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Perú La tumba del relámpago (fragmento de novela) Manuel Scorza Capítulo 26 Marchaba por entre una vasta muchedumbre colérica, y se sentía solo. ¡Cuánto lamentaba carecer de la guía de una experiencia! El marxismo que conocía, y ahora le pesaban sus precarias lecturas de manuales, los compendios históricos que él había leído noticiaban de la Revolución de Febrero de San Petersburgo o de la toma del Instituto Smolny, pero nada decían sobre el papel del “proletariado quechua que esperaba su Lenin”. Era una frase del venerable maestro L. E. Valcárcel. Escribió a un amigo de la Universidad de Trujillo, dirigente de la juventud comunista, que a vuelta de correo le envió un folletito que, en realidad, era un calco de un texto de Lenin sobre los Kulaks. En un periódico trotskista leyó un artículo sobre el movimiento campesino de Pasco. ¡Por lo menos los trostskistas advertían la importancia de la agitación campesina! Pero concluían transcribiendo –-¡para comuneros en su mayoría analfabetos!– una proclama que Trotski, supo después, lanzó en San Petersburgo en 1917. El único aporte era que en lugar de “mujicks” escribían “comuneros”. Releía su gastado ejemplar de los Siete ensayos de la interpretación de la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui. Por desgracia, el más grande pensador marxista de América Latina había muerto a os treinta y cinco años. “El pecado original transmitido de la Colonia a la República es haber querido constituir una sociedad y una economía peruana sin el indio y contra el indio”. Por enésima vez releyó el prólogo de Mariátegui al Amauta Atusparia de Reyna. “El indio, tan fácilmente tachado de sumisión y cobardía no ha cesado de rebelarse contra el régimen seudofeudal que lo oprime bajo la República como bajo la Colonia. La historia social del Perú registra muchos acontecimientos como el de 1885; la raza indígena ha tenido muchos Atusparia, muchos Ushcu Pedro. Oficialmente no se recuerda sino a Túpac Amaru, a título de precursor de la revolución de la independencia, que fue la obra de otra clase y la victoria de otras reivindicaciones. Ya se escribirá la crónica de esta lucha de siglos. Se están descubriendo y ordenando materiales.
“La derrota de Atusparia y Ushcu Pedro es una de las muchas derrotas sufridas por la raza indígena. Los indios de Ancash se levantaron contra los blancos, protestando contra los ‘trabajos de la República’, contra el tributo personal. La insurrección tuvo una clara motivación económico-social. Y no es el menor mérito de Reyna el haberla hecho resaltar, en primer término, al comienzo de su relato. Pero, cuando la revuelta aspiró a transformarse en una revolución, se sintió impotente por falta de fusiles, de programa y de doctrina. La imaginación del periodista Montestruque, criollo romántico y mimetista, pretendió remediar esta carencia con la utopía de un retorno: la restauración del imperio de los incas… El retorno romántico al imperio incaico no era como plan más anacrónico que la honda y el rejón como armas para vencer a la República. El programa del movimiento era tan viejo e impotente como su parque bélico. La insurrección de Huaraz, sin el programa de ‘El Sol de los Incas’, había sido una de las muchas sublevaciones indígenas, determinadas por un rebasamiento del límite de resignación y paciencia de un grupo de parcialidades…”. “Las reivindicaciones campesinas no triunfaron contra la feudalidad en Europa, mientras no se expresaron sino en las jacqueries”. Triunfaron con la revolución liberal burguesa, que la transformó en un programa. En nuestra América española, semifeudal aún, la burguesía no ha sabido ni querido cumplir las tareas de la liquidación de la feudalidad. Descendiente próxima de los colonizadores españoles, le ha sido imposible apropiarse de las reivindicaciones de las masas campesinas. Toca al socialismo esta empresa. La doctrina socialista es la única que puede dar un sentido moderno, constructivo, a la causa indígena, que, situada en su verdadero terreno social y económico, y elevada al plano de una política creadora y realista, cuenta para la realización de esta empresa con la voluntad y la disciplina de una clase que hace hoy su aparición en nuestro proceso histórico; el proletariado”. ¿Era posible? Se cruzó con la inescrutable procesión de hombres, de mujeres y de niños sobrecargada de bultos que caminaban hacia la plaza Chaupimarca. ¡Familias emigrantes que retornaba a sus pueblos! Al llegar comprobarían que durante sus ausencias, la población había aumentado, la tierra