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Entre cadenas largas y cadenas cortas: Jorge Liber Saltijeral Giles* y María Luisa Luque Sánchez**
Son muchos los retos que enfrentan los productores de pequeña escala para acceder y vender sus cosechas en los “mercados modernos”. En los años recientes hemos trabajado con organizaciones de productores y organizaciones de la sociedad civil, que una y otra vez nos compartieron su percepción respecto a los supermercados con los cuales muy pocas veces han logrado establecer relaciones comerciales duraderas. Los supermercados se han distanciado del campo al grado de asumir que como interlocutor tienen otro productor, organización o empresa con condiciones similares de administración, logística y capitalización. La realidad es muy diferente. Sus ciclos de planeación no coinciden con los ciclos del campo: los productores no se organizan en trimestres ni responden a cierres de año, tampoco pueden resistir un pago a 72 días. Existen otros factores que impiden a los productores acceder a estos mercados, algunas de estas son los requerimientos de calidad continua, volumen, empaque, horas de entrega y condiciones exageradas de inocuidad. Aunque algunos de estos factores puedan superarse por medio de la organización de los productores y la capacitación de algunas organizaciones no gubernamentales, se trata de navegar una gran empresa con procesos rígidos, equipos y funciones con mandatos limitados y específicos, en donde los sistemas administrativos son lo más complejo de superar. Esto es absolutamente irrealista y abre una brecha entre los productores de pequeña escala, las empresas y la mayoría de los consumidores mexicanos. Las cadenas cortas se caracterizan por impulsar una proximidad geográfica y organizacional entre productor y consumidor. En particular, los mercados alternativos, orgánicos o agroecológicos permiten presentar una alternativa donde justamente se acercan los actores para interactuar y entenderse. En estos espacios el consumidor tiene una experiencia de compra nueva ya que no está sólo ahí para realizar una transacción, sino que las diferentes actividades, pláticas e interacciones permiten entablar un diálogo y generar redes de confianza. En estos espacios emerge un nuevo significado de calidad: se buscan sabores y olores; no se espera la uniformidad de los productos a un extremo innatural, y es por medio de la historia del productor o la productora que se aprende sobre la procedencia de los alimentos. Sin embargo, aun con estos intercambios de carácter intangible, se implementan mecanismos de certificación comunitaria en donde se visitan los sitios de producción, se levantan datos y se realizan sugerencias para el mejoramiento de los procesos productivos o de trasformación. Cada mercado alternativo, orgánico o agroecológico cuenta con requerimientos para su funcionamiento y condiciones que el productor tiene que cumplir. La gran diferencia de estos procesos es que se diseñan con las necesidades y las capacidades de las y los productores como punto de partida; si para ellos los procesos administrativos y de gestión no son adecuados y accesibles, será muy difícil que estos modelos prosperen. En México ambos modelos de distribución están en crecimiento. El autoservicio sigue creciendo en número de establecimientos año con año. A finales de 2015, la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (ANTAD) tenía 35 empresas asociadas con un total de 5 mil 428 puntos de venta repartidos en 14 millones 400 mil metros cuadrados. Por otra parte, es difícil estimar el número de cadenas cortas y mercados alternativos activos. Sabemos que están creciendo y nuevas propuestas se van generando. Aún no se tienen datos sobre el volumen de ventas que hoy representan o cuántas personas compran por medio de estos sistemas en la Ciudad de México. No dudamos que hay mucho espacio para crecer tanto en número de productores como en posibles consumidores y en la diversidad de éstos (pensando en compras de gobierno, lazos con el sector restaurantero, cooperativas de consumo y no sólo consumidores individuales). Sin embargo, sabemos que sería muy difícil que los mercados alternativos remplacen al supermercado y por lo tanto esperamos que ambos co-existan y empiecen a compartir algunos aprendizajes. De las cadenas cortas y los mercados alternativos el autoservicio puede aprender sobre las necesidades e intereses de miles de consumidores que quieren conocer la procedencia de sus productos, más allá de su marca o sello. También, entender cómo diseñar sus procesos para que sean adecuados y adaptados para grupos de productores de pequeña escala y éstos puedan comercializar sus productos por diferentes canales según vayan creciendo en producción o agrupación. En los próximos años será importante crear las condiciones para que cadenas cortas y mercados alternativos puedan crecer, para lo que se necesitará no sólo de productores y consumidores comprometidos, sino de espacios y políticas públicas que reconozcan su función y los apoyen.
