éxito que en conventos, parroquias y colegios se copió la idea con el fin de allegarse recursos. Por su parte, el gobierno virreinal fundó la Lotería Auxiliar para Obras Públicas. Con las ganancias se redificó el Santuario Guadalupano y se concluyó el Castillo de Chapultepec, entre otros.
Con el propósito de recabar fondos para combatir a los insurgentes durante la Guerra de Independencia, el virrey Félix María Calleja estableció una lotería forzosa, que obligaba a todos los empleados del gobierno, la nobleza, el clero y el ejército a comprar billetes.
Después de la Independencia se fusionó con la Academia de Artes de San Carlos, que estaba en pésimas condiciones, y se le conoció como la Lotería de San Carlos. Con los ingresos se remozó el edificio, se adquirieron obras de arte, becaron alumnos en el viejo continente y contrataron a destacados maestros europeos.
El presidente Benito Juárez eliminó todas las rifas y loterías paralelas para dejar únicamente la Lotería Nacional, que fue elevada a rango constitucional. Sólo permitió una adicional para financiar la construcción del Ferrocarril México-Toluca.
Durante el porfiriato la lotería colaboró con recursos para algunas obras públicas, como la construcción del manicomio de La Castañeda y del Kiosco Morisco, que representó a México en ferias mundiales y a su regreso al país se colocó en la Alameda Central. Aquí celebró sus sorteos la lotería hasta 1908, en que fue trasladado a la Alameda de la colonia Santa María la Ribera, donde permanece hasta la fecha.
En 1915 Venustiano Carranza suspendió la lotería y fue hasta 1920 que Adolfo de la Huerta la restituyó con el nombre de Lotería Nacional para la Beneficencia Pública.
La Lotería tuvo distintas sedes, una fue la casona que perteneció a Ignacio de la Torre, el polémico esposo de Amadita, la hija de Porfirio Díaz, situada en Paseo de la Reforma 1. Ahí se utilizó por primera vez en el país un letrero de gas neón.
Al tomar la decisión de construirle un edificio propio, en 1934 fue trasladada provisionalmente al Palacio del Conde de Buenavista, hoy Museo de San Carlos. Se adquirieron lotes aledaños a la mansión de Reforma y se comenzó la edificación de El Moro, nombre con el que se conoce popularmente al edificio que construyó el ingeniero José Antonio Cuevas, en estilo art deco, de moda en la época.
Utilizó por vez primera un procedimiento de flotación elástica, al enterrar a 55 metros de profundidad,188 pilotes de concreto y acero. Así logró protegerlo de daños estructurales durante sismos fuertes. La obra se inauguró en 1946 y ha probado su efectividad. En su momento fue el edificio más alto de la ciudad. Por esa razón, desde el piso 14 se transmitió en 1950 la primera señal del Canal 4.
Desde entonces La Lotería Nacional edificó otras sedes, pero El Moro sigue en funciones como ícono de la institución.
En 2001 un grupo de niñas fue integrado a un ámbito que hasta esa fecha había sido exclusivamente para varones: los afamados niños gritones de la Lotería.
Después de tentar a la suerte comprando un cachito de la Lotería, caminamos unos pasos a la Plaza de la República, donde se yergue el Monumento a la Revolución. Aquí se encuentra a un costado el restaurante español Puerto Chico. Hay que botanear con un chorizo a la sidra y un queso español, mientras llega una suculenta fabada, que es una comida completa. Conviene dejar espacio para un tocinillo del cielo como postre.