empequeñecido. Pensó en Remigio Villena. El obstáculo más áspero que encontraba, decía Villena, eran los odios de las familias separadas por las disputas de tierra. “Mi propia familia, doctor, está dividida por esas peleas”. “El término ‘gamonalismo’ no designa sólo una categoría social y económica; la de los latifundistas o grandes propietarios. Designa todo un fenómeno. El gamonalismo no está representado sólo por los gamonales propiamente dichos. Comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos, etcétera. El indio analfabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo”, reflexionaba Mariátegui. ¡No siempre! Recordó su conversación con los delegados de la comunidad de Chinchán. Saturnino Inocente, el hombre que preparaba la recuperación de sus tierras, era un ex sargento de la Guardia Civil. El Prefecto de Pasco, que se sentía sobrepasado por los acontecimientos o intuía la tormenta, solicitó al Puesto de la Guardia Civil de Huariaca una relación de los hombres en quienes, en caso de emergencia, la Autoridad podía confiar. En Chinhao, la lista la encabezaba Saturnino Inocente. El Jefe de Puesto de Huariaca lo visitó discretamente. El señor Prefecto de Pasco quería hablarle. ¿A mí? A usted mismo, mi sargento. ¿Se puede saber por qué? El señor Prefecto se lo dirá personalmente, mi sargento. –Señor Inocente: lo convoco a mi despacho porque el Departamento de Pasco vive una situación muy delicada. Agitadores que el Supremo Gobierno tiene la más firme intención de reprimir, provocan un artificial clima de subversión en las comunidades indígenas. Entiendo que usted fue miembro distinguido de la Guardia Civil. –Serví diez años, señor Prefecto. –Usted salió del servicio con una hoja limpia, señor inocente. Un hombre como usted no puede permaneces insensible ante el socavamiento social. En nuestro departamento se aproximan momentos difíciles. En ese caso, ¿puede la Prefectura contar con sus servicios? -¿En qué podría ser útil, señor Prefecto? -Mi Despacho necesitaría saber detalladamente lo que ocurre en su comunidad y saber quiénes son y en qué se ocupan los elementos levantiscos. Nosotros tenemos quien nos informa, pero debemos confirmar. –Si no es confidencial, ¿se puede saber quién le da los informes, señor? -El comerciante Cirilo Mendoza. Pero como no es comunero, no asiste a ciertas reuniones. Ahí es donde usted puede servirnos. –¿Hay otros elementos confiables, señor? –La familia Vega es muy pegada al orden, colabora. Y así el ex sargento Saturnino Inocente regresó a Chinchao con la lista de los confidentes de la prefectura. –¿En cuánto tiempo crees, Saturnino, que las autoridades convencerán al pueblo? –preguntó Genaro Ledesma. –Salvo a los amarillos, en Chinchao no se necesita convencer a nadie, doctor. Le informó que durante el conflicto con la hacienda Pucuruhuay, que databa de 1900, la comunidad había padecido cinco masacres. La última, en 1925: dieciocho muertos. -Ustedes terminan la cosecha en agosto. ¿Podrían actuar en octubre? –¿Hay fecha fija? –No. La forma y la oportunidad de la recuperación la decidirá cada pueblo. Lo único que necesitamos es que ataquen en octubre. Sin querer, Ledesma se estremeció. Ahora, cada vez que miraba calendarios le parecía ver “octubre” escrito en letras luminosas, especiales. ¡Las comunidades de Pasco atacarían ese mes! Nadie escogió la fecha. La realidad la señaló. Los campesinos terminarían de cosechar en agosto. En septiembre cobrarían o cancelarían sus exiguas obligaciones. ¡En octubre, atacarían! Maravillado, Ledesma asistía al despertar de un pueblo inmovilizado desde hacía más de cuatrocientos cincuenta años. Las muchedumbres campesinas se organizaban espontánea o casi espontáneamente. Sus dirigentes tenían conciencia clara de que ellos y sólo ellos podían ayudarse. Un día, Macario Arrieta, de Yarusyacán, le informó que el ex sargento Policarpo Cabello había constituido un Comando Militar. Policarpo pensaba que, a la corta o a la larga, se enfrentarían a la tropa. En este caso, ¿no era mejor estar ya preparados? Macario Arrieta lo invitó a asistir a los ejercicios de los grupos de combate de Policarpo Cabello. Asombrado observó que los ex soldados trataban a Cabello de “comandante”. Ese domingo se reunieron ex cabos destinados a preparar otros grupos de combate con los que se ofrecieran como voluntarios al primer Regimiento del Ejército Comunero. ¿Primer Regimiento del Ejército Comunero? ¡Sí señor! ¡El Primer Regimiento del Primer Ejército Comunero! –El poder es una cadena, doctor. La policía está encadenada con el Subprefecto; el Subprefecto está