as piezas de Anish Kapoor en un sentido general, no necesariamente correspondiendo directamente a las que están presentes en la exposición en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (Muac) hasta fin de semestre, que sin duda han atraído ya y atraerán cada vez más visitantes, suelen ser grandes, hermosas e impresionantes, como indicó un espectador que asistió a la muestra que tuvo lugar en el Reina Sofía.
Entre las que se exhiben, las hay de esta índole, destacando quizá particularmente My Red Homeland, con la que –de acuerdo con el recorrido que se propone– termina el trayecto de la exposición en la sala 9, donde pueden verse otras piezas. No es que ésta se robe la atención, es que no podía haber encontrado mejor ubicación que la que depara ese ámbito y es sabido que el espacio, tanto como el tiempo, son los parámetros –en cierto modo inexistentes excepto para nosotros los seres vivientes de este planeta, y muy probablemente para varias especies animales–, pero no hemos podido entablar diálogo verbal con ellas, aunque sí conocemos en muchos casos sus reacciones.
La muestra no es una retrospectiva y sin embargo da cuenta de quehaceres tempranos del artista británico nacido en Bombay, desde los años 80 hasta ahora. Yo creo que no hubiera estado mal exhibir también algunas fotografías de sus obras más conocidas y controversiales, como la torre que comenta
Jonathan Glancey sobre la que Kapoor realizó, junto con Cecil Balmond: el Mittal Orbit en el espacio olímpico de Londres, que fue calificada de The godzilla of public art
. Al contrario de lo que pensó en ese mismo lapso la arquitecta Kathryn Finly, quien anotó como referencia analógica una columna trajana del siglo XXI
.
Lo que yo puedo decir es que cada espectador va a tener una respuesta distinta por más que uno lea ya sea el libro catálogo que el Muac produjo con apoyo de su patronato, del British Council, de Televisa y otras instancias, que es valioso no sólo por las ilustraciones, sino más aún por la recopilación de textos sobre el artista que contiene. Eso, además de bajar imágenes y resúmenes de la red.
La visión y las acciones o distancias que uno asume ante las piezas en vivo son indispensables para calibrar la exposición y hasta para conocer las intenciones del artista o comprobar que aun en vigilia y plena sobriedad, uno puede experimentar fantasmagorías, pues ciertas piezas extienden su volumen y uno se percata de que están, por decirlo de algún modo, fuera del continente
; entonces quiere tocar ese espacio, que parece no contenido en la pieza (pero uno no está seguro) y hay puro aire, lo mismo que sucede ante la sin título
de 1992, que es un doble marco de piedra arenisca en cuyo centro parece abrirse una cavidad que da ingreso a un vacío, pero no hay tal, es un rectángulo negro que invita a penetrar en su hondura, de modo ineludible.
Uno se aparta de allí tras ver otras piezas y se dice a sí mismo esta me está engañando, sí hay un espacio allí
. Ese es un ejemplo, otro es el de la gravitación, se recorre la mampara blanca y nada pasa, se aparta uno un poco de ella y ve algo así como una media esfera también totalmente blanca y volumétrica, se aleja dos o tres pasos y desaparece o al menos queda sólo su vestigio que parece la sombra de algo que antes estuvo allí. Una sombra.
Los espejos de diferentes índoles que masifican las dimensiones, la corporeidad de quienes se reflejan (pero no a la manera de los espejos deformantes) provoca decenas de acciones por los visitantes, que pueden tomar la exposición como el equivalente del espacio de un campo experimental científico o aun de un campo de diversiones. No hay tal, todo tiene su por qué y uno lo va entendiendo así desde el principio.
Yo me acercaba con terquedad a calibrar con la vista (está prohibido tocar) el espesor de una herida que parecería colgada del techo en una mampara, creía que se trataba de un pedazo de corteza muy alargada y vieja de la corteza de un árbol o una pintura suspendida con hilos finísimos e invisibles.
No, no era eso, se trata de un trabajo perpetrado en la mampara. La sección trasera de una obra muy reciente curva C
, refleja un bosque de desechos o protuberancias terrenales eruptivas que son de concreto y que pueden recordar a ciertos espectadores golosos los haceres de una pastelería monumental ideada por el Creador del Génesis para premiar a los bienaventurados que sí van al cielo.
Estas piezas un poco piramidales son de cemento y uno se pregunta cómo fueron hechas y cómo están transportadas al ámbito donde se encuentran.
Un asistente me dijo: “el cemento ha sido volcado desde una altura considerable, graduando las cantidades, las protuberancias se fueron haciendo solas (unas que estaban rotas se percibían vacías, otras son estríadas y las hay también estrelladas, todas son distintas, las dimensiones y el número de piezas es variable, en conjunto se titulan Ga Ga Ma y fueron efectuadas entre 2011 y 2012, se intuye que actualmente integran una instalación pero que pueden mantenerse como esculturas aisladas igual que las esculturas en basalto, en mármol y una en ónix que pueden observarse en la última sala.
Hay que prestar atención al cubo de acrílico que parece de cristal que contiene en su interior un objeto
que según el ángulo en el que se vea, se desplaza y se fragmenta.
Se trata al parecer de una burbuja que se formó dentro de ese cubo. Habría más que decir, los espectadores lo constatarán.