18 de junio de 2016     Número 105

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

La utopía campesina

Milton Gabriel Hernández García Investigador titular del INAH

En 1974, Hugo Nutini, un antropólogo tristemente célebre por haber sido parte del Proyecto Camelot en Chile, pronosticó que las comunidades rurales de Tlaxcala se convertirían en mestizas en menos de 15 años, perdiendo centralidad la organización social, el sistema de mayordomías y el culto a los santos, y que el proceso de urbanización y proletarización avanzaría hasta hacer desaparecer al campesinado. De esta manera, se doblegarían los “últimos bastiones de resistencia tradicional”.

Aun cuando son relativamente acertados ciertos elementos de este pronóstico, luego de 42 podemos alegrarnos de que las ciencias sociales no siempre son buenas profetas. No sólo no ha desaparecido el campesinado, sino que, junto con la persistencia civilizatoria de los rurales de raigambre ancestral, en las décadas recientes se han experimentado nuevas formas de ser campesino, de revalorar el trabajo en la parcela y de construir alternativas de producción sin comprometer los cada vez más escasos recursos para las “generaciones que vienen detrás”.

Pero no sólo el trabajo estrictamente agrícola persiste. Muchas actividades campesinas han mantenido una continuidad impresionante en el tiempo, como el aprovechamiento del tequexquite, una sal mineral que surge en invierno a partir del proceso de sedimentación de la rivera de la laguna de El Carmen y en los humedales de Santa Ana Nopalucan. El saber ancestral de los tequixquiteros les permite realizar la recolección y producción como lo hicieron sus antepasados. Este mineral ha tenido un papel importantísimo en la historia tlaxcalteca, pues se ha utilizado como sal y ha formado parte de la dieta tradicional campesina. Aprovechado desde tiempos prehispánicos, en la actualidad sigue siendo de vital importancia para muchas familias. Para obtener el tequexquite se irrigan los terrenos y se remueve la tierra, hasta que éste aflora. En los terrenos en los que se obtiene, sigue habiendo una fuerte presencia de especies como el tule, los acociles, peces, las ranas y aves migratorias que llegan a reproducirse en los tulares y en las zanjas o bordos de los humedales (Hernández Rojas, 2015).

Ampliamente conocida es la presencia de Tlaxcala en un sinfín de ferias a lo largo y ancho del país en las que se vende el conocido “pan de fiesta”, elaborado en las comunidades de San Juan Huactzingo y San Juan Totolac. Los dos sanjuanes empezaron a producir y comercializar pan ante la insuficiencia de tierras para sobrevivir únicamente de la agricultura. Esta tradición implica la conjunción de elementos identitarios, de parentesco y de transmisión intergeneracional de los saberes familiares.

Pero además de la vigencia de un modo de vida basado en la comunidad campesina, en Tlaxcala podemos ubicar uno de los epicentros del movimiento agroecológico nacional y latinoamericano. Es precisamente en el municipio de Españita, donde desde la década de los 70’s, el Grupo Campesino Vicente Guerrero (GVG) se ha convertido en un referente importante en la promoción y defensa de la agricultura campesina sostenible, de la milpa y del maíz nativo. A lo largo de los años, esta organización ha ido ampliando su presencia territorial hacia los municipios de Nanacamilpa, Ixtacuixtla, Tlahuapan, Tepetitla e Ixtenco, entre las formaciones montañosas de Sierra Nevada Popocatépetl-Iztacíhuatl y al pie de La Malinche.

El surgimiento del GVG fue una respuesta para enfrentar las problemáticas que en aquellos años experimentaba el campesinado de la región, descendiente de la generación que había luchado por la tierra en los tiempos cardenistas. La “revolución verde” había iniciado en la región Puebla-Tlaxcala en los años 60’s y principios de los 70’s, implementando el uso de energía fósil, semillas híbridas, uso intensivo de agroquímicos, mecanización del proceso productivo con tractores y arados profundos, así como el uso de riego. La erosión producida por esta revolución agrícola se sumó a la histórica pérdida de suelo, que era notable a simple vista en el paisaje regional. Con la organización campesina se buscaba hacer frente a la precariedad productiva y a la pobreza que caracterizaba a la región en aquellos tiempos.

A partir de la revaloración de las semillas nativas de maíz y de los trabajos parcelarios para devolver al suelo la fertilidad perdida, los integrantes del Grupo decidieron no sembrar semillas híbridas o mejoradas de maíz ni utilizar agroquímicos, a pesar de que eran promovidos por los extensionistas por su capacidad para generar un alto rendimiento. Contrario a lo que pudiera pensarse, con la producción de maíz con semillas nativas, la utilización de abonos orgánicos y el trabajo cotidiano para recuperar suelo, la producción empezó a incrementarse progresivamente. En 20 años la producción de maíz pasó “de 400 o 500 kilos hasta cuatro o cinco toneladas de maíz por hectárea que se dan ahorita”.

