Opinión
Ver día anteriorMiércoles 24 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Fernando Césarman, un visionario
H

ace más de medio siglo apareció un libro, Ecocidio. Título más bien alarmante y no muy comercial. Su autor, el médico siquiatra y sicoanalista Fernando Césarman, presentó el manuscrito a Joaquín Diez-Canedo, fundador y entonces patrón de la editorial Mortiz, a principios de los años 60 del siglo pasado, década de irrupción de la ecología. Fernando fue uno de sus pioneros, en México el primero de ellos, y don Joaquín, siempre en busca de nuevos talentos, pero también descubridor de visionarios, él mismo editor clarividente, se percató de la imperiosa necesidad de publicar Ecocidio.

En la época, la inquietud por el deterioro del medio ambiente era un asunto restringido a una minoría de espíritus lúcidos, no raras veces acusados de profetas del desastre. El planeta parecía inagotable de riquezas y recursos naturales, verdadero cuerno de la abundancia a la libre y gratuita disposición de los hombres. El despilfarro era moneda común. La destrucción del ambiente, extinción de especies animales como de vegetales o desecamiento de lagos y lagunas, desertificación de bosques, era la conducta irresponsable de una población que consideraba el planeta para su uso y goce exclusivos sin prever las consecuencias. La última de las cuales es la destrucción de la Tierra y, con ella, de los hombres.

Sin embargo, desde épocas remotas, la cuestión de las relaciones entre los seres vivos y el medio ambiente era un tema esencial para filósofos y pensadores. Heráclito nos dice que nunca veremos la misma agua pasar ante nuestros ojos si miramos el flujo de un río. Sin duda, su meditación es más bien sobre el Tiempo que sobre la ecología. Sin embargo, su pensamiento es ecológico. Aristóteles y Teofrasto estudian las relaciones entre los animales y el medio ambiente. Lucrecio escribe De natura rerum. Escrito ecológico de un extremo al otro, aunque su autor no haya sido un militante de un partido verde. Jesucristo dice: “Mirad los pájaros de los campos, no siembran ni cosechan…” Cristo habla la lengua ecológica y, por ello mismo, termina en la cruz.

La preocupación por la naturaleza hace de Humboldt el precursor de la exploración científica, gracias a la cual se clasificarán 20 mil especies vegetales a principios del siglo XVIII, 40 mil en los albores del XIX y 400 mil en la actualidad. La pregunta es: ¿el número de estas especies descubiertas seguirá en aumento, o la depredación abusiva, sin límites, de los hombres, provocará su disminución?

Así, a la hipótesis Gaïa (nombre griego de la diosa Tierra) de James Lovelock, quien considera al planeta como un macroorganismo individual, donde los seres vivos intervienen en la vida y conservación de ese todo en una coexistencia equilibrada y una correlación de equivalencias mutuas, se opone la reacción del paleontólogo Peter Ward, quien desarrolla la hipótesis Medea, según la cual la biosfera tendería a volver a ser dominio de organismos microbióticos y unicelulares a causa de las tentativas suicidas tales como las extinciones de masa.

Estos descubrimientos, estudios y experiencias científicos, en la época aún reservados a especialistas, van a pasar al dominio público a partir de la explosión de la primera bomba atómica en el desierto de Nuevo México el 16 de julio de 1945. Oppenheimer, director del Centro Los Álamos puede estar satisfecho: el experimento es un éxito.

El hombre comprende, al fin, ante el horror de Hiroshima y Nagasaki, que el planeta puede ser destruido por él mismo y desaparecer junto con su medio ambiente.

El concepto de crimen de ecocidio es analizado y discutido desde 1947 para preparar el código de crímenes contra la paz y la seguridad de la humanidad. Los diagnósticos actuales sobre el estado de salud del planeta deberían llevar a considerar las agresiones graves al ambiente como crímenes de lesa humanidad, raíces de un genocidio total. No significa otra cosa el término ecocidio utilizado por Fernando Césarman para titular un libro visionario.