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El cultivo agroecológico del Guillermo Aragón Loranca UATx [email protected] Altzayanca, al oriente de Tlaxcala, a dos mil 600 metros sobre el nivel del mar, conformada por mesetas y lomeríos y con condiciones climáticas extremas, contó desde la Colonia con numerosas haciendas cerealeras, ganaderas y pulqueras. La producción de pulque fue su base económica hasta 1960, cuando declinó el consumo de la bebida. Ante la crisis, los campesinos de la región encontraron como alternativa de sobrevivencia el cultivo del durazno y crearon la variedad comercial Oro Tlaxcala. Esto detonó una reconversión productiva: el maguey fue reemplazado por huertas de durazno, que registran una cobertura de siete mil 606 hectáreas (al 2010). El cultivo comercial de la fruta está determinado por un modelo que requiere gran cantidad de agroquímicos, equipo, infraestructura y tierra, con altos costos económicos y ambientales. Frente al modelo tecnificado, se ha generado una opción agroecológica que integra avances científicos con saberes campesinos, para una producción de alimentos sanos y excedentes comercializables, y con respeto a los ciclos y los límites de la naturaleza. Inocencio Guerrero Salinas, docente-investigador de Agroecología en la Universidad Autónoma Chapingo, comenzó desde 2005 a transformar una parcela de 1.7 hectáreas en San José Pilancón, para recuperar la fertilidad natural del suelo y establecer un cultivo agroforestal intensivo de durazno. La propuesta, aplicable a otros frutales: manzana, tejocote, nuez, chabacano y pera, consiste en establecer un huerto-vivero que combina la milpa tradicional (maíz con frijol, haba o calabaza) con los frutales, sin que entren en competencia por los nutrientes. El agroecosistema se basa en cepas-zanjas trazadas en curvas de nivel, de medidas variables (120 metros de largo, por 70 centímetros de ancho y 1.50 metros de profundidad), llenadas con composteo in situ, a partir de los elementos con que se cuente en el terreno (ramas, estiércol, esquilmos de cosecha, arvenses) y adicionados con otros externos: arena, paja, estiércol, lombricomposta, carbón, zeolita, roca fosfórica y tierra. A todo ello se adiciona agua en abundancia y luego se siembran directamente las semillas de duraznos criollos de la región, dejando que las condiciones bioclimáticas seleccionaran las plantas más adaptadas y resistentes, mismas que después servirán de patrón para injertar las especies deseadas. Este laborioso proceso logró mantener la humedad del suelo, incluso en tiempo de sequía, pues las precipitaciones son escasas e irregulares, así como disponer de nutrientes suficientes, por más tiempo y para todas las plantas cuya raíz crece directamente hacia el fondo de la zanja, lo cual evita la competencia con las siembras de la milpa. Cumplidas estas condiciones, los árboles se plantaron a una distancia de 50 centímetros uno de otro, intercalada entre ellos una leguminosa (palo dulce) fijadora de nitrógeno. Esto significa que en una hectárea se pueden establecer tres mil durazneros, dejando espacio suficiente para los cultivos de la milpa, pues las zanjas se establecen con seis metros entre ellas. En los huertos convencionales, las plantas se siembran en cepas individuales con tres a cuatros metros entre planta, lo cual permite una densidad de 600 a 800 árboles por hectárea. El agroecosistema alternativo se complementa con zanjas captadoras de lluvia y colmenas que, además de fabricar miel, permitirán una buena polinización y amarre de frutos. Al disponer de humedad y nutrientes suficientes, las plantas crecen sanas y fuertes, más resistentes a plagas y enfermedades. Con estas ventajas, el modelo cumple con las condiciones necesarias de un agroecosistema tendiente a la sustentabilidad, en la medida en que se aprovechan los ciclos de los minerales y de los procesos biológicos, y se hace un uso eficiente de la energía y de los nutrientes, conservando y fomentando la biodiversidad de los ecosistemas. El modelo ha sido evaluado y validado por diferentes tesis de licenciatura y de maestría desde los parámetros académicos, pero principalmente está siendo evaluado por los productores participantes en el proyecto, que han sido testigos de su funcionamiento y empiezan a replicar el proceso en sus parcelas; sus experiencias aportarán un juicio definitivo sobre la viabilidad del cultivo del durazno desde esta perspectiva agroecológica, como una opción más para su unidad campesina de producción, con lo cual podrán mejorar su alimentación y sus ingresos, utilizando menos recursos y respetando a la Madre Tierra. El origen de los suelos en
Contaban los abuelos que hace mucho tiempo, cuando el niño Jesús iba a nacer, la virgen María y san José pasaron por nuestro pueblo. Mientras avanzaban, se dieron cuenta que la gente estaba sembrando sus tierras. Así, cuando encontraron a los primeros, les preguntaron qué era lo que hacían, y aquéllos, molestos porque estaban cansados y trabajando bajo el rayo del sol, dijeron: “sembramos piedras”; san José les dijo que vinieran al otro día para recoger su cosecha, y la respuesta fue de burla. El camino continuó rumbo a la montaña. Allí encontraron a otros a quienes les hicieron la misma pregunta; contestaron: “zacaomite”. Nuevamente san José les pidió que vinieran al otro día a recoger el fruto. José y María encontraron a otro grupo, volvieron a preguntar y la respuesta fue “arena”. San José repitió lo dicho a los anteriores sembradores. Finalmente encontraron a un grupo de personas que se veían contentas y estaban por terminar su trabajo. San José les preguntó qué era lo que sembraban. Es vez la respuesta fue “sembramos nuestro maíz, el azul, el blanco, el rojo y el amarillo”. San José les pidió que vinieran a recoger su cosecha al siguiente día. Esa noche nació el niño Dios. Al otro día, cuando cada grupo de los sembradores llegó a ver su terreno, descubrió que las palabras de san José se habían cumplido: el primer terreno estaba lleno de piedras; el segundo, de zacaomite; el tercero, de arena, y donde dijeron que sembraban el maíz, la mazorca ya estaba lista para la pixca. *Nazario A. Sánchez Mastranzo obtuvo esta narración de la finada señora Rafaela Tlatelpa Montaño.
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