on el nombre de compulsión por repetición
definía Sigmund Freud –el padre del sicoanálisis– la propensión de algunas personas a recrear una y otra vez situaciones adversas o desagradables. El anuncio dado a conocer ayer por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), con el cual se informa de un nuevo incremento a la gasolina y al diésel en el país, y se dice que esta alza será la última del año, quizás produce en el ciudadano la impresión de ser víctima del trastorno freudiano.
En efecto, la (infausta) novedad de un aumento en los combustibles, y la promesa de que al menos a corto plazo no le seguirían otros, ya le había llegado a la población en agosto y también en julio. Pero no se trataba de un solo incremento anunciado con mucha previsión, sino de tres diferentes y sucesivos. Y si se recuerda que a fines de 2015 el organismo hacendario había comunicado que al culminar ese año también cesaría la política de subir las gasolinas mensualmente –práctica que partía de la premisa de que muchos golpecitos se soportan mejor que un golpe severo–, la sensación de estar recreando un mismo hecho se vuelve incómodamente cercana.
Entre las numerosas y complicadas explicaciones dadas para fundamentar los aumentos, las autoridades del sector hicieron notar que un incremento en las gasolinas no afecta, por definición, a quienes no tienen automóvil, lo que demuestra que un buen razonamiento puede abolir la existencia del transporte público. Pero como nunca se sabe de dónde pueden surgir los argumentos en contra, fue Enrique Guillén, presidente de la Cámara Nacional de la Industria de Transformación (Canacintra), quien se encargó de hacer notar que la gente de a pie
también resiente que los combustibles cuesten más.
Advirtió el empresario que la nueva alza impactaría en el transporte de personas y mercancías y que los industriales se esforzarían para que no se trasladara a los precios; pero al señalar que el sector sufre fuertes presiones
dejó entrever que esos esfuerzos no están destinados a ser muy exitosos. En suma, que el costo de la vida va aumentar por la sencilla razón de que las gasolinas subieron de precio. Nada nuevo, pero todo muy inquietante.
Tal vez para aprovechar la coyuntura, la Comisión Federal de Electricidad notificó que las tarifas para los sectores industrial y comercial reportaban, para este septiembre y en relación con el mismo mes del año anterior, incrementos que promedian 7.5 y 9 por ciento, respectivamente. En este caso nadie salió a decir que los aumentos no afectarían a la gente que no tiene empresas, porque resulta muy previsible que quienes sí las tienen no se tentarán el corazón a la hora de remarcar sus productos o encarecer sus servicios para compensar el alza.
Todo esto, visto en conjunto, conduce a preguntarse dónde residen los avances que acarrearía la reforma energética, observación que como están las cosas puede hacerse extensiva al paquete de iniciativas aprobadas en su momento por la administración de gobierno. Y así, a primera vista, dichas ventajas no se encuentran por ningún lado.