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El Pueblo de San Juan de Aragón Yamirka León Martínez Estudiante de la Licenciatura en Antropología Social, ENAH [email protected]
Entre los 143 pueblos originarios reconocidos en la Ciudad de México, San Juan de Aragón es uno de los más afectados por las transformaciones de su paisaje. En la memoria de gran parte de su población habita la agricultura, la pesca y la caza de patos como actividades económicas que se llevaban a cabo en las orillas del Vaso de Texcoco; con el paso del tiempo, esto se transformó en ruido de aviones y una brutal expansión de unidades habitacionales que dieron alojo a la población, tanto del Estado de México como de la propia Ciudad. Su denominación es relativamente reciente, corresponde a una publicación del Decreto del 11 de septiembre de 1856, expedido por el entonces presidente Ignacio Comonfort. Pero sus pobladores relatan que el asentamiento inició previo a la llegada de los españoles, quienes los despojaron de la parcialidad de Santiago para convertirla en la Hacienda de Santa Ana, y para permanecer pagaban una renta al alférez Blas López de Aragón, de quien se tomó el nombre de Aragón. Actualmente, el pueblo de San Juan de Aragón se compone de cuatro barrios y dos sectores. Los barrios son San Juan Bautista, San Miguel Arcángel, Santiago Apóstol y La Ascensión, y los sectores, Sector 32 de la Candelaria, mejor conocido como “La Polanco”, y Sector 33 de San Felipe de Jesús, denominado por los habitantes del pueblo “El Piojo”. El vínculo entre todos, sin duda, es la participación en las fiestas patronales, pues a pesar de que ya no existen mayordomías, se siguen agrupando en “mesas” que son las organizaciones encargadas de recaudar lo necesario para realizar las fiestas de cada barrio. En total son siete fiestas, una por cada barrio y/o anexo, siendo una de las más importantes, la del Santo patrono del pueblo, San Juan Crisóstomo. Pero en el pueblo existe una tradición aún más representativa, que ocurre cada 5 de mayo, que es la Celebración la Heroica Batalla de Puebla. En esa fecha todo el pueblo se transforma, para convertirse por tres días en un campo de batalla entre el ejército de zuavos (franceses) y zacapoaxtlas (mexicanos); los pobladores se disfrazan de ambos bandos, sin importar edad, sexo o incluso que no sean “originarios” del pueblo. Se trata de una representación de los Tratados de la Soledad; se hace un intento de pacto entre ambos bandos, que no fructifica y provoca la declaración de guerra. Es ese momento cuando los generales de ambos ejércitos hacen el llamado a sus tropas y todos a la vez detonan sus réplicas de rifle. Esta fiesta pone a la vista la organización de todo un pueblo que, durante cinco meses, representarán a los generales que son los responsables de que la fiesta se realice. Aunque hay una base comunitaria en las festividades locales y el pueblo de San Juan de Aragón se encuentra en el listado de pueblos originarios de la Ciudad de México, tal parece que el gobierno capitalino no le da tal calidad, ya sea por no ser tan antiguo como otros pueblos de la Ciudad, o bien porque tiene una ubicación estratégica. Recordemos que en fechas recientes la construcción de la línea 6 del Metrobús causó conflicto por la ausencia de una consulta previa, libre e informada, lo que detonó que la población cerrara la avenida San Juan de Aragón (eje 5 norte). El acuerdo momentáneo con las autoridades delegacionales fue que se frenaría la construcción de unidades habitacionales y se pondría un centro de salud que a la fecha siguen esperando. De cualquier forma, el mayor reto de San Juan de Aragón es el Proyecto Nuevo Aeropuerto, que involucra gran parte de su territorio y sobre el que, hasta ahora, no han sido consultados. No cabe duda que la legislación sobre Pueblos Originarios de la Cuidad de México implica grandes desafíos, sobre todo en zonas limítrofes que se ven amenazadas por proyectos que rebasan la jurisdicción local. Las luchas de San Andrés Totoltepec Agustín Pérez Álvarez, Abraham Gregorio Álvarez, Mario Padilla Camacho