El GVG ha desarrollado acciones agroecológicas y políticas desde los 80’s para combatir la degradación de los agroecosistemas. Ha mantenido un fuerte rechazo a la entrada de insumos industriales como fertilizantes, herbicidas e insecticidas, al mismo tiempo que promueve la introducción de nuevas tecnologías agroecológicas, materializadas en huertos biointensivos, en la restauración y conservación de suelos, en el manejo integrado de cuencas y otras acciones como la conservación de cuerpos de agua, rotación y asociación de cultivos, técnicas para la nivelación de suelos, empleo de terrazas, utilización de abonos verdes y orgánicos, conservación y mejoramiento de semillas criollas frente a semillas híbridas trasnacionales, entre otras. De fundamental importancia ha sido su contribución práctica a la “soberanía alimentaria”, ya que el GVG es una de las organizaciones que ha promovido su inserción en la agenda de los actores sociales que se oponen a los efectos negativos de la “revolución verde” y de la introducción de biotecnología en la agricultura.

Otro de los aspectos importantes del trabajo del GVG es la perspectiva, el posicionamiento y las acciones desde un punto de vista campesino sobre problemáticas globales como el cambio climático, los efectos de la emisión de gases invernadero, la erosión de la biodiversidad y la pérdida de recursos naturales. Al respecto, una de las acciones concretas que empezó a realizar la organización desde 1986 es la designación de la Zona de Reserva Campesina “El Bautisterio”, en donde desarrollan proyectos de reforestación, captura de carbono y recarga de mantos acuíferos.

El GVG busca la innovación constante de estrategias para la custodia y defensa del maíz criollo, a partir de mecanismos locales de fitomejoramiento, como la creación de los “fondos regionales de maíz nativo”. De esta manera, se han generado métodos campesinos para mejorar genéticamente las semillas nativas no sólo de maíz, sino de los elementos que componen a la milpa, como frijol, calabaza y chile, renunciado a las variedades mejoradas o híbridas que promueve el extensionismo rural convencional. A partir de la configuración de estas estrategias campesinas, el GVG se propone contribuir a evitar la erosión genética y fortalecer el acervo local-regional de semillas nativas, sobre todo en comunidades donde la diversidad no ha sido avasallada por la modernización agroindustrial.

Además de las acciones comunitarias, el GVG ha desarrollado estrategias de incidencia política, articulándose a las diferentes expresiones del movimiento en defensa del maíz criollo que en la década reciente ha tenido un importante crecimiento en México. Al respecto, ha sido vital su trabajo para que el Congreso del estado reconozca jurídicamente a Tlaxcala como “Centro de Origen y Diversificación Constante de Maíz”. En 2009, obtuvo el Premio a la Mejor Experiencia de Desarrollo Rural Sustentable que otorga la Asociación Mexicana de Estudios Rurales (AMER). Las ferias que organiza año con año cada vez cobran mayor fuerza. El 12 de marzo pasado organizaron la número 19, convocando a campesinos, organizaciones sociales y académicos que participaron en la exposición de producción agroecológica y en el concurso de comida tradicional tlaxcalteca basada en el sistema milpa. Este tipo de eventos se han vuelto ya una tradición que irradia a otros municipios como Ixtenco, en donde el 19 y 20 de marzo organizaron la Ngo r´o dethä (Feria del Maíz), en la que se realizó una fulgurante exposición de las variedades que “los campesinos y campesinas han resguardado y diversificado en el transcurso de cientos de años, haciendo de esta comunidad un santuario de los maíces de color”.

Otro importante proceso es el que podemos observar los días miércoles en Apizaco y los viernes en la ciudad capital, cuando se instala el colorido Mercado Alternativo de Tlaxcala, que es un espacio que los propios campesinos han logrado consolidar para comercializar sus productos agroecológicos de manera directa con los consumidores. Gracias al mercado, los campesinos han iniciado un enriquecedor proceso de diálogo que acerca al campo y a la ciudad, elimina el intermediarismo, ofrece alimentos sanos y sensibiliza a la población urbana sobre problemáticas socioambientales, soberanía alimentaria, salud comunitaria, cooperativismo, economía solidaria, comercio justo y consumo responsable, entre muchos otros principios en los que está inspirada esta gran experiencia que inició en julio de 2005.

En el mercado se ofrecen antojitos elaborados con los insumos que los mismos campesinos producen con prácticas agroecológicas: queso, nopales, lechugas, amaranto, miel, frutos de temporada, abonos orgánicos, pan integral, plantas medicinales y de ornato, pomadas de extractos de plantas, artesanías y muchos otros productos campesinos. Los y las integrantes del mercado alternativo se guían por valores como el respeto, la solidaridad, la equidad, el cuidado de la salud y del medio ambiente, la cultura y la identidad campesina, favoreciendo la transición de una agricultura convencional a una agricultura ecológica, libre de agrotóxicos.

Es el territorio rural tlaxcalteca la sede de la génesis y el desarrollo de un importante movimiento agroecológico que está desafiando el modelo dominante en el mundo rural, detonando importantes procesos comunitarios en defensa del maíz nativo, de la conservación de la agrobiodiversidad y las semillas, de la conservación y restauración de suelos, defensa del territorio, mercados alternativos, certificación orgánica participativa, etcétera.

