18 de junio de 2016     Número 105

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Organización social y cultivos
en el virreinato

Andrea Martínez Baracs Biblioteca Digital Mexicana  bdmx.mx

Después de 1521, año de la conquista de Tenochtitlan, y hasta 1810, inicio de la guerra de Independencia de México, el país fue gobernado por la Corona española, representada en la Ciudad de México por un virrey. En ese largo periodo, el gobierno indígena de Tlaxcala defendió sus derechos ganados por su alianza con los españoles en la conquista de México. Logró nunca tener una sola ciudad española (ésa fue Puebla, afuera de sus límites) ni un ayuntamiento español en su territorio.

En el momento de la conquista, la provincia de Tlaxcala estaba organizada políticamente como cuatro altépetl, cada uno gobernado por un tlatoani. Esos altépetl, de orígenes históricos e incluso étnicos distintos entre sí, tenían su centro en el área de lo que es ahora la ciudad de Tlaxcala, pero no en las tierras bajas de las riberas del río Záhuatl, que es donde se encuentra ahora, sino, por razones de defensa militar, en los cerros más altos de los alrededores. Ahí en las cimas asentaron sus palacios y templos principales. Hoy se pueden visitar sus vestigios en las localidades conocidas como los cuatro altépetl: Ocotelulco, Tizatlan, Quiahuiztlan y Tepetícpac.

A partir de ese centro salían cuatro líneas que dividían a la provincia en cuatro partes. Ocotelulco dominaba el sur, la zona más antigua y densamente habitada, hacia el límite con la ciudad de la Puebla de los Ángeles, fundada en 1531. Muchos terrenos ahí eran humedales o tierras húmedas, con cultivos muy intensivos. Hacia el este se extendía un área muy amplia dominada por Tizatlan, donde predominaban tierras fértiles menos habitadas, que fueron rápidamente ocupadas por los cultivos de los colonos españoles. El norte, más árido y despoblado, estaba bajo el mando de los señores de Tepetícpac. En el poniente estaba la cabecera de Quiahuiztlan. En las tierras de guerra, en una franja exterior que iba del norte al este de la provincia, habitaban otomíes, que se ocupaban de la defensa de Tlaxcala.

Esos altépetl eran gobernados por grandes señores indígenas, los tlatoque (plural de tlatoani), poseedores de muchas tierras y con control sobre una importante fuerza de trabajo, los macehuales, que podían tener o no tener tierra. Los tlatoque eran elegidos entre los jefes de las casas señoriales, los teteuctin; abajo de ellos se encontraban los nobles o pipiltin. Los señores y nobles recibían tributo de sus dependientes, generalmente en productos del cultivo, leña, hierba para los animales (esto después de la conquista) y en trabajo personal: en el campo, la construcción o en las casas.

Esta organización señorial se mantuvo después de la conquista, aunque fue modificándose y perdiéndose con el tiempo y con las disposiciones ordenadas por el gobierno español, que buscaba despojar a la nobleza indígena de sus tierras y del derecho al tributo de sus dependientes.

Se cultivaba maíz, frijol, nopal, aguacate, tomate, amaranto, camote, chayote, chilaca, xoxocote, chiles, chía, tuna, capulines y zapote. El comercio español promovió la grana cochinilla, que se cultivaba en las nopaleras para producir un tinte rojo profundo; codiciada en Europa, la grana enriqueció a muchos indios e indias que la cultivaban en sus pequeñas parcelas, pero fue vista con desaprobación por el gobierno indio, porque desviaba a la gente de los cultivos tradicionales y les daba una riqueza exagerada y artificial. En ríos y lagunas se cogía pescado y ajolotes; en los montes, liebres y conejo silvestre. Se criaba guajolotes y, después de la conquista, gallinas. En los mercados todo ello se comerciaba a cambio de granos de cacao, tasados en moneda española. Había también importantes grupos de mercaderes, y los artesanos: los carpinteros, quienes trabajaban piedra, petates, metales, huaraches, ollas y otros utensilios de barro.

