Cadenas cortas en la
Ciudad de México
Raquel Salgado Sánchez [email protected]
FOTOS: Mercado alternativo de Tlalpan |
Las Cadenas Cortas Agroalimentarias son mecanismos de mercado que implican proximidad -geográfica, organizacional o social- entre productores y consumidores, gracias a la que consiguen el mínimo de intermediación en sus intercambios. No se trata de un mercado impersonal donde pocas personas deciden sobre la producción de mercancías y alimentos estandarizados para el consumo masivo inducido por la publicidad y la posibilidad de sobre compra; o donde la relación de los consumidores es con las marcas y las etiquetas de los productos que adquiere, unas con más, otras con menos información. Las cadenas cortas conforman un mercado más bien personal: las decisiones de producción, comercialización y consumo se toman por propia voluntad y están asociadas a convicciones ambientales, culturales y sociales, tan profundas que impulsan a las personas a realizar muchos esfuerzos y a estar dispuestas a involucrarse en un proceso continuo de aprendizaje para hacerlas vivir.
Una de las principales características de las cadenas cortas es que el consumidor puede hablar con quienes producen sus alimentos o los artículos que decide llevar a su casa. Con la retroalimentación de sus clientes, los agricultores, artesanos o proveedores toman decisiones de producción que los ayudan a mantenerse dentro de sus preferencias, a mejorar e innovar. En este marco se forman comunidades de convivencia y conocimiento; los consumidores más involucrados reflexionan sobre la producción de la lechuga o de las barritas de mango liofilizado que compraron y consiguen una relación más cercana con el origen de sus alimentos que, en muchos casos, ha sido fracturada por la alimentación industrial y la comida rápida en todas sus formas.
Las cadenas cortas, por lo general, están enlazadas con elementos culturales, con el apego y valoración positiva hacia el territorio y la localidad, con el rescate de variedades de vegetales nativos y con la producción natural o ecológica; cada una tiene un anclaje filosófico particular que destaca formas de consumir de manera informada y consciente.
Aquí se hace visible el valor del trabajo en el campo y de los agricultores, y esto fue lo que me condujo a iniciar un camino de aprendizajes en estas cadenas donde confluyen muchos conceptos: productos orgánicos, artesanales, gourmet y tradicionales, producción ecológica, agroecología, sustentabilidad, estilos de vida saludables, cultura alimentaria, gastronomía, consumo responsable... En esta diversidad, lo que me dio confianza para acercarme fueron los productos que adoro como mexicana: maíz y chocolate.
Como se trata de un mercado personal, compartiré algunas experiencias en los ejemplos de cadenas cortas que existen en la Ciudad de México, mi punto de partida tenía que ver con la costumbre al abasto en los supermercados, con el distanciamiento de los alimentos preparados en casa (con excepción de los emparedados y las sincronizadas), con una escasa cultura culinaria que se notaba por las dos verduras que compraba: cebolla y jitomate. Tal vez haber trabajado en invernaderos con monocultivo de jitomate pudo conducirme a una mono-dieta.
Desde una diversidad de motivaciones, la sociedad civil ha construido distintas plataformas que permiten la interacción entre productores y consumidores, estableciendo las conexiones, buscando y gestionando los espacios públicos y privados, generando contenidos, compartiendo información, moviendo a las personas, facilitando la comercialización a productores agropecuarios que han asumido, con mucho esfuerzo, voluntad y resistencia, la tarea de hacer producir el campo. Estas formas de organización social funcionan como intermediarios, pero no revendedores o coyotes, sino intermediarios que operan con transparencia, que construyen comunidades evitando la competencia y fomentando la cooperación, que realizan grandes esfuerzos de comunicación dirigidos al consumidor aprovechando las redes sociales, que cuidan la imagen y prestigio de sus mercados para desarrollar relaciones públicas con otros actores sociales y económicos que pueden fortalecerlos.
Las cadenas cortas están sentando las bases de una red de acompañamiento y fortalecimiento a la agricultura mediante una coordinación que sí funciona, que va enlazando los eslabones de una agricultura de responsabilidad compartida, aunque aún faltan muchos retos por superar. Estas cadenas son un canal de abasto más y no son la solución única a la problemática de la agricultura de pequeña escala o del suministro de alimentos urbano, pero es necesario que nos integremos y contribuyamos a que estas plataformas se desplieguen en todo su potencial y lleguen a generar impactos positivos en el desarrollo rural.
