Ixcanul
ás allá del volcán. Ixcanul, primer largometraje del realizador guatemalteco Jayro Bustamante, es una sorpresa formidable. Su relato es a la vez el retrato de María (María Mercedes Coroy), adolescente que frente a un matrimonio de conveniencia, arreglado por sus padres, asume vigorosamente su voluntad propia, y la radiografía precisa, cautivadora, de una comunidad indígena en la región kakchikel de Guatemala, con sus usos y costumbres, mismos que la protagonista desafía sin adivinar remotamente las consecuencias trágicas.
La imagen omnipresente del volcán de Pacaya remite a la fuerza de la naturaleza que determina y rige los ciclos de vida y al poderío de tradiciones ancestrales, entre las que figura el sometimiento de la mujer a un poder patriarcal incuestionable. Como sorprendente elemento narrativo, el guión presenta la firmeza de carácter de Juana, la madre (María Telón, estupenda), mujer que protege a María y la acompaña, solidaria, en todo el conflicto y los dilemas que le plantea su aventura sentimental con el joven que ha elegido. Hay en Ixcanul otros elementos valiosos: la observación del cortejo amoroso (mismo que recuerda el fino tratamiento que propone el mexicano Alberto Cortés en Corazón del tiempo, 2009) y la descripción del abandono casi total de una comunidad sumida en la pobreza, donde no hay luz ni agua potable, y donde el mayor consuelo de los hombres es ahogar sus penas en el alcohol y soñar con alcanzar Estados Unidos, tierra prometida de la prosperidad y sitio mágico situado, según ellos, justo detrás del volcán.
Hay además en la cinta un elemento que refuerza el dramatismo y es su vigoroso señalamiento del tráfico infantil, crimen tolerado, o frente al cual las autoridades guardan una pasividad cómplice, y que aquí adquiere dimensiones perturbadoras por la impotencia de los indígenas para salvar la brecha del idioma del poder mestizo, quedando expuestos a una vulnerabilidad extrema. El tema de la maternidad es clave en la película, y lo destacan desde las alusiones a una naturaleza volcánica engendradora de vida hasta las descripciones muy crudas del apareamiento y matanza de animales de cría. Sobresale también en este cuadro muy realista, la fina construcción de los dos personajes femeninos, madre e hija, con su fuerte vínculo afectivo, todo ello acompañado de una estupenda recreación de atmósferas rurales y la fotografía impecable de Luis Armando Arteaga.
En este primer largometraje, el director consigue un estupendo equilibrio entre lirismo y violencia en su retrato del mundo indígena, todo a partir de una fábula social muy sencilla. Hay también en su representación de un conflicto de género la huella de lo que cineastas iraníes como Mohsen Makhmalbaf (El silencio, 1998) y Jafar Panahi (El círculo, 2000) han plasmado en cintas que probablemente fueron fuente de inspiración para el realizador guatemalteco. Prodigiosa escena final. De lo mejor en este Foro.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 13 y 17:45 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil