n una fotografía memorable, tomada el día de la inauguración de la exposición Toulouse-Lautrec en el Palacio de Bellas Artes, aparece el titular de la Secretaría de Cultura federal, Rafael Tovar y de Teresa, acompañado por María Cristina García Cepeda y Miguel Fernández Félix, visto de frente junto a Magdalena Zavala Bonachea, coordinadora de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes.
En la alocución que Tovar pronunció ese día, hizo un paralelo muy interesante entre el pintor, dibujante, grabador y cartelista que padeció toda su vida de una innegable deformidad. Aunque no era propiamente enano, se ha exagerado, medía 1.50 metros, pero su cabeza parecía enorme en relación con el resto de su corporeidad, debido a que las piernas eran cortas en parte por su condición hereditaria y a caídas de caballo en su infancia, al menos eso se ha dicho.
Fue vástago de una familia no sólo aristócrata, sino adinerada y el escritor Marcel Proust, adorado por gran porción del público lector en eodo el mundo, afecto a adentrarse en el terreno de las letras y las humanidades, procedente de una famila no proletaria de ningún modo, pero sí de una burguesía media.
Proust, quien hizo de la memoria involuntaria el eje de sus investigaciones, convirtiéndose en virtud de su enorme fortuna crítica producto de la valía de sus aportaciones, junto con James Joyce, en uno de los máximos héroes de la literatura del siglo XX mediante sus recreaciones de un mundo, como el de Guermantes, donde privan principescos personajes, los salones en competencia, los encajes, la descripción de paisajes, los amores directos o clandestinos y (yo creo) que más que todo el placer que a decenas de miles de personas ha proporcionado su lectura, al grado de que uno de los actuales escritores noruegos de más éxito, Karl Ove Knaussgard, autor de una biografía en seis volúmenes de los cuales han aparecido ya cinco, titulada My Struggle, que no tardará en conocer traducción al español, la que existe en inglés fue hecha por uno de los máximos maestros en esa lengua, apasionado del estilo de Knausgaard, que podría calificarse de siempre presente en todos los momentos sin dejar por ello de basarse totalmente en experiencias vividas y en pensamientos que con frecuencia arrojan asociaciones metafóricas.
Dicho traductor es el británico Don Bartlett, quien se ha especializado en el estudio de novelas, poemas y ensayos escritos en sueco, noruego y danés. La lucha de Karl Ove es encontrar el modo de escribir, hasta lograrlo desde las propias experiencias. Vale esta disgresión debida a la opinión de los expertos, que lo consideran un Proust del siglo XXI.
El hecho de que Proust, quien se apasionó y hasta tradujo a John Ruskin, para lo cual hubo de aprender inglés, algo que hizo con suma tenacidad ayudado por su madre, al parecer sin haberse percatado del todo en que Ruskin y Whistler tuvieron enorme controversia que llegó a los tribunales.
El pintor preferido de Proust pudo haber sido Whistler (1834-1903), o al menos eso cree, al identificar las fuentes de algunos de los personajes creados por Proust, en este caso el del pintor Elstir. Whistler no sería el único modelo, pero sí, debido se dice a la fonética de su apellido, uno de los modelos junto tal vez con Monet y sobre todo con el poco conocido Helleu, de los que se sirvió Proust para la creación de ese personaje que responde también a otros modelos proporcionados por personajes de la Belle Époque.
La exposición de Toulouse-Lautrec, que murió a los 37 años dejando, pese a su corta vida, un legado formidable de gráfica, pinturas al óleo mezclado con pastel y 30 posters que están entre lo más preciado que se ha hecho en este medio, ocupa las salas Justino Fernández y Westheim del Palacio de Bellas Artes. Precisamente porque se trata primordialmente de gráfica, no hay que perdérsela por ningún motivo.