De la memoria del gusto
n una Encuesta Nacional de Salud hecha en 2012 sobre una muestra de casi 11 mil familias se dice que la dieta de los mexicanos es de mala calidad, excedida al doble en bebidas azucaradas y productos con alta densidad energética, y muy bajo consumo de cereales, leguminosas, frutas y verduras, también se anota que sólo 14 por ciento de niños de cero a cinco meses de edad se alimentan exclusivamente con leche materna y se consigna la opinión de una ejecutiva del Fondo Nestlé para la Nutrición en el sentido de que persiste la anemia entre los prescolares. (La Jornada-20/11/13) Nada nuevo entonces ni diferente de hoy. Pero las generalizaciones sin matices suelen ser mensajes sesgados con un determinado fin, como sería el de colocar ciertos productos industriales y eliminar otros que están vinculados con la memoria del gusto de los pueblos. Tal como se reveló no hace mucho en Malasia, cuyo gobierno decretó eliminar de las escuelas el nasi-lemak (arroz cocido en leche de coco, servido con un huevo estrellado, anchoas y pasta de chile) sin tocar las hamburguesas y otras frituras occidentales que, con las bebidas embotelladas, la computadora y la televisión son las verdaderas culpables de la obesidad y malnutrición, según acusaron con razón los malasios de todos sectores y edades, entre los cuales la Liga de Consumidores Musulmana que además calificó al gobierno de racismo, haciéndolo recular entre todos.
Un análisis más justo sobre la dieta de los mexicanos distinguiría la de las clases medias urbanas, entre los cero y los cuarenta años, como de mala calidad en 90 por ciento; y de buena calidad en la misma proporción, la de los mexicanos de cero años a fin de vida asentados en zonas rurales con acceso a tierras para la producción campesina excedentaria y gozando de mayor marginación respecto a los productos de la industria de comestibles. Un análisis serio encontraría asimismo que en esta última población los recién nacidos y hasta los dos años se alimentan casi exclusivamente de leche materna y después durante tres años más siguen siendo lactantes y acceden a las tortillas, los frijoles, verduras y frutas, concluyendo que es gracias a su dieta que los pueblos originarios se caracterizaron durante milenios por su estructura ósea sólida y fuerte musculatura carente de grasa, cuyos hombres y mujeres desempeñaron siempre tareas de resistencia, con capacidad para transportar pesadas cargas hasta bien entrada la tercera edad. Calidades que sólo tres causas pudieron degradar: la reducción a servidumbre sin recibir en compensación una alimentación suficiente y adecuada, la expoliación de sus fuentes naturales de recursos y la introducción en sus comunidades empobrecidas de los comestibles que ahora resultan ser la dieta de los mexicanos (¡!)
Pues no, señores encuestadores, la dieta de los mexicanos está en lo que comían y quisieran seguir comiendo, no en lo que los obligan a ingerir gobierno e industria de comida más o menos chatarra, como son los sustitutos de leche materna y de leche para recetas de cocina salada o dulce de la marca opinadora. Déjennos la opción de alimentarnos empleando nuestra memoria del gusto y el olfato: la de la leche materna y la piel de la madre, de los platillos de la infancia y las calles del barrio o el pueblo, la de las tortas de media mañana en la época escolar y el olor de los primeros amores, la de los días de campo en familia y los antojitos en las festividades religiosas o cívicas, la de los viajes a través de la República. Dejen a este pueblo dirigir nuestro destino alimenticio, en vez de andar gastando el erario en enviar sedicentes embajadores gastronómicos al extranjero y provocando, si no irritación en la gente normal, pena ajena. Porque de otro modo, señores del gobierno y de la industria nacional y trasnacional de la ingesta humana, la lucha liberadora vendrá del fondo del estómago y a través de todos los sentidos de los mexicanos, ya no solamente de su consciencia de clase oprimida.