20 de agosto de 2016     Número 107

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Verónica Rodríguez Cabrera es originaria del Istmo de Tehuantepec, lugar donde tiene fuertes raíces culturales y afectivas. Es doctora en sociología y antropología del desarrollo rural por la Universidad de Wageningen, Holanda, y maestra en desarrollo rural y licenciada en economía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), institución donde realizó dos estancias posdoctorales y hoy es profesora. Investiga temas relacionados con el cuerpo y sus intersecciones con el género, la sexualidad, la belleza, los procesos salud-enfermedad y la violencia, desde las teorías del actor-red, el cuerpo y el feminismo. Actualmente trabaja en un diagnóstico de la violencia de género en la UAM-Xochimilco, y en el proyecto sobre bieconomía del cuerpo diabético y la corporalidad en el medio rural e indígena.

Estampas istmeñas*

Verónica Rodríguez Cabrera [email protected]

A mí me gustaba el baile. ¡Ay, nana! Yo tuve muchos novios. Era bien cuzca, mamá, cuando era yo chamaca, pues era escondido, pero cuando ya estaba más grandecita, mi papá sabía que debíamos tener novio, porque así es. Él nos llevaba a la fiesta y nos cuidaba, pero de regreso ya ni se acordaba de nosotras, porque ya venía borracho, ja, ja, ja. Me acuerdo que como a mí me gustaba el baile, iba en la mañana a la fiesta, luego llegaba a la casa y descansaba un rato, me arreglaba; cambiaba de nagua y de huipil, y me iba otra vez al baile de la noche ¡Qué precioso era! Tenía un amigo que era de Juchitán, ése era mi amigo nada más, pero él ya sabía que era mi pareja de baile. Porque bonito es tener amigos y tener novios, porque hay de los dos (Josefina, costurera y ama de casa, 57 años, Barrio de Santa María, Tehuantepec, Oaxaca).

Chile

Campesina

Pablo Neruda

Entre los surcos tu cuerpo moreno
es un racimo que a la tierra llega.
Torna los ojos, mírate los senos,
son dos semillas ácidas y ciegas.

Tu carne es tierra que será madura
cuando el otoño te tienda las manos,
y el surco que será tu sepultura
temblará, temblará, como un humano

al recibir tus carnes y tus huesos
–rosas de pulpa con rosas de cal–
rosas que en el primero de los besos
vibraron como un vaso de cristal.

La palabra de qué concepto pleno
¿será tu cuerpo? ¡No lo he de saber!
Torna los ojos, mírate los senos,
tal vez no alcanzarás a florecer.

Tomados de Luis Rosado Vega: Claudio Martín. Vida de un chiclero
Cantos de las monterías
Cuando muera que me entierren
junto al tronco que he cortado,
para que así me perdone
la muerte que yo le he dado.

...

Como le doy a la caoba,
Dándole sin compasión,
así, tú, morena mía,
le das a mi corazón,
como le doy a la caoba
dándole sin compasión.

En el corazón me has dado
mira, si tengo razón,
para abatir una caoba
hay que darle al corazón
¿Para qué sigues pegando
con tu hacha en mi corazón?
Ya cayó como la caoba
mira si tengo razón.

...

Chiclero, no piques tanto,
no piques tanto chiclero, porque mi vida es el árbol
Y si picas más me muero.

Mira ese chicozapote
cómo se está desangrando,
así me desgangro yo
desde que te estoy queriendo.

Emiliano Zapata

(corrido)

Jesús Díaz Bustamante

Con mi guitarra en la mano
voy a cantar el corrido,
de un general afamado
por todos muy conocido.

Nació Emiliano Zapata
en un risueño pueblito,
del estado de Morelos
que se llama Anenecuilco.

En mil novecientos once
en armas se levantaba,
allá en la sierra suriana
Don Emiliano Zapata.

Militaban en sus filas
Perdomo, que era el primero,
el temerario Barona
y el valiente Genovevo.

Detrás de los tecorrales
con su gente bien armada,
peleaba contra Carranza
defendiendo el Plan de Ayala.

Montaba brioso caballo
que era de muy buena alzada,
un cuaco lobo gateado
con herraduras de plata.

En Chinameca murió
el agrarista suriano,
por la villana traición
del carrancista Guajardo.

Ya con ésta me despido
ya me voy por el sendero,
aquí se acaba el corrido
del valiente guerrillero.

