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Guatemala La cocina campesina Pablo Siguenza
La cocina campesina es calor e intimidad. Es media luz para ver poco y escuchar mucho. Es humo de leña de encino que limpia y sustenta las ideas. Es discusión sobre los proyectos pasados y futuros. Es descanso a los pies andantes de montaña. Es respiro para las manos tensas y llenas de trabajo propio. Es el sombrero del esposo ausente colgado de un clavo. Son los zapatos húmedos de la hija que danza con la luna. Es la conversación con los abuelos y abuelas antes, durante y después de la cena. Es la lluvia repicando sobre el techo. Es el dolor al regresar de la zafra y el corte de café. Es la frustración por el trabajo en la finca donde no pagan lo que deben. Es el beso urgente para la hija que nos visita de la capital dos veces al año. Es el macuy, la cebolla y el tomate cocidos a fuego lento. Es el visitante que agradecido come mis tortillas negras. Es la nieta tomando caldo con verduras con una sonrisa pintada en su rostro. Es el café con azúcar o panela para calentar la vida. Es el té de hierbas para curarse en salud. Es la media docena de chuchos esperando una mano levantada. Es la luz tenue bajo la rendija de la puerta que nos recuerda que la noche ya pasó y que el sol siempre se levanta. Es la luna llena que se cuela por la esquina de una teja y se autorretrata en el lienzo de barro que tenemos por piso. Es la ceniza que va cayendo, lentamente, de tres leños que arden en la estufa. Son las canas que se nos pintan y los cabellos que ya han caído. Es el murciélago pequeño que se mete por la ventana buscando fruta. Es el tacuazín que nos regala proteína. Es una docena de pollitos peleando por dos lombrices encontradas a media mañana. Es doña Bonifacia que nos pide consejo. Es don Juan que sueña con mejorar su cultivo. Es el viento que llega desde el cerro con olor a ciprés. Es la mazorca amarilla que se bebe sorbo a sorbo en el atol. Es la mazorca blanca que llena la panza. Es la mazorca roja que cura la varicela y alimenta el espíritu. Es incienso para el corazón del cielo. Es oración para el corazón de la tierra. Es la leche de mi pecho bañando a las hijas. Es la leche de vaca hirviendo en el tazón. Las lágrimas por el hijo migrante que fallece en el camino al norte. Once partos que morí y resucité. Es la entraña desgarrada por la violación sexual que un patrullero cometió durante la guerra. Es soledad. Es compañía entre mujeres. Es cabeza clara y corazón solidario. Es vapor de lágrimas y es risa. Es adobe en la pared. Es polvo en las pestañas que poco se cierran. Es encierro y es cansancio. Es la madrugada que cocina bastimento. Es el camino que otros andan. Es el soplo que apaga la candela. Es el trabajo que no se cuenta, ni en historias ni en dinero. Es el trabajo que nadie ve y del que todos se aprovechan, absolutamente todos. Es el cuidado del cosmos y de la especie. Es el silencio oscuro y la sonrisa escondida. Es la certeza del pasado… nada más del pasado. Es la mujer campesina que llora su vida a cuentagotas. Quinientos años de resistencia. Es la búsqueda del presente y cuando se escuchan buenas nuevas. Es el corazón y la trinchera de la consulta comunitaria. Es la sostenibilidad de la agricultura. Es Ixmucané e Ixquic en millones de corazones. Es la posibilidad de un futuro diferente para un país que debe redescubrirse al calor de la comida campesina.
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