ntre quienes han mantenido viva su demanda contra la reforma educativa está Sandra Díaz Martínez, maestra bilingüe de Chiapas. Sentada en una banca al lado del platón del jardín de la Ciudadela, la joven me cuenta que nació hace 27 años en la población de Cristóbal Colón, en el municipio de Ocosingo. Indígena tzeltal, cuya madre sólo estudió dos años de primaria y su padre hizo hasta la prepa. Él es maestro, pero no anda en el movimiento, dice que no hay que contradecir al gobierno.
“Siempre quise estudiar, desde chica; no es por nada, pero yo era una buena estudiante, siempre quise estudiar más que la secundaria, pero al terminar la prepa no sabía qué hacer. Estuve un tiempo en Mexicali viviendo con una tía que se fue allá a estudiar teología, en una escuela para ser pastores de las iglesias presbiterianas, pero no terminó. Mi padre también era presbiteriano, y luego se hizo católico, como mi madre; a mí esta religión me gusta más. Aunque no es la religión la que hace a las personas, sino las personas hacen la religión, pero los presbiterianos son, como le digo, son… muy tajantes, en especial con las mujeres: que no hagas esto, que no hagas lo otro. No nos dejan usar pantalón ni ponernos ropa diferente ni bailar ni nada. Muchas mujeres de allá no estudian, se casan jóvenes y a veces no terminan ni la secundaria. Yo desde un principio decidí que sí iba a estudiar, tenía la visión de salir adelante, de ser diferente a mi madre. Mira, ella, por ejemplo, sólo se dedicaba a la casa, a atender a mi papá... y mi papá es muy machista, no la deja salir, la regaña, si sale mucho tiempo ya la está cuestionando. Cuando éramos chicos nos pegaba, nos pegaba a todos, un poco fuerte. También le pegaba a mi mamá, antes, cuando éramos chicos, pero como fuimos creciendo, mis hermanos la defendían y nosotras también la defendemos. Esas ideas de que las mujeres no deben estudiar ya no van, hasta eso que mi padre tenía gusto de que yo estudiara. En otras comunidades son demasiado conservadores, pero en mi pueblo las muchachas salen a trabajar a las ciudades.
“Al principio quería estudiar biotecnología, por la importancia de la naturaleza era muy conveniente, pero mi papá ya no me pudo apoyar económicamente. Esperé la convocatoria para entrar al magisterio; lo intenté una vez y no pasé el examen. Al siguiente año logré lo que quería: presenté el examen en Tuxtla y ahí sí pasé, tenía 20 años. Yo fui la última generación de becarios, nos dieron oportunidad a jóvenes de estudiar en la UPN de Palenque. Todavía sin plaza, me mandaron a una comunidad que se llama Cuxulja, como a cinco horas de mi casa. Mientras estudiaba la licenciatura, de lunes a viernes daba clases en la escuela de Cuxulja; era un programa semiescolarizado. Ahí tenía alumnos de 3º y 4º de primaria, multigrado. Los libros de texto llegan tarde, pero llegan. En la escuela aprendí teóricamente, porque en realidad este oficio se aprende estando frente a los alumnos, trabajando en las comunidades. Ya he sacado a dos generaciones. Trabajé también en San Juan Cancuc, considerado uno de los municipios más pobres del país. Ahí hay mucha pobreza y alcoholismo, y son muy machistas. Las escuelas tienen piso de tierra, techos de palos y bancas dobles de madera; todo en muy mal estado, ni baños había; tampoco hay pizarrón, se trabaja con el libro, con hojas blancas y con marcadores. Lo más difícil es la lejanía y la pobreza de las comunidades, se tiene que caminar muchas horas para llegar; además hay falta de interés, el gobierno no le da importancia a las comunidades indígenas. Hay ocasiones en que una está orgullosa: recuerdo a una niña muy apática que tenía problemas en su casa, su papá maltrataba a su mamá; era una niña muy antisocial. Un día decidí ir a su casa para pedir apoyo a sus papás; ella no entendía el español porque nadie le había hablado, después de varios meses fortaleció el tzeltal y aprendió español, logré que amara el estudio y que conviviera con las compañeras; allá las niñas y los niños se sientan aparte, no se juntan. Yo les decía que todos éramos iguales, que los niños deben respetar a las niñas, y también ellas deben respetar a los varones.
“Porque de eso se trata la enseñanza: de indagar lo que pasa, de dar confianza a los niños y niñas. Yo soy madre soltera por decisión. A los 23 años me embaracé; mi novio quería casarse, pero yo no quería formalizar, yo no creo en el matrimonio. Por la vida que mi papá le dio a mi mamá desde joven yo decía: voy a tener un hijo sin casarme. Para eso tengo mi trabajo y cómo mantener a mi hijo. Durante 11 meses lo amamanté y lo llevé conmigo a mi trabajo, conseguí quien me lo cuidaran en la comunidad mientras yo daba la clase. Es difícil ser mamá y ser maestra, pero lo estoy logrando.
Decidí estar en el movimiento de la CNTE por muchas cosas. Nosotros como trabajadores nos damos cuenta de las necesidades; yo estoy de acuerdo en que nos evaluaran; si salgo mal en la evaluación, que me capaciten, pero que no me corran, que no pongan en riesgo un trabajo que hemos logrado con mucho esfuerzo. Este año no estoy frente a grupo, soy directora de la escuela Pedro López Ramírez, en El Sibal; ahí soy parte de un equipo de siete maestros bilingües, lo que es una gran responsabilidad, algunos padres de familia nos apoyan. Hacen falta más maestros en las comunidades, y esto tiene que ver con la reforma, porque ahora los contratan por dos o tres meses sin base, y luego ya no regresan. Con lo que pasó en Nochixtlán estamos más puestos a apoyar; lo que necesitamos es que nos escuchen y se pongan en nuestro lugar. Muchas organizaciones están pidiendo mejorar la situación de pobreza, todos estamos unidos: maestros, campesinos, padres de familia, personal de la salud, cosa que antes no se veía.
Nota: Todos a la marcha del silencio en apoyo al magisterio, este domingo 26 de junio a las 11 horas, del Ángel de Independencia al Zócalo. ¡Castigo a responsables de Nochixitlán! ¡Libertad a maestros encarcelados! ¡Diálogo comprometido!