l deporte es glorificado desde la Antigüedad. Innumerables son las odas en honor de los vencedores o las esculturas que magnifican los cuerpos de los atletas. En la actualidad, las cosas son diferentes. Adiós a Praxiteles: las imágenes de la televisión toman el lugar de los escultores. Adiós a Píndaro: ningún poeta osaría pretender rivalizar con las improvisaciones líricas de los cronistas deportivos, quienes dominan, a gritos, el arte de tener en vilo a sus auditores.
La Copa de Europa de futbol ha, pues, invadido las pantallas de televisión. En Francia, a pesar de una situación de crisis política bastante grave y la muerte de un policía y de su esposa, asesinados en su domicilio por un terrorista, nada detiene el oleaje ininterrumpido de los medios de comunicación, los cuales pasan sin transición de una ceremonia fúnebre en honor de las víctimas a la transmisión de un jubiloso partido de futbol. Así, los franceses pueden ver, por la mañana, a François Hollande presidir la ceremonia con un rostro grave, y, al atardecer, instalado en la tribuna presidencial del estadio para asistir al match de futbol con una cara risueña. Personas de mala fe o simples burlones se preguntan si están viendo a un presidente o a un comediante capaz de actuar, uno tras otro, todos los papeles del repertorio teatral. Y esa observación siembra una duda. ¿En qué o en quién creer? ¿En el rostro grave o en la cara sonriente? La vida, ¿no es acaso sino un teatro donde cada quien actúa un papel? Este tipo de cuestiones no es el más propicio para reforzar la confianza, ya tan limitada, que se otorga a los hombres políticos.
Tragedia y comedia se suceden, las cosas cambian, un nuevo fenómeno parasita ahora el desarrollo de cada match de futbol en Europa, y particularmente en Francia, donde tiene lugar en estos días la Eurocopa. Se trata de los hooligans. La palabra es inglesa ya que, en principio, designaba a los aficionados fanáticos o porros británicos conocidos por su violencia. Año tras año, este fenómeno ha ido agarrando tal fuerza que hoy se ha vuelto un elemento mayor del espectáculo. Son hordas de partidarios que permanecen en grupo antes, durante y después de los partidos con el pretexto de alentar a su equipo. Pero cada nación alienta a su manera.
Por ejemplo, los rusos no lo hacen como los ingleses, lo cual abre un vasto campo de estudios que permite comparar la sociología de cada país, el grado de nacionalismo y de violencia de los distintos grupos, la eficacia o ineficacia de los servicios de seguridad, las consecuencias internacionales y geopolíticas de verdaderas escenas de guerra que se producen en tiempos de paz y a la vista de todo el mundo gracias a la televisión. Este estudio puede competir con análisis de expertos especialistas deportivos. Cuando se observa que los hooligans rusos no tienen nada en común con los antiguos hooligans barrigones, ebrios, que manifestaban su enorme tontería con orgullo, sino que son jóvenes fornidos, sobrios, entrenados militarmente, se comprende que el deseo de guerra y homicidio se ha apoderado de estos extraños aficionados. ¿Dónde queda el deporte? Un analista historiador pretende que, desde su origen, el futbol no ha sido sino una representación simbólica de la guerra. Puede recordarse un match entre El Salvador y Honduras que terminó por desencadenar actos de guerra y miles de muertos.
De todas las especies animales, la humana es ciertamente la más temible, y es sin duda a esto que debe su supervivencia. Su capacidad de destrucción es tal que amenaza las otras especies, el planeta y su propia existencia. Entre el deporte, el juego, el arte y la pulsión de muerte y destrucción es urgente decidir. Las manifestaciones de violencia que han rodeado la Eurocopa plantean esta alternativa.
¿Guerra entre civilizaciones o diálogo entre culturas, como lo propone el espíritu a partir del cual fue creado el Museo de Artes Primeras Quai Branly-Jacques Chirac?