20 de agosto de 2016     Número 107

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Redoble por rancas

(fragmento de novela)

Manuel Scorza

Capítulo 3
Sobre un conciliábulo del que a su debido tiempo hubieran querido enterarse los señores guardias civiles

—Ya están todos —dijo el Abigeo.

—¿Cuántos han venido? —Chacón, el Nictálope, preguntaba por preguntar: sus ojos, capaces de descubrir la huella de una lagartija en la noche, distinguían entre las peñas de Quencash los rostros que aguardaban sobre las rocas, sobre el pasto, bajo el hule de la noche.

—Siete varones y nueve hembras, Héctor.

—Las mujeres somos más machas -se jactó Sulpicia desde su andrajosa pollera.

—¿Ya se apostaron los espías? —receló el Ladrón de Caballos.

—Comunícanos tu pensamiento, Héctor —dijo el de la cicatriz.

—¿Tienen trago?

El Ladrón de Caballos destapó la coronta de maíz y alcanzó la botella. Héctor Chacón, el Nictálope, recorrió la fila de rostros tensos y expulsó el humo de cigarro. Hacía diez años que soñaba con esos cigarrillos; esas voces, esos odios.

—En esta provincia —casi no se percibía su resentimiento— hay alguien que nos tiene totalmente pisados. Yo he visto a los delincuentes suplicar en las cárceles a Jesucristo Coronado: los asesinos y los hijos de puta se arrodillan y rezan llorando la oración del Justo Juez. El señor Jesucristo se aplaca y los perdona, pero en esta tierra hay un juez que no se aplaca con palabras ni oraciones. Es más poderoso que Dios.

—¡Jesús, María! —se santiguó Sulpicia.

—Mientras él viva, nadie sacará la cabeza del estiércol. En vano reclamamos nuestras tierras. Por gusto el Personero presenta recursos. Las autoridades sólo son chulillos de los grandes.

—Los Personeros —dijo el Ladrón de Caballos— son compadres del Juez. Bustillos y Valle se turnan: uno es personero un año mientras el otro descansa; al año siguiente, cambian: el otro es personero.
—Su fuerza es ser compadres —dijo Sulpicia.

—¿Y quién les para el macho?

—Cuando yo entré en la cárcel —prosiguió Chacón—, nuestras tierras eran el doble. En cinco años Huarautambo se las ha tragado.

—El Personero ha presentado una queja —informó el Abigeo—. El trece se realizará un comparendo.

—Ya lo verán —rió Chacón—. El doctor Montenegro se limpiará el culo con las citaciones.Para los opositores ese hombre tiene dos cárceles: una en su hacienda y otra en la provincia.

—No hay solución para nuestros atrasos —se amargó el Abigeo.

—¿Qué remedio propones, Héctor?

—El comparendo será el trece de diciembre. Ese día lo mataré.

Chillaron las lechuzas.

—El día que ese hombre muera —tembló el Abigeo después de un envejecido silencio— la policía matará y quemará Yanacocha.

—Depende.

—Avísanos de una vez.

—Hay que disimular.

—¿En qué forma?

—Se puede fingir una riña; si mueren dos o tres de los nuestros, la justicia dirá que fue una disputa.

—Si ese hombre muere —se endureció Sulpicia, nadie dirá “Yanacocha es mía”.

El Abigeo se rascó la cabeza.

—¿Qué pasará con los asesinos?

—Saldrán de la cárcel en cinco años.

—Sabiendo aprovechar —dijo Chacón— el hombre encarcelado sale más hombre. Yo conozco muchos que aprendieron a leer en la cárcel.

—Yo aprendí en la cárcel —dijo modestamente el Ladrón de Caballos.

Sulpicia pensó en su marido, muerto en el calabozo de Yanahuanca; se levantó y besó rabiosamente la mano de Héctor Chacón.

—¡Bendita sea tu mano, Héctor! Yo estoy dispuesta a estar en la cárcel diez años con tal que tú no caigas.

—¿Quiénes morirán? —preguntó el Ladrón de Caballos chupándose las muelas.

Sólo los ojos del Nictálope, capaces de distinguir la parda presencia de las vizcachas, percibieron las mandíbulas apretadas del Abigeo.

—El Niño Remigio —dijo el Abigeo— ya no tiene remedio. Cada vez está peor. No pasa día sin que caiga con la boca llena de espuma. Yo lo he visto llorar cuando resucita de sus ataques. Se tira sobre la hierba y arranca las hojas. “¿Para qué vivo? ¿Para qué existo? ¿Por qué no me recogerá el Divino?”. Así se queja.

—¿Qué opinan?

—Sería bueno que descansara el pobrecito.

—Si muere —dijo el Ladrón de Caballos—, le regalaremos buenas funeraciones.

—Le compraremos un buen ataúd —insistió el Abigeo— y todos los años, el día de Difuntos, le llevaremos flores.

—Al voto.

En la oscuridad, el Nictálope miró todos los brazos alzados.

—¿Quiénes serán los otros? —preguntó el de la cicatriz.

El Abigeo escupió verde.

—Isaías Roque traiciona al pueblo. Por él, Montenegro sabe todo lo que pensamos. Él le lleva novedades y cuentos. Opino que muera.

—Roque se jacta de ser ahijado del juez. Es justo que muera con su padrino —dijo Sulpicia.

—¿Qué opinan?

El Ladrón de Caballos logró sacarse, por fin, la hilacha de coca.

—Al voto —dijo el Nictálope.

Todos levantaron la mano.

—El que también debe morir —dijo el Ladrón de Caballos— es Tomás Sacramento. Él lleva la relación de las personas que murmuran contra Montenegro. Por culpa de ese hombre mucha gente padece castigos.

—¿Qué opinas, Héctor?

—Una vez los peones de Huarautambo voltearon un sembrío de la comunidad. Por orden del Personero, yo me quejé al Puesto. El sargento Cabrera me dijo: “Mándame caballos y prepárame una buena pachamanca. Mañana subiré a inspeccionar” .Yo preparé todo, pero cometí la bestialidad de encargarle a Sacramento que llevase los caballos. Yo sé que Sacramento habló con el doctor y que Montenegro le dijo: “Hazte el tonto”, y que él llevó los caballos a pastar. No cumplió. Cuando el Personero bajó a averiguar, lo metieron preso.

—Estamos expuestos. Nos entregará en cualquier momento.

—Hay que acabar con la hierba mala.

Todos levantaron la mano.

—Antes deben ser expulsados de la comunidad —dijo el Abigeo—. El hombre que no coopera, no debe existir. ¡Que mueran como perros sin dueño!

—¡No! —dijo Chacón—. Si los expulsamos, la justicia sospechará.

—¿Y quién matará al Juez?

La noche se espesó como el carácter de una solterona.

—Yo me ofrezco. De frente o por la espalda, como ustedes gusten. Y si se ofrece, también mataré a los otros.

—No eres el único varón de esta provincia, Héctor —se resintió el Abigeo.

—Al Juez lo acabaremos a pedradas —se prometió Sulpicia.

—No —dijo Chacón—, sería un crimen demasiado pesado.

—¿Y cuánta plata se necesitaría para los abogados?

—Plata propiamente no necesitamos.

—¿Y nuestras familias?

—La comunidad sostendrá a las familias.

—La comunidad —asintió el Abigeo— trabajará los terrenos de los acusados y mandará víveres a los presos.

—Los presos se sostendrán a sí mismos: tejerán canastas o sillas, fabricarán peines.

—Yo estoy listo —pronunció gravemente el Abigeo.

—Un año en la cárcel —dijo Chacón— es una fumada; cinco años son cinco fumadas.

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