a decisión de los ciudadanos británicos de abandonar la Unión Europea (UE) provocará cambios importantes en la economía global. Entre las explicaciones que se han ofrecido destaca que los trabajadores británicos asumieron que si su decisión iba a provocar pérdidas económicas éstas serían de los ricos y, particularmente, de los banqueros. Esta razón, seguramente relevante, pudiera trasladarse a la próxima elección en Estados Unidos, donde algunos sectores señalan que Clinton es la candidata de Wall Street, así como a la elección francesa luego de la reforma laboral de Hollande. En el fondo de esta consideración está la enorme concentración del ingreso que se ha generado desde la aplicación de las reformas de mercado.
Se ha documentado profusamente la brutal concentración del ingreso en el uno por ciento de la población y, más acusadamente en 0.1 por ciento. Este pequeño grupo de las diferentes sociedades, como la británica, la estadunidense y la mexicana, se ha apropiado de partes crecientes del ingreso nacional, a costa del bienestar de grandes segmentos de las poblaciones. Los discursos de las nuevas derechas, como Trump, Le Pen y muchos más, se nutren de las consecuencias vividas por amplios grupos de trabajadores que perdieron sus puestos de trabajo por la relocalización de los procesos productivos hacia zonas de bajos salarios. Estas pérdidas de puestos de trabajo, sin embargo, implicaron incrementos significativos en las ganancias de los dueños de las empresas.
Se trata, como se podrá entender, de una nueva forma de globalifobia. No la que se desarrolla desde la resistencia de grupos de los países emergentes, que enunciaron que otro mundo era posible. Un mundo caracterizado por la solidaridad y la inclusión, opuesto precisamente al apropiamiento privado del excedente. Esta nueva globalifobia propone regresar a los tiempos en los que las empresas localizadas en las metrópolis exportaban mercancías manufacturadas a los países periféricos. Estas exportaciones eran producidas en aquellos países y, por ello, generaban puestos de trabajo que se remuneraban en condiciones adecaudas a patrones salariales que permitían que el sueño americano se concretase. Ese sueño americano se evaporó con la globalización neoliberal y ahora se busca reditarlo.
Este replanteo de la globalización, por supuesto, se acompaña del rechazo a la migración. Los migrantes laboralmente se localizan en estratos ocupacionales precarizados que, sin embargo, les remunera mejor que lo que conseguirían en sus países de origen. El planteo de que desplazan a los trabajadores estadunidenses o británicos no se sostiene, pero combinado con cuestiones de seguridad se convierte en un argumento político que resulta convincente para los trabajadores desplazados. El discurso de los ingleses que llamaban a salir de la UE, o de los que apoyan la candidatura de Trump, propone regresar a una etapa anterior del capitalismo, a un mundo que fue posible y que les favorecía.
Hay, por supuesto, otras razones para explicar el triunfo del Brexit. En el ámbito europeo quienes han dirigido la UE han concentrado sus esfuerzos en el control del déficit público, lo que ha obligado a reducir el gasto. De esta manera los recursos públicos destinados al bienestar social se han visto afectados. En el establecimiento del mandato de la austeridad han participado las corrientes políticas europeas tradicionales, es decir, la democracia cristiana y la socialdemocracia. Por ello la revuelta de las nuevas derechas se dirige al establishment político, cuestionando los intereses que están detrás de decisiones como las instrumentadas contra el gobierno griego de Syriza y contra el electorado que rechazó el programa de austeridad diseñado por la troika.
De consolidarse esta globalifobia, la perspectiva para nosotros es muy complicada. Los planteos proteccionistas de Trump y sus amenazas de construir un muro que selle la frontera que compartimos, dan cuenta de un propósito mayor: reubicar todo lo que manufacturamos en México para la industria estadunidense en Estados Unidos, lo que implicaría que desaparecieran cientos de miles de empleos en nuestro país. Además, su política migratoria expulsaría a centenas de miles de mexicanos que trabajan ilegalmente, los que carecerían de alternativas laborales en nuestro país. La pregunta obvia es: ¿qué está haciendo el gobierno mexicano para prepararse ante la posible llegada de Trump?
Esperar que no ocurra no parece una buena opción. Por lo pronto, lo que habría que plantearse es que se requiere enfrentar unidos esta amenaza. Consecuentemente habría que eliminar los focos conflictivos internos que existen para estar en condiciones de proponer un pacto político que ponga en el centro una propuesta para afrontar una nueva forma de recuperar lo que han perdido los trabajadores estadunidenses a costa de nosotros. Se trata de enfrentarnos juntos a otro mundo posible que será, sin duda, peor.