18 de junio de 2016     Número 105

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

El cultivo agroecológico del
durazno en Altzayanca: una
experiencia hacia la sustentabilidad

Guillermo Aragón Loranca UATx  [email protected]

Altzayanca, al oriente de Tlaxcala, a dos mil 600 metros sobre el nivel del mar, conformada por mesetas y lomeríos y con condiciones climáticas extremas, contó desde la Colonia con numerosas haciendas cerealeras, ganaderas y pulqueras. La producción de pulque fue su base económica hasta 1960, cuando declinó el consumo de la bebida. Ante la crisis, los campesinos de la región encontraron como alternativa de sobrevivencia el cultivo del durazno y crearon la variedad comercial Oro Tlaxcala. Esto detonó una reconversión productiva: el maguey fue reemplazado por huertas de durazno, que registran una cobertura de siete mil 606 hectáreas (al 2010). El cultivo comercial de la fruta está determinado por un modelo que requiere gran cantidad de agroquímicos, equipo, infraestructura y tierra, con altos costos económicos y ambientales.

Frente al modelo tecnificado, se ha generado una opción agroecológica que integra avances científicos con saberes campesinos, para una producción de alimentos sanos y excedentes comercializables, y con respeto a los ciclos y los límites de la naturaleza. Inocencio Guerrero Salinas, docente-investigador de Agroecología en la Universidad Autónoma Chapingo, comenzó desde 2005 a transformar una parcela de 1.7 hectáreas en San José Pilancón, para recuperar la fertilidad natural del suelo y establecer un cultivo agroforestal intensivo de durazno. La propuesta, aplicable a otros frutales: manzana, tejocote, nuez, chabacano y pera, consiste en establecer un huerto-vivero que combina la milpa tradicional (maíz con frijol, haba o calabaza) con los frutales, sin que entren en competencia por los nutrientes.

El agroecosistema se basa en cepas-zanjas trazadas en curvas de nivel, de medidas variables (120 metros de largo, por 70 centímetros de ancho y 1.50 metros de profundidad), llenadas con composteo in situ, a partir de los elementos con que se cuente en el terreno (ramas, estiércol, esquilmos de cosecha, arvenses) y adicionados con otros externos: arena, paja, estiércol, lombricomposta, carbón, zeolita, roca fosfórica y tierra. A todo ello se adiciona agua en abundancia y luego se siembran directamente las semillas de duraznos criollos de la región, dejando que las condiciones bioclimáticas seleccionaran las plantas más adaptadas y resistentes, mismas que después servirán de patrón para injertar las especies deseadas.

Este laborioso proceso logró mantener la humedad del suelo, incluso en tiempo de sequía, pues las precipitaciones son escasas e irregulares, así como disponer de nutrientes suficientes, por más tiempo y para todas las plantas cuya raíz crece directamente hacia el fondo de la zanja, lo cual evita la competencia con las siembras de la milpa.

Cumplidas estas condiciones, los árboles se plantaron a una distancia de 50 centímetros uno de otro, intercalada entre ellos una leguminosa (palo dulce) fijadora de nitrógeno. Esto significa que en una hectárea se pueden establecer tres mil durazneros, dejando espacio suficiente para los cultivos de la milpa, pues las zanjas se establecen con seis metros entre ellas. En los huertos convencionales, las plantas se siembran en cepas individuales con tres a cuatros metros entre planta, lo cual permite una densidad de 600 a 800 árboles por hectárea. El agroecosistema alternativo se complementa con zanjas captadoras de lluvia y colmenas que, además de fabricar miel, permitirán una buena polinización y amarre de frutos.

Al disponer de humedad y nutrientes suficientes, las plantas crecen sanas y fuertes, más resistentes a plagas y enfermedades. Con estas ventajas, el modelo cumple con las condiciones necesarias de un agroecosistema tendiente a la sustentabilidad, en la medida en que se aprovechan los ciclos de los minerales y de los procesos biológicos, y se hace un uso eficiente de la energía y de los nutrientes, conservando y fomentando la biodiversidad de los ecosistemas.

El modelo ha sido evaluado y validado por diferentes tesis de licenciatura y de maestría desde los parámetros académicos, pero principalmente está siendo evaluado por los productores participantes en el proyecto, que han sido testigos de su funcionamiento y empiezan a replicar el proceso en sus parcelas; sus experiencias aportarán un juicio definitivo sobre la viabilidad del cultivo del durazno desde esta perspectiva agroecológica, como una opción más para su unidad campesina de producción, con lo cual podrán mejorar su alimentación y sus ingresos, utilizando menos recursos y respetando a la Madre Tierra.


El origen de los suelos en
San Pablo Del Monte*


Foto: Nazario A. Sánchez Mastranzo

Contaban los abuelos que hace mucho tiempo, cuando el niño Jesús iba a nacer, la virgen María y san José pasaron por nuestro pueblo. Mientras avanzaban, se dieron cuenta que la gente estaba sembrando sus tierras. Así, cuando encontraron a los primeros, les preguntaron qué era lo que hacían, y aquéllos, molestos porque estaban cansados y trabajando bajo el rayo del sol, dijeron: “sembramos piedras”; san José les dijo que vinieran al otro día para recoger su cosecha, y la respuesta fue de burla.

