or lo visto, hacía tiempo que Clarisa Landázuri no bajaba a la ciudad pues, en su más reciente colaboración en La Voz Brava, da cuenta de su asombro al ver lo que la autoridad correspondiente ha hecho en el camellón de avenida Revolución sur. Según esto, para impedir que el peatón o el ciclista o un jinete o una ambulancia o una patrulla o un autobús de servicio público o un perro o un automovilista osado crucen la avenida a media calle, o para forzarlos a atravesar en las esquinas, en las líneas indicadas o medio indicadas sobre el asfalto, se alcance a ver su pintura o no, o con la señal del semáforo, o con un letrero que lo permita, lo que ha hecho es poner ataúdes de cemento, alineados uno al lado del otro a lo largo del camellón, alternando si planos contra el piso o si diagonalmente alzados, que luego han ido llenando de piedras. A Clarisa todavía le tocó ver algunos vacíos, para colmo con el fondo pintado de negro, como a la espera de ser ocupados por un cadáver (tras otro). Clarisa comenta que, si es cierto que como medida coercitiva la solución de los ataúdes de cemento pasa, se trata de un recurso tan antiestético y anímicamente tan repulsivo que resulta inaceptable.
Redondea el tema al recordar que en la ciudad ha visto otros ejemplos de esta misma disposición, pero ninguno tan falto de tacto, tan burdo, y quizá tan costoso, como éste. Es cierto que los contenedores de plantas o flores, que cumplen la misma función de detener o desviar el paso acaban siendo basureros, y que las plantas o flores acaban por marchitarse a falta de mantenimiento, pero por lo menos, al verlos, no son directamente asociables a la muerte, que no es un pensamiento que precisamente eleve el ánimo de los ciudadanos que de un modo u otro transitan por la avenida. Clarisa recuerda unos bloques de cemento dispuestos en variadas posiciones en algunos tramos de la avenida Reforma que, aunque feos, son útiles para la causa, así como una estructura de fierro, también horrible, que impide el tránsito de los peatones a medio camellón de la avenida Insurgentes sur. Pero piensa que, además de que pasan por su utilidad y a pesar de la falta absoluta de gusto estético que reflejan, no despiertan el recuerdo de la muerte en quien sea que los vea, y se pregunta si los peatones desordenados los esquivan en su esfuerzo por civilizarse o sencillamente por feos. Asimismo menciona tramos de camellones en distintas avenidas enfilados con alambrados, algunos con púas, que, encima de grotescos, acaban desgarrados y por tanto descalificados para cumplir su empleo de detener y reorientar el paso de los peatones por las calles.
También se refiere a la reacción del ciudadano maleducado o inculto o incivil que se enfrenta a los loables intentos de la autoridad correspondiente de embellecer la ciudad mediante la instalación de esculturas. Las maltratan, las rayan, las pintarrajean, las usan de tendedero o como puedan las marcan con muestras de ignorancia, escarnio, intolerancia y deseos destructivos. Por tanto, Clarisa comprende que la autoridad correspondiente recurra a soluciones extremas aunque antiestéticas, no sólo para poner un poco de orden en las calles, sino, incluso, para proteger a todo paseante, ya sea a pie, a pata, sobre ruedas, a lomo, o motorizado; comprende, pero no acepta.
Por otro lado, Clarisa observó que existía en la ciudad, entre otras, un enorme aumento de hospitales de todo tipo, como si la evolución en vez de implicar el mejoramiento de la vida implicara el incremento de la enfermedad. Y se pregunta: ¿qué harían los médicos, las enfermeras, los hospitales, la industria farmacéutica y los laboratorios clínicos sin enfermos que atender? No ignora que una ley de la vida es morir; pero reflexiona ¿por qué el ser vivo debe morir por enfermedad o accidente o exterminio y no, como sería más aceptable, de muerte natural? Admira a la ciencia por ocuparse también de la prolongación de la expectativa de vida y, en este sentido, observa con gusto la proliferación de programas nutritivos y de planes destinados a mejorar la condición física mediante el ejercicio; pero no acaba de aceptar que, paralelamente, proliferen, no las bibliotecas, no los centros de estudio, no las galerías de arte, no los cines, los teatros y las salas de conciertos, sino las plazas comerciales y los ataúdes en Avenida Revolución sur.