El conjunto de experiencias que podemos caracterizar en este estado nos permiten entender la propuesta de importantes académicos como Víctor Manuel Toledo y Miguel Altieri, que han caracterizado a la agroecología como una ciencia, una práctica, un movimiento social y una forma de resistencia frente a modelos de desarrollo, abierta e implícitamente descampesinistas. El movimiento agroecológico tlaxcalteca es detonante de una multiplicidad de procesos sociales que se caracterizan no sólo por negar la tendencia dominante sino por crear alternativas desde el territorio comunitario, el diálogo de saberes, la construcción de una relación epistemológica simétrica, así como la búsqueda de una relación respetuosa con aquello que Occidente ha definido como “naturaleza”.

Deidades del maíz
en San Pablo Zitlaltepec

Cornelio Hernández Rojas

Durante cientos de años, el rostro del territorio tlaxcalteca ha sido el del maíz. Así lo demuestran su toponimia, que viene de la lengua náhuatl y que significa lugar de tortilla de maíz, y el glifo que simboliza la palabra Tlaxcala, consistente en dos cerros de donde emergen dos manos haciendo una tortilla.

La conquista española incorporó nuevas técnicas y cultivos, pero no pudo desplazar al maíz; este grano continuó siendo fundamental en la nueva matriz cultural. Algunos de sus usos sólo cambiaron en las formas; así, encontramos que las bebidas rituales y las ofrendas que antes se hacían a las deidades prehispánicas, con la implantación del catolicismo se empezaron a ofrecer a los santos y cristos que se veneran en diversos templos tlaxcaltecas y que en ocasiones fueron representados con figuras hechas de pasta de maíz.

El calendario litúrgico para celebrar a los santos patronos de las comunidades campesinas se ajustó al ciclo agrícola, procurándose que las fechas para las celebraciones del nacimiento, o de algún suceso que se considera trascendental en la vida del santo, coincidieran en lo posible con el calendario agrícola mesoamericano. Así surgió el calendario agrofestivo que está vigente hasta nuestros días.

A pesar del esfuerzo que hizo el clero –por medio de los franciscanos y luego del clero secular– para tratar de erradicar toda manifestación y reminiscencia de los rituales y creencias prehispánicas, las comunidades en el ámbito de lo privado continuaron con sus antiguas prácticas, lo que denota que el maíz y el hombre son una dualidad inseparable.

Una de estas costumbres que aún se conservan, aunque ya no como ejercicio comunitario, sino más bien en el plano de lo familiar, es el ritual de cosecha, conocido como “sacar la viuda”, que realiza en San Pablo Zitlaltepec la familia del campesino Isidro Burgos Rojas cuando concluye la pixca de la mazorca.

Es un ritual donde hombres y mujeres desempeñan sus respectivos roles, pero forman parte de un mismo acto. La función de la mujer consiste en dar forma a un personaje femenino llamado “muñeca” hecho con cañas secas de maíz, al que visten con papel crepé blanco a manera de blusa y un pliego de papel rojo como falda; encima de la blusa le acomodan un rebozo. Por último, le colocan el sombrero de una de las mujeres participantes.

La tarea de los hombres es cargar los costales llenos de mazorca sobre un remolque o cualquier otro medio que utilicen para transportar lo cosechado y que las mujeres decoran con flores y tiras de papel del mismo color de la indumentaria de la “muñeca”.

En un extremo del terreno, uno de los pixcadores detona cohetes y así lo sigue haciendo durante todo el trayecto del campo hasta la casa del dueño del terreno que se terminó de pixcar. Al llegar a la casa, las mujeres bajan la “muñeca” y una de ellas la carga y se dirige bailando al interior de la casa, después los hombres descargan un costal con mazorca y lo llevan bailando hacia donde están danzando con la “muñeca” El resto de los presentes forman dos filas para que en medio bailen quienes cargan la “muñeca” y el costal con mazorca.

Al terminar el baile y después de un discurso de agradecimiento, colocan a la “muñeca” en la cabecera de la mesa y le ofrendan cerveza y comida, al igual que lo hacen con los asistentes.

Respecto al significado de la “muñeca”, un vecino de la comunidad menciona que algunas personas creen que representa a la pixcadora, mientras otras opinan que simboliza a la madre tierra.

La interpretación de don Isidro Burgos Rojas considera que el maíz tiene características femeninas y masculinas, la primera hace referencia a la planta y la segunda a la mazorca, por eso la planta pierde su complemento masculino quedando “viuda” –similar a marido y mujer, el pixcador es el hombre, pero dado que ya se terminó de pixcar es como si se muriera, ya no está, entonces la mujer se queda viuda–. Este comentario permite suponer que en la cosmogonía prehispánica la “viuda” es la representación de la planta que en su etapa joven equiparaban con Xilonen, la diosa del maíz tierno.

A manera de hipótesis, es posible que la “muñeca” que aún representan en San Pablo Zitlaltepec sea el símbolo de las dos deidades femeninas mesoamericanas relacionadas con el maíz, Xilonen-Chicomecoatl, y el costal pudiera ser el de Cintéotl.

 
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