Podemos aprender a abastecernos con los productos que se ofrecen en las cadenas cortas, no es tan sencillo, una sola visita no basta para reconocer los alimentos o artículos que preferimos, o para comprender la dinámica de estos espacios de intercambio, o para encontrar el grado en el que cada persona o familia puede comprometerse con estas iniciativas. Podemos hacer el esfuerzo de comprar alimentos de otras fuentes, que no sea solo el supermercado. Podemos crear una estrategia de abasto que combine las compras al mayoreo que benefician nuestra economía y que incluya productos de las cadenas cortas. Podemos evitar las compras que van al desperdicio y aprovechar al máximo lo que llevamos a casa. Los ejemplos de cadenas cortas que aquí menciono están a 20 minutos aproximadamente caminando de las estaciones correspondientes en la línea Insurgentes del Metrobús; podemos organizar visitas con amigos y familia para conocerlos.
El fortalecimiento de estos mercados y tianguis, que son parte de la cultura mexicana, está en manos de los ciudadanos con posibilidades de hacer esfuerzos adicionales -físicos, económicos, intelectuales- para colaborar con agricultores, artesanos y grupos de personas que producen, transportan y presentan en la Ciudad de México una oferta de productos que contribuyen a la salud del planeta y de los seres humanos. Por favor, cuidemos estos esfuerzos.
He aquí mis experiencias:
Mercado el 100, llegué ahí por interés en los agricultores de pequeña escala y sus contribuciones a la sustentabilidad, no tanto por el consumo de productos orgánicos o locales. Me gustó mucho la sencillez y el ambiente del mercado que se establece en un parque público. Como primera impresión percibí cierto aire hipster-ecofriendly-gourmet, con el que no me identifico plenamente, pero me encantó poder conversar con los agricultores y con la representante del grupo de productores de Tabasco ¡en la ciudad! En los puestos de hortalizas había una gran variedad de verduras que no conocía, venden acelgas de colores y ¿kale? No me atreví a preguntar los precios, principalmente porque no cocino y no me gustan las ensaladas, pero también porque llegué con la idea de que los precios serían más caros y, aunque tengo muy presente todos los inconvenientes que los agricultores asumen en la producción de alimentos (pérdidas por clima, estafas, entre muchísimas desventajas), las finanzas me zumban en el oído. Uno de los productores con los que hablé me invitó a reflexionar: ¿por qué son más baratos los alimentos “naturales” en el supermercado? ¿Será porque lo paga la salud del planeta y la nuestra? Esta reflexión no cambió mucho las cosas, pero sí me llevó a pensar en otras: a veces, en casa de familiares, veo que se desperdician verduras al final de la semana. Entonces, ¿el ahorro del supermercado termina en desperdicio? Tal vez con una mejor planeación de los menús y de las cantidades, se podría reducir el desperdicio y pagar lo mismo por pocas y mejores verduras, muy bien aprovechadas, que por muchas verduras “baratas”. Pasemos a algo más dulce, el pan en este mercado es increíble. Si compras un café para tomar ahí mismo y eres fanático del pan dulce, por lo menos te comes un pan y medio, y pides tres para llevar, aunque gastes buen dinero, la conciencia se queda tranquila porque está hecho con harina integral. Una vez compré una barra de pan integral salado y con este no me fue tan bien, no me pude acostumbrar porque no venía en sus perfectas rebanadas, al partirlo se me desmoronaba, y tampoco me duró 15 días. Bueno, de regreso a lo dulce, el rey de mis preferidos: las tabletas de chocolate amargo “con tropiezos” (pedacitos de cáscara de cacao), este producto te llega directo al corazón y es una travesura deliciosa. Y los litchis de temporada, otro encanto. En mis primeras visitas a Mercado el 100 aprendí muchas cosas: la estevia (sustituto del azúcar) no gusta mucho con el café, pero sí funciona con el té y en la repostería; las fresas orgánicas son una excelente opción para personas que tienen diversos tipos de alergias, y es que en muchos casos las personas se acercan a este tipo de mercados por tener problemas de salud.
