Recuerdos XXXI
n memoriam
(Debo establecer un paréntesis a las memorias de mis andanzas españolas, ya que más que una obligación, es todo un deber recordar a quien tanto aportó a la fiesta, hasta su misma muerte.)
Rodolfo Rodríguez El Pana.
¿Por dónde comenzar?
¿Por dónde terminar?
La vida y la crónica de su muerte anunciada, son verdaderamente fascinantes.
Fue único e irrepetible.
Y tan así fueron las cosas, que la mediocridad, la envidia y hasta el odio se unieron para combatir al tan personal torero.
¿Cómo fue que lo conocí?
En una soleada tarde dominguera, en la plaza de todos mis muchos amores y mis mil y un recuerdos, la más grande del mundo, en uno de tantos toros Juan Escamilla, estupendo banderillero y que como líder salvó a su agrupación de una casi total bancarrota, estaba sudando tinta china para banderillear a un difícil astado, no tuvo más remedio que poner tierra de por medio –que el miedo no andaba en burro– dejando que los palitroques cayeran a la arena, cuando, de pronto, saliendo literalmente a gatas del burladero de matadores, un espigado joven se hizo de ellos y citando en corto a la fiera le clavó un par al cambio que puso de pie a la totalidad del graderío.
No podía creerlo.
Comunicarse de tal manera con el respetable
–que a veces no lo es tanto–, solamente un privilegiado.
En ese momento recordé que mi padre me comentó que el gran Rodolfo Gaona con un solo par de banderillas volvía loca a la afición.
¿Quién era éste?
Pregunté de inmediato a mi amigo Luis Briones, asesor de la autoridad, por el nombre del sobresaliente. No recuerdo las generales
que me dijo y así lo consigne en mi crónica y todavía más me impresionó el maletilla aquel cuando, montera en mano, saludó a la cerrada ovación del cónclave y noté que a guisa de añadido traía un moño parecido a los que solía utilizar la esposa de un presidente de la República.
El resto del festejo transcurrió sin pena ni gloria y, al dictar títulos y sumarios de la corrida, incluí: grata impresión de un sobresaliente
.
Y vino la corrección.
El lunes, a primera hora de la mañana, el telefonazo de quien se identificó como irredento aficionado y que me pidió escribiera, en la siguiente edición de El Redondel, una aclaración: que el nombre del sobresaliente era Rodolfo Rodríguez, a quien apodaban El Pana, ya que por un tiempo había trabajado en una panadería. Agradecí la llamada y le pregunté si sería posible entrevistar al panadero y me respondió que me llamaría.
Lo que siguió, parece ser producto de mi personal fantasía, pero todo fue y es verdad, porque así lo fue. Los teléfonos no cesaron de sonar toda la mañana y parte de la tarde preguntando por el héroe
de la jornada dominguera y, tan así las cosas, que no hubo más remedio que programarlo para dos o tres domingos después, ya como base indiscutible del cartel.
Bien, haciendo memoria, el irredento aficionado
cumplió su dicho y un jueves por la tarde, llegó El Pana a las oficinas de El Redondel.
Mucho nos dijo y nada calló: Rodolfo Rodríguez González (a) El Pana nació en Apizaco, Tlaxcala, el 22 de febrero de 1952. Al preguntarle por su padre, me dijo que había sido perjudicial
.
–¿Qué es eso?
–Agente de la policía judicial y por eso se lo escabecharon
.
–¿Qué edad tenías entonces?
–Era apenas un becerrito.
–¿Fue entonces que comenzaste a trabajar en una panadería?
–Sí, para ayudar a mi jefecita
.
–¿Tenías ya la idea de ser torero?
–Todavía no me picaba la araña. Fue poco después cuando fui de mosca
a una novillada en mi pueblo que llegó el veneno.
–¿Anduviste en la legua?
–Uff, de aquí para allá, matando animales bien cacheteados
(toreados) y lo peor es que los empresarios que visité me pedían, fotos, programas y recortes de prensa, como si fuera yo figura del toreo.
–¿Y cómo fue que toreaste por vez primera?
–Supe de un festival para principiantes, así que fui, me inscribí y cuando me pidieron una lana
para torear, los mande a..., pero la verdad es que los muchachos de la panadería me hicieron fuerte; me caí con la pachocha
y comencé a sonar
algo, no muy fuerte.
–¿Quién te enseñó los primeros rudimentos de la lidia?
–Un señor que no quiero nombrar, me vio en el festival y me dijo que me iba a ayudar y, sí, algo me ayudó, pero también me ayudaba quitándome mi poca marmaja
(dinero).
Continuará...
(AAB)