arece que se terminaron de cumplir plenamente los síndromes de la isla: la mayoría de los británicos, no obstante, las advertencias nacionales y mundiales, terminaron por abandonar el continente, para el caso la Unión Europea. Fue en verdad un resultado altamente sorpresivo, ya que las frágiles encuestas daban por hecho la permanencia de la isla en la unión, que por muchos motivos parecía la decisión más recomendable: en primer término por razones económicas, tanto individuales como colectivas: mayores y mejores posibilidades de trabajo, mayor comercio y, quiérase o no, una mayor prosperidad compartida. Los pronósticos veían mayor prosperidad en el conjunto que en el desgarramiento, aunque éstos, que resultaron una ligera mayoría, tuvieron una impresión contraria y por eso se retiraron. ¿Tendrán razón? Sólo el tiempo lo dirá.
Lo que resulta extraordinario es que uno de los grandes países contemporáneos, en este tiempo de economía globalizada, haya preferido un relativo aislamiento y hasta la autarquía, si se quiere, que seguir el curso dominante de una economía mundial que se globaliza más y aceleradamente. ¿Será tan catastrófica la decisión? No lo sabemos a unas cuantas horas del referendo, aunque, es verdad, bajan ya los mercados y las monedas en prácticamente todos los continentes; aunque parecemos todavía lejos del tsunami o de la catástrofe universal anunciada.
¿Soportará esta decisión Reino Unido, sin mayores conmociones, igual que soportó el mantenimiento de la milla o de la libra? No es imposible que sea así: Reino Unido siempre ha tomado alguna distancia de los aconteceres sociales del entorno y ha salido airosa de ese escape, ¿Por qué ahora no? Sin embargo, hay que advertirlo: los escritores que hasta ahora se han expresado hablan más bien de la concreción de una catástrofe, más que de una salvación.
Veremos qué resulta, pero el hecho grueso es que el mundo del conocimiento económico sigue lanzando advertencias que son bastante ignominiosas y amenazantes: recesión, falta de trabajo, crisis del sistema financiero, crisis tecnológica, caída abrupta de los intercambios comerciales internacionales ¿Se producirán tamañas catástrofes? Se deberá estar muy atento, como de seguro lo estará el propio Reino Unido.
Lo que sí sería una catástrofe mayor es que Reino Unido, país ejemplar por su prosperidad, se convierta de pronto en algo así como una réplica más de algún país del tercer mundo, con las profundas desigualdades que los distinguen, sobre todo por el poder sin freno que muestran las oligarquías. Es remoto, pero no imposible, por eso es que la vigilancia debe ser cercana y estricta. Aunque muchos dirán, seguramente con una importante dosis de razón, que Reino Unido ha sido desde su origen un país con enormes concentraciones de riqueza y con muchos sectores sociales abandonados también a su propia suerte. Es decir, un típico país capitalista, del cual Marx obtuvo muchas de sus más agudas observaciones científicas.
Por desgracia, me parece que Reino Unido encontrará como más inmediata salida el parapetarse en su estructura capitalista nacional, que lo llevará muchos años atrás en la evolución y madurez del propio sistema, lo cual implicará, para Reino Unido, una grave regresión histórica. En todo caso el proceso de unión entre países y eventualmente continentes, parece haber sufrido un golpe casi mortal. A pesar de que el panorama económico internacional no es muy alentador en ese sentido, la retracción de Reino Unido y su salida de la Unión Europea no son síntoma de una versión progresista del conjunto de la estructura económica mundial, sino más bien su contrario, es decir, que se fortalecen las estructuras nacionales autárquicas que en su versión más avanzada y reaccionaria dieron lugar a los imperialismos, incluso a los más agresivos. Es muy posible que la muy corta mayoría que votó por el Brexit haya pensado que necesariamente todo tiempo pasado fue mejor; en este caso es posible que tengan razón, en lo que no la tienen es en pensar que ese tiempo pasado puede revivirse a voluntad, lo cual verán que es imposible y que, por otros caminos, el de su asociación con la Unión Europea, si bien no los conducía a la situación anterior de bonanza y de dominio internacional sí sería capaz de proporcionarles un bienestar que será menor que el anterior, pero más aceptable que el de un futuro utópico regresando a un pasado imposible.
Por supuesto, ciertas instituciones del actual Reino Unido, como algunas referidas al seguro social en su sentido más amplio, y que eran orgullo merecido de esa nación, probablemente desaparezcan sin remedio en el nuevo estado de cosas, lo cual sería una gran lástima.
Tal vez la mejor prueba de que el referendo del pasado 24 de junio fue un enorme error político de una ligera mayoría de ciudadanos en Reino Unido es que, ahora, apenas pasadas 24 horas del hecho, ya hay grupos y corrientes que piden a su gobierno y a los de la Unión Europea repetir la votación y volver a hacer uso del derecho de decisión que efectuaron el pasado jueves.
Algunos articulistas, como John Carlin, escribieron ayer domingo (en El País) que la decisión resultó un acto enloquecido que pagarán caro los británicos (y también los europeos) y que muestran las graves limitaciones que tiene la democracia, cuando se deja a las masas decidir cuestión tan delicada, que era esencialmente de expertos.
Otros críticos de la medida subrayan el fondo xenófobo de la decisión y no dejan de compararla con perspectivas internacionales, como las de Jean-Marie Le Pen, en Francia, o las de Donald Trump, en Estados Unidos. El carácter xenófobo de esta decisión británica se contrasta con el voto mayoritario rechazando el Brexit de la mayoría de los votantes escoceses, que precisamente reciben una educación universalista y antixenófoba.
La mayoría de los editorialistas prevén ya un empobrecimiento británico y un aumento de sus desigualdades, así como idénticas catástrofes, en diversas, proporciones, para los europeos en general.