En el Foro Tianguis Alternativo tuve el gusto de encontrar colegas agrónomos que de manera extraordinaria han desarrollado un liderazgo campesino orientado hacia la colectividad, la autogestión, la transparencia, distinto de la manipulación y el engaño. En este tianguis se venden las mejores tortillas de maíz natural --es en serio, tortillas entrañables, sobre todo si se comparan con las que al enfriarse, después de calentadas, se convierten en algo parecido al plástico--; si no te identificas con el ambiente, o te da lo mismo las cadenas cortas, los orgánicos y la manga del muerto, podrías regresar al tianguis tan sólo por esas tortillas que saben a bendición. También encuentras frutas de Iguala, Guerrero, unos chicozapotes riquísimos; dejé pendiente la posibilidad de encargar a los productores unos “panecitos de caja” que se hacen en Iguala con harina de arroz, que quienes tenemos problemas con diabetes, o tenemos restricciones con harina de trigo, valoramos altamente. Me animé a comprar nopales y perejil para el licuado que tomo recientemente como regulador de los niveles de azúcar; me atreví a comprar jitomates orgánicos, porque ya había aprendido a cocinar una sopa que se prepara con una mezcla de verduras –excelente-- que me presentó uno de los organizadores del Mercado Alternativo de Tlalpan y que también venden, los mismos agricultores, en el Foro Tianguis Alternativo. Viene al caso señalar que los productores orgánicos de pequeña escala, los buenazos, todavía son pocos y la mayoría son proveedores en común de los mercados y tianguis naturales, locales, ecológicos, o como se les prefiera identificar, aquí los estamos nombrando cadenas cortas. Estos productores están logrando avanzar hacia la autosuficiencia --lo que no significa que puedan conseguirla sin el apoyo de otros actores, sobre todo de los consumidores-- y, con mucho, pero mucho esfuerzo, han llegado a satisfacer una demanda “sofisticada” que se informa y prefiere alimentos que no contienen agroquímicos tóxicos. Algunos de ellos reconocen que la demanda de sus productos orgánicos/agroecológicos es mayor que la oferta, han comprendido que su capacidad de producción natural tiene un límite y han llegado a la conclusión de que lo mejor sería que otros productores se convencieran y adoptaran prácticas de manejo orgánico o agroecológico. Se han dado cuenta de que, igual que es un reto convencer a nuevos consumidores de abastecerse con productos naturales, es un reto enorme convencer a los agricultores de que cambien sus métodos de producción. En algunos casos les ha funcionado llevarlos a estos mercados para que se den cuenta del incentivo que representa recuperar la inversión y su trabajo con la venta directa. En las cadenas cortas hay posibilidades para que los productores agropecuarios desarrollen estrategias de capacitación como en el caso cubano: “de campesino a campesino”.
Regreso con el Mercado Alternativo de Tlalpan. Antes de conocerlo, aproveché la oportunidad que ofrecen los organizadores de visitar las chinampas de Xochimilco y aprendí la técnica ancestral del chapin --cosa magnífica--, me di cuenta de que se han importado tecnologías desde Europa (por ejemplo, cubos de lana de roca para germinar semillas) con el propósito de hacer lo mismo que puede hacerse con lodo y maestría. Este mercado fue fundado por dos jóvenes interesados en la ecología y en la comercialización de productos lácteos; con el apoyo de sus padres y familiares, han logrado reunir a un conjunto de productores, artesanos y agricultores. Aquí probé unas tostadas de ceviche de setas sin par, compré mermelada de guayaba --una delicia-- y muchas galletas de maíz. Hay unos quesos gourmet de maravilla para los que les gusta ese mundo.
Tengo pendiente ir a Bosque de Agua a probar un desayuno orgánico, esta iniciativa es una réplica del que surgió en Querétaro y es organizada por una emprendedora interesada en la ecología.
Mi camino de aprendizaje en esta forma de consumo, alimentación y participación todavía es largo, además es necesario mencionar que me he referido tan sólo a un tipo de cadena corta: hay otras que involucran a las grandes empresas y a la pequeña proveeduría, otras a las instituciones públicas que podrían desarrollar programas de compras gubernamentales para fortalecer la agricultura familiar. Pero me centré en los mercados y tianguis porque en ellos se genera una posibilidad de desarrollo productivo, económico, social, ambiental, incluso cultural, que se complementa con las manos de los ciudadanos. En este tipo de experiencias, apoyar la pequeña agricultura familiar de pequeña escala no depende exclusivamente de funcionarios públicos --nacionales o internacionales-- que están comprometidos o sujetos al sistema político que reproduce la dependencia en el campo, al mismo tiempo que les permite mantener sus salarios y otros beneficios personales en los que se concentran más que en su responsabilidad y sus obligaciones con el desarrollo de México.
Frente a la pobreza de las capacidades públicas, se aprecia la riqueza de la cohesión social impulsada por personas, familias y grupos que han hecho posible la existencia de cadenas cortas en la Ciudad de México. |
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