encadenado con el Prefecto; el Prefecto está encadenado con el Presidente de la República. Esta cadena sólo se quebrará cuando un campesino instale su trono en el Palacio de Gobierno. –¿Con qué armas, Policarpo? –Tenemos. –¿Dónde? –En los cuarteles de Lima. El día que invadan Pasco de nuevo, se las quitaremos a la tropa. ¡Furcio! Un mocetón de rostro inexpresivo acudió a la carrera. –¿Nombre? –inquirió Policarpo Cabello. –Furcio Arana. –¿Función? –Control de comunicaciones. Explicó: –Furcio Arana es el encargado de controlar los movimientos de las tropas que el Gobierno enviará para reprimirnos. Los trabajadores del Ferrocarril Central provienen, casi enteramente, de nuestros pueblos. Nos son leales. Los maquinistas y los brequeros del Ferrocarril se han comprometido a impedir que la tropa llegue a Cerro de Pasco. El teniente Furcio Arana tiene estudiada la ruta. Sus ferrocarrileros conocen los trechos donde, si es necesario, se volcarán los trenes cargados de tropa. –¡Capitán Mauro Vega! –llamó. Otro mocetón avanzó, se cuadró a seis pasos del comandante Policarpo Cabello. –Capitán Vega: el doctor Ledesma quiere saber si, en una situación comprometida, sus hombres estarían en condiciones de repeler a los tanques del enemigo. El mocetón sonrió. Se rebuscó los bolsillo, extrajo un pedazo de yeso, se alejó. En una roca dibujó el grosero perfil de un tanque. Retrocedió. Sacó de su alforja una botella, la llenó con gasolina de una lata en la que Ledesma reparó por primera vez, y preparó una mecha para “un coctel Molotov”. Alistó una honda de esas que usan los pastores. Se alejó unos treinta metros, encendió la mecha, metió la botella en la honda, la revoloteó peligrosamente y la soltó; ¡una explosión enrojeció las rocas! –Siempre se puede combatir una tropa, doctor –concluyó Policarpo Cabello. ¡Había inventado la honda Molotov! Y sus hombres se entrenaban en el combate contra los blindados que subirán a reprimirnos, doctor. –Los tanques pueden subir a la pampa Junín. ¿Pero podrán bajar? Se ensombreció. –Pasco será la tumba de la Blindada, doctor. Se quedó a almorzar en Yarusyacán. Se demoraron en el camino, más largo desde que los rebalses cortaban la carretera a Cerro. Llegaron a las cinco. Las autoridades los esperaban con un nonato de cerdo, aún más exquisito que los afamados lechones de leche de Huariaca: lo habían adobado cruelmente con sangre de la madre. Se lo sirvieron con papas amarillas y un picante de queso con maní. Inicialmente, a Ledesma le incomodaban estos banquetes que los comuneros arañaban a su necesidad. Después comprendió que para ellos esos festines eran motivo de orgullo y que no apreciarlos era desaire. Ahora disfrutaba. El Chino Lara salvaba siempre la situación: comía doble y después llenaba costalillos con sabrosas carnes asadas que los fríos de las cordilleras conservaban muchos días. A Ledesma le gustaban esos modos. Al día siguiente cuando el almuerzo fuera magro (y para el Chino cada vez más flaco, todos los almuerzos lo eran) le preguntaría: “Doctor, ¿qué le parecería un recuerdito de Yarusyacán?” Durante el almuerzo conoció a Margarita Salinas, maestra de Yarusyacán. Su entusiasmo lo sorprendió. Margarita Salinas había enseñado en un colegio de Lima. De allí había retornado con ideas precisas. –En América tenemos un ejemplo: la Revolución cubana. Fidel Castro ha probado que es posible vencer a los norteamericanos. Igualito que los cubanos debemos pelear contra los yanquis. ¿Qué nos falta? Margarita Salinas sintonizaba todas las noches la radio de Cuba. En Pasco, Radio Habana se escucha mejor que la Radio Nacional interferida por la ciclópea cordillera andina. Las emisiones cubanas entraban por la hoya amazónica: se oían como si transmitieran desde Pasco. Margarita Salinas las escuchaba religiosamente. Al otro día comentaba las noticias de los periódicos de Lima. ¡Mentían! Pasco regresó entusiasmado. “Pasco será la tumba de la Blindada”. ¿Sería tan fácil? Se acordó de una frase de Malraux: “La historia cambia con la aparición del tanque. Ya no es posible tomar la Bastilla”. ¡Es cierto! Los tiempos en que la indignación de las multitudes lograba, en instantes ígneos, asaltar las Bastillas, ha pasado. Una división Blindada puede controlar cualquier motín, cualquier manifestación, cualquier muchedumbre. ¡No sería tan fácil! Pero tampoco sería fácil aplastar la tempestad que se fraguaba debajo de los rostros de esos comuneros, de esos mineros, de esos campesinos inescrutables, de esos indios tan fácilmente tachados de sumisión y cobardía.
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