l pasado domingo, 12 de junio, cuando se cumplió un mes de su gobierno interino, ejercido con aires imperiales, el interino presidente Michel Temer se reunió con sus hombres de interina confianza.
No se trataba de celebrar el Día de los Enamorados, conmemorado en esta fecha en Brasil, sino de evaluar, por enésima vez, si valía o no la pena hacer un pronunciamiento a la nación a través de una cadena de radio y televisión.
A lo largo de ese largo y agitado mes, Temer no osó aparecer públicamente ni una única y miserable vez. Sus ministros son abucheados por donde caminan, tanto en Brasil como en el exterior. Los gritos de golpista
y entreguista
componen la banda sonora de sus andanzas por donde sea.
Aquel domingo no se llegó a ninguna conclusión. Ni el lunes, menos el martes. El miércoles, por fin, surgió la solución: un pronunciamiento denunciando todos los errores y equívocos de la mandataria temporariamente apartada, Dilma Rousseff, y de su desastroso gobierno, del cual –nunca es demasiado recordar– el mismo Temer fungió como vicepresidente decorativo, y su voraz partido, el PMDB, fue el principal aliado.
Sería un discurso duro, convocando la urgente unión nacional, augurando mejores días, el fin de la corrupción desenfrenada y otras propuestas tan genéricas como vacías. Poniendo énfasis, claro, en un foco: de las impolutas manos de Temer nacería un futuro claro, cristalino, casi virginal. Habría un precio –alto precio– a pagar, pero al final todos seríamos felices, o casi.
La fecha para el pronunciamiento por cadena nacional de radio y televisión fue fijada para el pasado viernes, 17 de junio, a eso de las ocho de la noche.
Bueno, ni modo. En la víspera del pronunciamiento bombástico se supo que el ministro de Turismo, Henrique Alves, cuya trayectoria de bandolero contumaz es pareja a la de otros luminares del interino gobierno del interino emperador, fue atrapado. Cuentas secretas en Suiza, en fin, el mismo currículo de otros cómplices que conforman el golpe institucional cuyos brazos de pulpo se extienden por todos los asociados, del ex refinado y elegante presidente Fernando Henrique Cardoso al playboy de provincias Aécio Neves, derrotado por Dilma en 2014, para no mencionar al PMDB de Temer y toda su pandilla.
Y más: el mismo Temer aparece denunciado como parte del esquema de corrupción instalado en la Petrobras.
En lugar de luminoso pronunciamiento a la nación, lo que se vio fue al tercer ministro ser catapultado de su sillón. El tercero en 35 días, un promedio inédito. El ministerio de Turismo tiene importancia apenas relativa, pero Henrique Alves integraba el núcleo duro del golpe institucional.
Ayer sábado, se supo que otro ministro, el de Educación, Mendonça Filho, vástago de una dinastía podrida de la política brasileña, también será denunciado.
Hay que reconocer: no siempre se registra, en la historia del mundo, un gobierno que reúne tantos acusados de ser corruptos promoviendo un golpe institucional a nombre de la moralidad.
A cada día que pasa se hace más claro que todo eso no pasa de una farsa barata, patética, disfrazada de acto constitucional.
Temer, el ilegítimo, no osa aparecer en público, a menos, claro, que se trate de un público especialmente domesticado. Siquiera se atreve a una cadena nacional de radio y televisión.
Las clases medias, idiotizadas por los medios oligopólicos de comunicación, están atónitas: se dieron cuenta de haber sido manipuladas como masa de maniobra por parte de lo que de peor y más antiguo existe en la podrida clase política brasileña.
La izquierda, a su vez, trata de resistir, y resiste. Sin embargo, la gran incógnita está centrada en el ex presidente Lula da Silva, quien se retrae –excepto por breves apariciones públicas, siempre multitudinarias– como quien espera que el escenario se aclare aunque sea un poquito para entonces decidir cómo actuar.
Las denuncias de corrupción se suceden en monótono aluvión. Y más, mucho más vendrá cuando se conozcan las confesiones de los grandes empresarios detenidos.
Lo único que parece funcionar son los avances del equipo económico, un bando de neoliberales extremistas dispuestos a exterminar el Estado en el menor plazo posible. Conquistas sociales alcanzadas a lo largo de los últimos 13 años caminan céleres hacia la guillotina.
A cada día que pasa queda más y más claro que Temer, el ilegítimo, no logrará mantenerse en el poder.
El juicio a Dilma Rousseff sigue en el Senado, cumpliendo los requisitos constitucionales. Pero hasta ese trámite defrauda a los golpistas: a cada sesión queda claro que no hay la menor justificativa para todo ese enredo. Hasta los que declaran como testimonios de acusación a la mandataria apartada reconocen que no hay crimen de responsabilidad cometido, o sea, que no hay justificativas para defenestrarla.
Mientras, Temer, el ilegítimo, luce aires imperiales, destroza la política externa de los últimos 13 años, las políticas sociales alcanzadas, amenaza con una fiebre de privatizaciones, y así la cosa.
Hubo, sí, una buena noticia por estos días: Dunga ya no es el entrenador de la selección nacional.
Hay que admitir, en todo caso, que frente al caos instaurado por el golpe institucional, se trata de un alivio apenas relativo…