Campo, ciudad, campo: Los jóvenes y Eduardo Correa Palacios Coordinador de la Red de Jóvenes de Slow Food México [email protected]
En la Ciudad de México existe una creciente inquietud de un amplio sector de la población joven por retornar hábitos de compra de alimentos sostenibles y de la mano directamente de quien los produce. Asimismo, hay un boyante movimiento de jóvenes emprendedores que deciden por convicción dedicarse al cultivo del campo y a la producción y comercialización de muy diversos productos alimenticios. Estos dos movimientos, donde los jóvenes juegan un importante papel en el contexto de la capital mexicana, tienen su punto de encuentro en los mercados o tianguis campesinos o de productores provenientes de diferentes entornos urbanos o periurbanos cercanos a la urbe. El movimiento de los mercados alternativos es emprendido y coordinado por personas muy jóvenes con una visión distinta al modelo agroalimentario predominante. Se promueve el consumo de alimentos cultivados desde la agricultura familiar a escala y las prácticas agroecológicas. Además, estos espacios cumplen una función muy importante en la construcción de lazos entre los productores y los consumidores, que según la visión de Carlo Petrini, fundador y presidente de la asociación internacional Slow Food, nos ayuda a convertirnos en “co-productores” de quien nos los brinda directamente. De esta manera, también nos estaríamos haciendo participes de un nuevo paradigma en la producción agroalimentaria y responsabilizándonos por el futuro de la misma. La interacción entre jóvenes co-productores conscientes y jóvenes productores de alimentos ecológicos tiene ya una dinámica muy pujante en esta ciudad. Aunque los mercados o tianguis alternativos o de productores sólo sean una de las muchas formas que pueden adoptar los circuitos cortos de comercialización, son la expresión más discernible en cuanto se trata de espacios donde son directamente los productores quienes ponen a la venta su producto al público en general. Esta interacción favorece también un reconocimiento entre el ámbito del campo y el de la ciudad, permitiéndonos tomar conciencia al respecto del origen de nuestros alimentos, el trabajo que involucra producir de manera limpia y por ende el valor económico real de los productos. También contribuye de manera importante a la seguridad alimentaria de una megalópolis como la Ciudad de México, ya que muchos de los alimentos que se pueden adquirir en estos mercados son de productores localizados dentro de la misma ciudad. Un reciente estudio de mercado a escala nacional realizado por la agencia Nielsen, muestra una preferencia de los consumidores mexicanos por los productos frescos de hasta un 75 por ciento en algunos alimentos específicos de negocios o marcas locales. La Población Económicamente Activa (PEA), según datos oficiales del 2016, está integrada por poco más de 50 millones de mexicanos, con una edad promedio de 39 años. Estas cifras cuando se analizan juntas, nos ayudan a visualizar el potencial que pueden llegar a desarrollar los circuitos cortos de comercialización y la importancia económica que tienen los jóvenes en las dinámicas de producción y consumo de alimentos, convencionales o alternativos, pues la PEA es en promedio joven y los patrones de consumo de alimentos frescos están fuertemente orientados hacia lo local. Este intercambio directo que existe entre el campo y la ciudad no sólo ayuda a erradicar los vicios del intermediarismo y a mejorar las relaciones entre quien consume los alimentos y quien los produce, poniendo alimentos frescos y de gran calidad directamente en nuestras mesas. También, y con el emprendimiento y la consolidación de nuevos proyectos de comercialización directa, se está ampliando el puente en ambas direcciones entre estos dos ámbitos, ya que no sólo la ciudad se abastece de alimentos de la mejor calidad posible, sino que también el campo, al poder fijar el precio de su producción de manera independiente a la Gran Distribución Comercial, está comenzando a ser mucho más que un modo de supervivencia; se convierte en un modo de vida y en una opción económica real para jóvenes campesinos, productores y emprendedores que buscan más que una relación económica con sus clientes; buscan una relación solidaria y el bien común entre producción y consumo. La participación de los jóvenes en los circuitos cortos de comercialización, al crecer como una opción digna y redituable de empleo, puede dar paso también a que más y más jóvenes vuelvan a considerar a la producción de alimentos y al cultivo del campo como una opción para poder tener un desarrollo sostenible que les permita permanecer en sus territorios de origen, preservar una identidad cultural arraigada en el campo y emprender nuevos proyectos que añadan valor al patrimonio biocultural de las propias zonas urbanas y periurbanas de la Ciudad de México, fomentando así también que se cierre poco a poco la enorme brecha generacional que hoy día existe en nuestro campo. En el estudio de mercado citado arriba, se habla también acerca de la prevalencia que la tecnología, en específico del internet, tiene en la decisión de compra de los nuevos consumidores mexicanos. Nos dice que 55 por ciento de los encuestados utilizan el internet para hacer una búsqueda previa y partiendo de ahí basan su decisión final de compra. También nos dice que 56 por ciento de los encuestados considera que puede encontrar mejores precios que en tiendas físicas de su comunidad, al mismo tiempo que un 51 por ciento cree que es más conveniente realizar sus transacciones por internet. Estas cifras son particularmente relevantes para el contexto de la Ciudad de México, donde se han concentrado históricamente las fuentes de empleo y se tiene un mayor poder adquisitivo en comparación con el promedio nacional. Este hecho prácticamente obliga a quien esté interesado en formar parte de estos circuitos cortos de comercialización a considerar una clientela más joven e informada, con acceso a internet y por ende a un mayor número de opciones. Respondiendo a esta creciente realidad, Slow Food ha puesto en línea una aplicación llamada Slow Food Planet, conceptualizada como un amigo en tu bolsillo que te puede hacer recomendaciones de dónde poder encontrar alimentos provenientes directamente de los productores en mercados y tianguis alternativos, mercados convencionales, tiendas, restaurantes y diversos centros de venta y consumo. Lo único que se necesita es tener un teléfono inteligente con acceso a internet, descargar la app, seleccionar el área donde se ubica uno y buscar entre las recomendaciones divididas en tres categorías: Tiempo para Comer, Tiempo para Comprar y Tiempo para Mí. Esto es una respuesta muy puntual del movimiento internacional para hacer frente a esta nueva forma de compra y consumo de alimentos.
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