Ahorita es que me duele por todas partes. Yo quería aprender a hacer velas ceremoniales, con una tía mía que las hacía y vivía enfrente de mi casa, pero cuando fui con ella lo primero que aprendí fue a hacer huipiles de costura, y mi tía ya no me dejó estar en lo de las velas. Entonces ella me dejó en la máquina [de coser], y así se me olvidó la escuela m’ija, nada más a segundo año llegué, después, ella misma le dijo a mi mamá: “Cómprale su máquina a Josefina, porque ella está aprendiendo rápido, y mira qué precioso”. No pasó ni un año cuando ya dominaba yo la costura. Mira, m’ija, no es nada más por decir, pero yo, en tres días hacía un huipil de tres costuras. Una admiración que le daba a mi tía, que en ese entonces decía: “No, yo tengo a doña Tere, una pendeja, ya se hizo vieja y no puede aprender, en cambio ella rápido que aprendió”. Tal vez ya lo traía yo, porque mi mamá también cosía pero ella nunca nos enseñó en la casa. Creo que mi mamá no le creía, pero cuando me compraron una tela de terciopelo y me pusieron a hacer un huipil para mi hermana, les gustó y rápido salí de donde mi tía y me pusieron a trabajar. Eso fue cuando una señora, de esas que venden ropa [de tehuana] en el mercado, fue a mi casa y me dieron huipiles para costurar. Los hice tan rápido, que después me dijo la mujer: “¡Ah! Yo te voy a llevar, en mi casa los vas a hacer”. Quién sabe por qué me llevaría la mujer, tal vez porque quería que yo hiciera más huipiles. Ya ni me acuerdo cuánto o cómo me pagaba esa gente, mamá, la cosa es que ellos me pagaban y con eso a mí me valía. Era yo chamaca, ni me importaba el dinero y todo se lo daba yo a mi mamá. Me acuerdo que me iba temprano y en la tarde ya venía yo de regreso. Me valía si estaba caliente mi cuerpo o no estaba caliente, ahorita es que me duele por todas partes (Josefina, costurera y ama de casa, 57 años).

Para puras fiestas. Cuando era yo chamaco puro descalzo andaba yo, no usaba zapatos porque ni se conocía de eso. Si te iba bien se usaba un chorcito, unos calzoncillos y una camisetita a diario, pero la mayoría de la gente andaba encuerada ahí en la playa. Ahora les cuento a mis nietas y no me creen, pero cuando tenía yo 12 años, encuerados íbamos todos a la escuela. ¡Imagínate eso! Y no nada más los chamacos también así andaba la gente grande, porque en ese entonces no había ropa. Todavía me acuerdo que cada seis meses llegaba un americano que se llamaba Pepe, iba y regalaba cantidad de ropa, hacía fiesta, hacía una piñata con dulces y todo. Él fue el que me regaló una camiseta que tenía un palo y decía pajarraco. Después de un tiempo así me decían todos, El Pajarraco, porque no salía yo de esa camiseta, y es que uno no usaba la ropa como se usa ahora. También me acuerdo que mi primer par de zapatos me lo compraron para ir a mi primera fiesta, pero cuando llegué ahí, ya llevaba los zapatos colgados en mi hombro porque luego me dolieron los pies de usarlos, como ya me había acostumbrado yo a andar descalzo, pues me lastimaron. Y así era toda la gente de La Ventosa. La ropa era para las puras fiestas y luego se guardaba para el año siguiente, por eso cuando la sacaba uno de nuevo, ya no te quedaba (Héctor, pescador, 65 años, Barrio de Santa María, Tehuantepec, Oaxaca).

Yo era más terrible. ¡Uy!... yo trabajé de todo. Nunca estuve de flojo como veo que hay otros, como ese muchacho [su hijo], que andan sembrando hijos y no sabe si comen o si se visten. Cuando nosotros nos juntamos, ella dejó a su patrona y se dedicó a estar en la casa, porque en ese entonces yo le daba su gasto. En cuestión de animales de cacería, buenos venados le traje a la finada, conejos, palomas, marranito de monte [jabalí], porque a mí, desde chico me gustó mucho la cacería. Mi papá me llevó por aquí cerca pero yo fui más terrible, yo anduve más lejos; cuando andaba de caporal, en la noche, me iba a cazar con mi compadre José Antonio Hernández que ya murió. En ese entonces había de todo, sobre todo en los lugares que estaban completamente enmontados (Rafael, 85 años, Barrio del Portillo San Antonio, Tehuantepec, Oaxaca).

