n día cualquiera se puede llegar a un restaurante y pedir un aperitivo, digamos algún tequila, y encontrar que su aroma es inusual, generalmente acentuado por el olor y el gusto exacerbado a alcohol. También es posible que el contenido de la copa sea más bien inodoro y su sabor más cercano al agua que a una bebida de agave. En ocasiones los cambios pueden ser casi imperceptibles, especialmente para las personas que no son conocedoras de una bebida en particular, lo cual es muy común en los jóvenes que acuden a fiestas donde hay barra libre
. La distribución de bebidas alcohólicas adulteradas podría estar alcanzando proporciones epidémicas en nuestro país. Hay cada vez menos establecimientos en México que se salvan de este negocio criminal con el que unos pocos acumulan ganancias extraordinarias poniendo en riesgo la salud y la vida de millones de personas.
Hace algunos días tuve una reunión en un bar, un establecimiento que tiene muchos años situado en las cercanías de la avenida Insurgentes, donde los comensales pueden disfrutar de los partidos de futbol, además de charlas animadas con amigos y las mesas de dominó. La calidad de los alimentos es en general buena y los precios no son bajos, pero son razonables. Al llegar pedí un tequila para iniciar la comida y la charla con las persones que habíamos sido convocadas a esa reunión.
De inmediato noté un sabor muy extraño en la bebida elegida, cuyas características conozco muy bien desde hace muchos años. Un pequeño sorbo bastó para darme cuenta de que era cualquier cosa menos la marca elegida. Repetí la operación, el olor a alcohol era exagerado y el sabor estaba muy lejos de mis expectativas. Llamé al mesero y de manera amable pregunté si no se habría equivocado y quizá me hubieran servido una bebida distinta a la que yo había pedido. El empleado, quien al principio se comportó como si le hubiera hecho una gran ofensa, me dijo con gran seguridad que no había error alguno y ofreció traer la botella a la mesa. Con varios años de experiencia acumulada acepté el reto y, efectivamente, se trataba de dos bebidas completamente distintas en color, aroma y sabor... Pero además, ni siquiera la bebida servida directamente del envase era, en mi opinión, auténtica.
Este es sólo un ejemplo de lo que pasa cotidianamente en muchos restaurantes y bares en México. Sitios en los que la calidad de las bebidas comienza siendo buena, pero que con el paso del tiempo ocurre una especie de relajamiento que permite que se cuelen productos de procedencia más que dudosa que llegan a los consumidores. Pero no se trata de un descuido inocuo, pues esos productos espurios pueden tener efectos muy nocivos en la salud humana.
Algunas de las sustancias con las que se realiza la sustitución de una bebida genuina son el agua azucarada, metanol o etilenglicol, como lo ha documentado ampliamente el grupo de Kristín Magnúsdottir en la Universidad de Islandia. La Organización Mundial de la Salud ha advertido en varias ocasiones sobre los riesgos que representa la ingestión de bebidas adulteradas, las cuales pueden provocar no solamente dolor de cabeza, sino además daños en el sistema nervioso y en varios órganos, como el riñón y el hígado. De acuerdo con la dosis ingerida, pueden causar ceguera o incluso la muerte. Así que en este caso no se trata de un juego
con el que alguien se hace de unos cuantos pesos. Se trata en realidad de un caso de corrupción criminal.
En México se han hecho algunos esfuerzos para combatir la adulteración de bebidas alcohólicas que incluyen reformas legales que imponen restricciones para la venta de alcohol etílico y metanol, y se han incrementado las penas para quienes adulteran las bebidas, pero esto es a todas luces insuficiente, pues cualquiera puede constatar, incluso en lugares con un cierto prestigio, esa práctica.
Es evidente que detrás de ellas se encuentran bandas criminales con gran poder. Pero los efectos nocivos pueden reducirse si los propietarios de los establecimientos donde se expenden licores actuaran con mayor responsabilidad y las autoridades intensificaran la vigilancia... Para los consumidores es muy difícil defenderse, pues nadie va a un restaurante o a un bar cargando un espectrómetro para realizar un análisis.