o es un triunfo de Trump en Estados Unidos, por más que sería sumamente grave. Menos aún tiene que ver con la grosera campaña en 2006 contra López Obrador.
El mayor peligro para México es un país dividido y fragmentado.
La división entre las élites. La división de las elites políticas evidente a partir de la escisión interna del PRI en los 80, se profundizó desde que se avanzó en el multipartidismo. Desde luego que este sistema no genera por sí mismo división entre las élites si existe una base institucional y de valores de amplia aceptación entre todas las corrientes.
Institucionalidad trunca. Pero los acuerdos electorales alcanzados en los 90 suponían para muchos de los actores involucrados el camino central para desmantelar las estructuras autoritarias. Pocos se plantearon entonces la reforma del Estado, y muchos en cambio supusieron un camino diferente en México a la refundación institucional de la transición española. El acuerdo central alcanzado cuyo poder de erosión política sólo se vio poco después, fue en torno al financiamiento público acompañado de altas barreras de entrada al sistema de partidos.
Debilitando sin reconstruir los ejes de la gobernabilidad. La gobernabilidad autoritaria estaba sustentada en tres pilares: el presidente de la República, el partido hegemónico y la interacción de reglas formales y normas informales. Los tres fueron debilitados enormemente sin que se generara una nueva institucionalidad que sustituyera los ejes de la gobernabilidad autoritaria con nuevos ejes de una gobernabilidad democrática.
Decadencia administrada. Un sistema política desvinculado de la ciudadanía, salvo para pedir su voto, y paralizado por la convicción que abrigaban cada una de las tres fuerzas principales de poder gobernar por sí solas fue generando un largo proceso de desmadejamiento institucional, fragmentación social y colo- nización de los aparatos estatales por diversos intereses fácticos, incluyendo al crimen organizado.
El Pacto por México. Después de 18 años de gobiernos sin una visión de futuro y sin intenciones de construir una plataforma común desde donde se identificara la enorme pluralidad social del país, se inicia el gobierno de Peña Nieto con una oferta central expresada en el Pacto por México y consistente en recuperar la rectoría del Estado de manos de los poderes fácticos.
La etapa legislativa parecía sugerir que eso sería posible, pero el grupo dirigente deslumbrado por un relativo éxito rápido se sintió más próximo de las coordenadas políticas que existieron durante los años 90, que del país real que hoy tenemos, tan diferente en tantos aspectos al que conocimos algunos entonces.
La élites económicas. Un conjunto de reformas, que en su implementación fueron debilitadas por la misma capacidad de presión y cabildeo de los poderes fácticos que se sintieron afectados, generó una división profunda entre las élites económicas y el grupo gobernante. Tomaron debida nota en las elecciones de Nuevo León, en las campañas anticorrupción y en las propias elecciones de este año.
El conflicto magisterial. De todas las reformas la única que no podía hacerse sin el concurso de los potenciales afectados era la reforma educativa. Subestimando las raíces históricas y los vínculos sociales del magisterio, se sobreestimó el efecto del descabezamiento de la cúpula magisterial. El efecto fue el contrario: los contrarios se unificaron en la base y un conflicto gremial se ha convertido en un grave desafío de gobernabilidad.
Estados Unidos. Trump es un peligro para México no sólo por su mensaje racista, sino por la coalición extrema del capitalismo de compadres sustentada en una base social supremacista blanca, nativista y contraria a toda forma de pluralismo social, político e incluso religioso.
Pero el peligro se agiganta por la debilidad en México del Estado y su sociedad.
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