Todo por el antojo. Esa mañana, la tía de Daniel estaba asando un pedazo de carne para su nuera que recién se había aliviado. Le pedí un pedacito pero no me quiso dar, y con eso tuve. Como a las 11 empecé con poquito y poquito de sangre. Como a las dos de la tarde llegó Daniel del trabajo y le dije que estaba yo sangrando —¿Por qué?, me preguntó. —Sabe, le dije. —Ya tiene como dos meses que no te ha bajado, a lo mejor se te retrasó, y ahora ya te toca. —Pues, tal vez, contesté. Ya para caer la noche nos fuimos a caminar por el canal, estaba bien llenito de agua, y nos metimos a bañar, ¡qué íbamos a saber! Estando ahí ya no era poquita la sangre, era cantidad, era un montón; pero ahí estábamos esperando a que se me pasara. Pero no pasó, aquella cosa era bastante, así que mejor nos fuimos para la casa y le hablamos a su tía. “Parece que estás en estado”, me dijo, y mandó a Daniel a buscar a la partera. Él no sabía ni dónde vivía la señora, pero su tía le dijo por donde ir. En cuanto llegaron enseguida sentí que me venía algo más grande, la partera me atendió y ya que salió todo ella misma me inyectó, me dio unas pastillas y me dijo que me cuidara como si me hubiera aliviado. Fue entonces cuando me preguntó si había hecho algo pesado, pero cuando le platiqué del antojo, ella dijo: “Eso fue” (Martha, 57 años, campesina, El Jordán, Tehuantepec, Oaxaca).

La coqueta. Yo, de muchacha, era muy coqueta, pero coqueta, coqueta como no te lo imaginas. En cuanto bajaba de mi casa, puro “ja, ja, ja”, estaba yo. Hasta aplaudía cada vez que hablaba para llamar más la atención, y a puras carcajadas me la pasaba yo con los muchachos. Yo con todos los muchachos de por acá anduve, aunque me chingaran mis papás. Al final me huí. Me fui con él, porque todo tiene su tiempo. Tenía 26, casi 27 años. Yo pensaba: “ya bailé, ya gocé”. Según yo, ya era tiempo. Yo dije: “este burro me gusta y a este burro me lo monto”. Aunque yo no me casé como es la costumbre, me casé humildemente. Mi madre no tuvo ni qué colgarme, ni qué vestirme ese día, pero eso sí, estuvo contenta conmigo hasta la última hora de su vida porque yo me había sabido cuidar. Después, me tocó la mala suerte de que me dejara mi esposo, pero estuvo bien, porque me quedé con mis dos hijos, y al final me di mi gusto (Victoria, panadera y marchanta, 70 años, Barrio del Portillo San Antonio, Tehuantepec, Oaxaca).

Cuando viene la tentación. ¡Pues, a ver si van a creer mi palabra! Yo desde que estoy con Cristo bien que veo los resultados. Yo me levanto a las cinco de la mañana y enseguida voy a hablar a mi altar, le doy gracias a Jesús por otro día, y después de eso es que me pongo a ver qué vamos a desayunar, aunque sea una tortillita con cafecito. En eso estoy cuando ya viene la tentación. Porque si oyeran la boca de mi marido… ¡qué bonita la tiene!, pues ya me empezaba a sentir mal. Entonces empezábamos a pelear, y eso era todos los días. En cambio ahora, le pido a Jesús que me dé calma cuando ya empieza a hablar, a veces le pido al Señor que me dé la fuerza de Sansón, pero no para hablar con mi marido, sino para enfrentarme a él y ponerle uno [hace la seña de un golpe] para que ya se calle. Entonces, como que ya entra en mi corazón una calma y ya lo dejo hablar, ya nada más le hago así [hace una señal de mentada de madre]. Ahorita mismo venía yo enojada por dejar hablar a ese hombre pero en cuanto escuché la palabra del Señor ya está conmigo esa paz. Por eso es que no falto, porque muchas me dicen que para qué vengo a perder mi tiempo, si toda esa oración no sirve de nada. Pero yo sí veo los resultados (Petenera, 38 años, vendedora de totopo, San Blas Atempa, Oaxaca).

*Los testimonios fueron tomados del libro Las redes de la sexualidad en Tehuantepec, México.
Espacio, belleza, prácticas sexuales, maternidad y violencia íntima
, de Verónica Rodríguez Cabrera,
publicado en 2015 por la UAM-X y La Cifra Editorial.

opiniones, comentarios y dudas a
[email protected]