El camino continuó rumbo a la montaña. Allí encontraron a otros a quienes les hicieron la misma pregunta; contestaron: “zacaomite”. Nuevamente san José les pidió que vinieran al otro día a recoger el fruto.

José y María encontraron a otro grupo, volvieron a preguntar y la respuesta fue “arena”. San José repitió lo dicho a los anteriores sembradores.

Finalmente encontraron a un grupo de personas que se veían contentas y estaban por terminar su trabajo. San José les preguntó qué era lo que sembraban. Es vez la respuesta fue “sembramos nuestro maíz, el azul, el blanco, el rojo y el amarillo”. San José les pidió que vinieran a recoger su cosecha al siguiente día.

Esa noche nació el niño Dios. Al otro día, cuando cada grupo de los sembradores llegó a ver su terreno, descubrió que las palabras de san José se habían cumplido: el primer terreno estaba lleno de piedras; el segundo, de zacaomite; el tercero, de arena, y donde dijeron que sembraban el maíz, la mazorca ya estaba lista para la pixca.

*Nazario A. Sánchez Mastranzo obtuvo esta narración de la finada señora Rafaela Tlatelpa Montaño.

Lo agrícola y lo festivo en
San Francisco Tetlanohcan

Jaime Enrique Carreón Flores Centro INAH Tlaxcala

En 2011 en Tlaxcala se aprobó la Ley de Fomento y Protección al Maíz como Patrimonio Originario, en Diversificación Constante y Alimentario para el Estado de Tlaxcala, que tiene como uno de sus principales objetivos la seguridad alimentaria de la población. Esto, en tiempos en que el neoliberalismo domina todas las formas posibles de comercialización y por supuesto promueve el uso de las semillas transgénicas.

Una de las consecuencias más visibles de la ley consiste en fomentar el cultivo de esta gramínea, así como establecer un conjunto de medidas para su clasificación y valoración que le justifiquen como patrimonio alimentario de Tlaxcala. En términos generales, la implementación de esta ley es un paso hacia el reconocimiento de la trascendencia del maíz; del conjunto de etno conocimientos –que se observan en la siembra, el cuidado del ciclo de desarrollo de la planta y la cosecha–; de los vínculos que guarda con los universos ritual y mítico, y de un extenso conjunto de aplicaciones de este grano en la vida diaria, en los alimentos, en remedios tradicionales y otros.

También hay que considerar que los saberes o etno conocimientos no se restringen a una cuestión tecnológica, pues la práctica del cultivo del maíz es una de las formas en que el humano se relaciona con el medio ambiente y expresa la importancia del espacio que habita por medio de otorgarle sentido a su territorio.

Un ejemplo es San Francisco Tetlanohcan, donde el cultivo del maíz se mantiene como elemento que otorga sentido a la dinámica social de la población, a pesar de que un alto porcentaje de ésta se encuentra trabajando en la ciudad de México o en alguna ciudad de Estados Unidos, lo cual tiene efectos económicos visibles en la comunidad.

El hecho de que la población tenga una economía diversificada –y con ingresos provenientes del exterior– no impide que el territorio ocupe un lugar esencial en los procesos de reproducción social; es más, promueve su integración a partir de los aspectos rituales que se suscitan en el ciclo de desarrollo del maíz. Así se observa en la fiesta de la Candelaria, día de la presentación y bendición de las imágenes de Niño Dios y de las semillas que serán cultivadas a lo largo del año. Esto es, la celebración de la fiesta es ocasión para expresar un vínculo metafórico entre la imagen y la semilla, y sobre este nexo habrán de concretarse un conjunto de relaciones sociales que involucran a los individuos de esta localidad, de modo que territorio, imágenes y hombres habrán de establecer una estructura que rija las relaciones sociales.

En San Francisco, el culto del Niño Dios ocurre a nivel doméstico y comunal y en los dos casos requiere de un padrino, quien es el depositario de una serie de actividades a lo largo del año. En el culto comunal, el padrino debe asistir durante el año a todos los eventos rituales del grupo de servidores religiosos que resguardan las imágenes de la iglesia, y juega un rol central durante las Posadas, la Navidad, el Año Nuevo y el Día de Reyes, fechas en las que el Niño Dios presenta un acento más humanizado. En estas fechas, la participación del padrino es preponderante porque establece lazos de compadrazgo con el grupo de servidores religiosos de la parroquia, ya que permite el desarrollo de una relación putativa con el maíz. También, durante los eventos de fin de año hay un conjunto de actividades en los que se ponen en juego procesos de reciprocidad, y es un espacio para determinar a los posibles o futuros candidatos con quienes se podría establecer un lazo de reciprocidad.

En suma, el impacto del maíz abarca múltiples espacios y da cuenta de su carácter holístico. El maíz promueve así una dinámica social mediante la cual se otorga sentido al territorio, a la vez que pone en movimiento procesos de interacción basados en la reciprocidad y los lazos de parentesco.

 
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