Madrid

¡Ahí salgo yo! Fátima se reconoce en la gran pantalla. Aunque nunca ha ido al cine, uno de los cortometrajes donde aparece se exhibe ahora en el festival de cine de Cañada Real, el mayor asentamiento de vivienda irregular de Madrid. De grande quiero ser actriz, dice la pequeña de nueve años.

El séptimo arte llegó esta semana por primera vez a esta barriada, compuesta de miles de viviendas ilegales que flanquean Cañada Real, una de las vías por las que antiguamente el ganado recorría España. En ella viven ahora más de 8 mil personas, la mayoría, de escasos recursos y en la marginalidad.

No me gusta que mis hijos crezcan aquí, pero al menos ahora pueden venir a ver películas, cuenta Jamila, una joven madre marroquí, tras dejar a sus retoños de cinco y seis años en uno de los locales donde se proyectan los filmes.

Es media tarde y el sol abrasador de un insólito septiembre madrileño cae sin piedad sobre las calles sin asfaltar. Aquí, los niños juegan entre hierros y cartones. Sus oportunidades son escasas, pero desde hace un lustro participan en talleres de música y audiovisuales, de los que ha surgido la primera edición de este festival, que toma su nombre de la extensión del asentamiento: 16 kilómetros.

Queríamos contar a las familias lo que sus hijos están haciendo y, al mismo tiempo, traer un pedacito de cultura a Cañada, explica Juan Merín, director de la Fundación Voces e impulsor del festival.

El resultado, que se proyecta estos días en Cañada Real y también en la Cineteca del Matadero, de Madrid, uno de los centros culturales en boga de la capital española, son cortometrajes como Superhéroes de Cañada, en el que una suerte de supermán se enfrenta a un villano cuyo plan es construir pisos de lujo en el asentamiento, o Rapeando jardines, una película de poco más de cinco minutos en la que un grupo de niños narra a ritmo de rap cómo se ha transformado una sucia explanada en un jardín.