anto el gobierno federal como su partido padecen el rigor impuesto por dos tenazas que los sujetan con fiereza. Una de tales tenazas la forma un abigarrado conjunto social, nucleado alrededor de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que protesta contra la llamada reforma educativa. La otra la integran los millones de votantes que en las pasadas elecciones dieron la espalda al PRI y prefirieron otras opciones. Ambas, actuando casi de consuno, hicieron entrar al gobierno y a buena parte del sistema establecido en una crisis de actuación y perspectivas que no se preveía apenas hace unas cuantas semanas o meses. Aunque, lo cierto es que dicha rebelión se ha venido fraguando desde hace varios años. La implosión, sin embargo, tiene ahora ribetes definitorios para lo que resta del sexenio peñista.
Después de asegurar, con tajante autoridad, que la famosa reforma educativa no se negociaba, la administración federal ha entrado en una espiral declaratoria por demás cantinflesca. Se instalaron mesas para el diálogo entre autoridades y maestros disidentes opuestos a la reforma. De antemano se adujo, como requisito para dialogar, la previa aceptación de que, en cuanto a la reforma, no habrá marcha atrás. Los disidentes deben rendir sus peticiones de cambios a la ley antes de ocupar las mesas. Sólo se discuten, alegan una y otra vez, sus pormenores y otros asuntos derivados de las protestas. Por último se promete que, la mesa dedicada a la educación, será encabezada por el propio Aurelio Nuño, secretario de Educación Pública.
La dureza de los choques entre los obstinados protestantes y la autoridad ha llevado a incrementar el problema hasta adquirir ribetes de masivo conflicto. Se supuso que, después de la intensa propaganda desplegada contra la CNTE ésta había quedado aislada de la población. Fue a raíz de la cruenta represión en Nochixtlán cuando tanto el planteamiento inicial como la estrategia gubernamental seguida entraron en una zona por demás nebulosa y contradictoria. Todo cambió de repente. La muerte a ocho personas y heridas de bala a otras muchas (todavía no se sabe con precisión cuántas) fue una escalada de violenta represión que no puede volver a repetirse. Amplios segmentos de la sociedad entraron en choque anímico, seriamente consternados por el rumbo del conflicto. En el exterior se elevó indignada protesta, demandando el fin de tan insensata conducción política. Los intentos del oficialismo por salvar cara y preservar la conducción cupular del grupo de tecnócratas administrativos y financieros han sido vanos. El daño es notorio y las consecuencias irán anegando meandros, hasta ahora subterráneos, pero con indudables matices dañinos para el partido en el poder. No se aprecia, sin embargo, que la lección ha sido asimilada por la élite. Su inclinación, casi compulsiva y en mucho interesada, para oír las consejas del empresariado y los organismos multilaterales (OCDE) es férrea.
El priísmo, en otro campo paralelo, no sale de su estupor poselectoral. De sopetón retornó a su cuota de votantes (29 por ciento con todo y alianzas) en estas pasadas elecciones. Tal hecho los dejó sin resuello. No es la primera vez que caen en esa hondonada de donde, probablemente, no lograrán –a como van las cosas– salir de aquí al 2018 entrevisto hasta con áspero nerviosismo. La pérdida de gubernaturas cruciales (Veracruz, Tamaulipas y Puebla) es devastadora para sus aspiraciones de continuidad hegemónica. Los componentes anímicos que mueven al electorado son variados, pero en su mero centro habita la intolerancia por la corrupción sistémica y, en particular, la exhibida por notorios personajes del priísmo. Aparecen en el escenario público otros elementos adicionales de seria preocupación y complicado manejo: el daño cotidiano al bienestar de la población, la tan insultante como creciente desigualdad, la impunidad y la inseguridad que se aposenta sobre los mexicanos como una maldición incontrolable. El aparato productivo se revela, a pesar de las consignas hacendarias, como deshilvanado, sostenido por la maquila (automotriz) como nave insignia. Los famosos fundamentos de la economía han entrado en una fase de desequilibrios documentados: triple déficit en balanza de pagos, comercial y el fiscal que empuja, en desbocado ritmo, la deuda pública. Puesto todo ello en una perspectiva de corto plazo se presentan como un impedimento para la continuidad tanto del modelo imperante como del grupo de tecnócratas encaramados en el poder. Un grupo por demás cerrado y excluyente que explica, con ejemplar diseño protector, la designación del actual dirigente del PRI. Con este personaje ya en funciones se pretende, sin ambages, que la sucesión partidaria priísta se decida desde mero arriba y que pueda recalar sobre alguno del pequeño grupo de mando.