San Andrés Totoltepec es uno de los nueve pueblos originarios de la etnia nahua que se ubican en la delegación de Tlalpan en la Ciudad de México. Cuenta con una historia ancestral, con territorio e identidad cultural propia. A pesar de haber sido una comunidad de gran influencia en su momento, el haberse encontrado dentro de la demarcación de una de las capitales más grandes del mundo ha ocasionado que poco a poco se hayan ido debilitando sus instituciones tradicionales de todo tipo, como la de sus autoridades y el sistema para nombrarlas. Hoy en día el pueblo ha conservado algunas prácticas comunitarias, como las mayordomías encargadas de realizar las fiestas patronales; danzas como la de los chinelos, arrieros y santiagos; carnavales, y algunas formas de trabajo comunal o faenas. Sin embargo, como hemos dicho, las autoridades originalmente legítimas, que representaban los intereses del pueblo, se debilitaron hasta prácticamente desaparecer. El representante del pueblo, electo todavía hasta hace unas décadas en asamblea comunitaria, hoy es una figura muy cuestionada internamente por la forma en que es nombrada, por su naturaleza jurídica ambigua y por no existir claridad sobre las atribuciones con las que cuenta. Este representante, hoy conocido en Tlalpan como subdelegado o enlace auxiliar, hace muchos años hacía las veces de un juez, pues resolvía asuntos y conflictos diversos que la gente le llevaba, tanto de deslinde de tierras, como de robos, daños causados por animales y asuntos de violencia entre familiares o vecinos, entre otros. Hacía las gestiones ante las instancias de gobierno para obtener obras y servicios en beneficio de la comunidad; además, representaba al pueblo en los eventos de carácter oficial y otros actos cívicos, y acompañaba a ejidatarios y comuneros a las acciones de apeo y deslinde y sabía los límites de la zona comunal y ejidal. Era una autoridad que sus representados reconocían, respetaban y buscaban. Con la instalación de las Delegaciones estos representantes fueron transformándose en perjuicio del pueblo, pues les fueron limitando sus funciones, incluso fueron incorporados a la estructura y nómina delegacionales como servidores públicos, y responden más a las instrucciones y los intereses del titular de la Delegación en turno, que a los intereses del pueblo. Por la vía de los hechos, los pueblos se quedaron sin autoridad. Particularmente en el periodo del doctor Gilberto López y Rivas como jefe delegacional en Tlalpan (2000-2003), se eligió por primera vez a un grupo de ciudadanos, denominado “Junta Cívica”, que en adelante se encargaría de preparar la elección del subdelegado, eligiéndolo mediante mayoría de votos y sustituyendo el mecanismo anterior. Antes de esto, el representante era electo en asamblea pública y por consenso de la ciudadanía reunida; una vez electo, era presentado por un grupo de gente “grande” del pueblo a autoridades del municipio o delegación, según fuera el caso.
Desde entonces, bajo ese esquema, el pueblo de San Andrés ha padecido intervenciones ajenas a él y a sus legítimos intereses comunitarios en la elección de “representante”. El más reciente caso vivido ocurrió el 13 de junio de 2016, cuando la jefatura de la delegación de Tlalpan emitió una convocatoria para elegir a cinco habitantes del pueblo que conformarían la “H. Junta Cívica Electoral”, encargada de la organización y conducción del proceso electoral para elegir al subdelegado del pueblo, pero sólo otorgó seis días para que se organizara el mismo y eligiera a sus mejores candidatos. Así, el 19 de junio de 2016, en la explanada de la subdelegación de San Andrés Totoltepec, se llevó el proceso electoral bajo la conducción de la delegación. Ocurrieron sinfín de irregularidades y predominó la compra de votos por gente ligada a partidos políticos. La jornada concluyó con la elección más cuestionada en el pueblo. Cansados de esta situación, cerca de 260 habitantes del pueblo nos dimos a la tarea de impugnar todo este proceso de elección ante el Tribunal Electoral del Distrito Federal, por no ser una figura nacida del mismo, sino impuesta desde fuera. Una figura que lo único que ha hecho es desgastar a la comunidad con tantos procesos electorales. Estamos solicitando al Tribunal que reconozca nuestro derecho como pueblo originario a ejercer la autonomía para nombrar a nuestras autoridades en la modalidad y bajo los procedimientos que así determine. El caso está en trámite, pero será fundamental que la primera Constitución de la Ciudad de México reconozca este derecho esencial que tenemos de conformidad con la propia Constitución Federal y los tratados internacionales en materia indígena.
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