l discurso genera acciones. Puede ser que el asesino de 50 personas en Orlando o el asesino de la parlamentaria laborista hayan sido inducidos por las prédicas del Estado Islámico o de la derecha xenófoba. Pero el ambiente social que hace posible esos crímenes ha sido pavimentado por las derechas institucionales. Es el establishment republicano el que engendró a Trump propiciando, tolerando o impulsando el Tea Party grupo de radicales y extravagantes derechistas. Ese mismo establishment se hizo de la vista gorda cuando en una notoria campaña racista se cuestionaba el lugar de nacimiento de Obama. Por su parte, el partido conservador británico y su líder y primer ministro del Reino Unido ha tolerado campañas y ataques racistas continuos. Más grave es un oportunista cálculo electoral que puede resultar contraproducente con el impulso al referendo sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
El discurso del odio genera crímenes. Mientras las investigaciones avanzan respecto del criminal de Orlando, lo indiscutible es que amparado o no en el terrorismo, su ataque a un bar gay y el asesinato a mansalva de tantos inocentes es claramente un crimen de odio que debiera precaver a todos aquellos individuos, partidos o iglesias que, o creen que las palabras no tienen consecuencias o que precisamente porque saben que sí tienen consecuencias, usan una retórica del odio.
Pretextos para encubrir realidades. No se que sea más zafio: creer que por su condena a los matrimonios gays y a la iniciativa presidencial respectiva, los votantes se volcaron en contra del PRI y a favor de ese dechado de virtudes cristianas que triunfó en las recientes elecciones. O usar el petate de la iniciativa presidencial sobre el matrimonio igualitario para encubrir las verdaderas causas del rechazo ciudadano. O usar nuevamente de pretexto la iniciativa sobre matrimonios igualitarios o las reformas sobre el uso de la mariguana para encubrir un acto de rebeldía contra el presidente. Como señalara mi colega Jorge Javier Romero, ahora resulta que el presidente es visto, por una parte significativa del PRI, como un cartucho quemado que ya no reditúa electoralmente y tres senadores exhiben sin pudor sus coincidencias plenas con los atavismos de la curia
. No deja de causar pena ajena que un miembro destacado de ese coro de homófobos fue un fallido candidato presidencial víctima él mismo de esa ira prejuiciosa a la cual se suma hoy gozosamente.
Los culpables de la derrota electoral. Como dijo el clásico: no se hagan bolas. El PRI de los gobernadores que encumbró a uno de los suyos en 2012 hundió en estas elecciones al PRI. Los temas claves a partir de los cuales se entiende estas elecciones son corrupción, impunidad y desfachatez. Después de revisar el museo de los horrores de los gobernadores en activo, termina uno convencido que un ámbito que requiere cirugía mayor es el falso federalismo que sufrimos.
Los tres y medio polos. De las elecciones surge una mayor fragmentación en tres potenciales polos aglutinadores de coaliciones con otros partidos, con el pueblo o consigo mismos: el PRI, Morena y el PAN. El PRD no tiene la base electoral para encabezar una coalición pero si mantiene una intención del voto de 10 por ciento puede desempeñarse como bisagra en una coalición potencialmente ganadora.
No escuchan. Lo sorprendente es que en vista de las recientes votaciones en el Congreso respecto de las iniciativas anti-corrupción o la mariguana –ni menciono la iniciativa sobre matrimonios igualitarios que yace piadosamente en el baúl legislativo del olvido– no parecen haber tomado nota del mensaje de las elecciones.
Más allá de las elecciones oteamos un vacío. Autopistas como escenarios de crímenes y asaltos, linchamientos y justicia a mano propia, desfachatez de las élites económicas y una clase en el poder anonadada mientras el país se les deshace entre las manos.
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