Los españoles introdujeron en las tierras que se apropiaron o compraron el trigo, árboles frutales europeos y el ganado menor: borregos y ovejas, que destruían los plantíos de los indígenas. Esto fue motivo de pleito a todo lo largo del periodo virreinal. Para proteger los pueblos de indios y sus cultivos, se les dio un mínimo legal de tierras que no podía ser apropiado: el fundo legal, así como sus ejidos, para cultivos de la comunidad y para obtener leña, piedra, palma y demás.


Las estructuras de gobierno
indígena: la resistencia desde
lo colectivo y lo comunitario

Parastoo Anita Mesri Hashemi-Dilmaghani

En Tlaxcala, el estado más pequeño de la República Mexicana, el pueblo nahua y el otomí conviven desde antes de la conquista. Las formas particulares de gobierno antes de la llegada de los españoles han sido sujetas a análisis detallados, que se enfocan particularmente en los cuatro territorios de Tizatlan, Quiahuiztlan, Tepetícpac y Ocotelulco.

En la tierra de grandes guerreros como Xicohtencatl (nahua) y Tlahuicole (otomí), se emprendieron grandes batallas contra los invasores españoles y sus aliados de Cempoala, pero finalmente se aceptó una asociación estratégica en contra de los reyes de la Triple Alianza. Esta colaboración dio pie a una situación particular que salvó a Tlaxcala de la implantación temprana de una clase colonizadora española. El “cabildo de indios” reinó en la capital, y las actas que emitía en el idioma náhuatl dan cuenta de una lucha constante para conservar lo propio (lo indígena) frente el embate de lo ajeno, lo occidental, lo colonial.

Pero, ¿qué de las estructuras de gobierno vigente en las comunidades tlaxcaltecas nahuas y otomíes en la actualidad? Después de todo, se sobrepuso la figura occidental y foránea del municipio sobre los territorios ancestrales y hoy día son 60 los que conforman al estado. Todas las cabeceras municipales nombran, aparentemente, a sus presidentes municipales por el sistema de partidos políticos. Sin embargo, lo cargos municipales no son los únicos que hacen funcionar la vida de las comunidades tlaxcaltecas, sea que tengan la categoría administrativa de “cabecera municipal” o de “comunidad” –es decir, una localidad sujeta por la teoría política a la cabecera–. Existen los famosos “sistemas de cargos” y, dentro de ellos, un gran número de cargos que NO son nombrados en urnas sino por las normas y procedimientos propios de las comunidades.

En particular, cabe señalar los cargos religiosos (realizados por la “cofradía” o cabildo eclesiástico) y los diversos comités. Muchas veces, estos cargos se rotan con base en los barrios que ancestralmente integran a las comunidades. Además, en un número importante de comunidades que no son “cabeceras” (el Instituto Electoral de Tlaxcala tiene un “catálogo” que los enlista), la autoridad civil o administrativa (el presidente de comunidad, antes conocido como “agente”, así como los policías comunitarios y su comandante) y los comités (el más importante es casi siempre el de agua potable) son nombrados en la asamblea general comunitaria, aplicando las normas comunitarias o el Derecho Electoral Indígena, es decir, el derecho propio.


Foto: Parastoo Anita Mesri Hashemi-Dilmaghani

Como es el caso en todo México profundo, estas formas de nombrar a autoridades, basadas en el principio de servicio a la comunidad, sirven como ejemplo para el México imaginario, abrumado por el cinismo y la corrupción que definen a las autoridades elegidas por la vía de los partidos. En comunidades como San Felipe Cuauhtenco, ubicada en las faldas del volcán Matlalcueyetl (también conocido como “la Malintzi”), los jóvenes, al formar una nueva familia (aunque sigan viviendo en la casa de sus padres), son sujetos de obligaciones comunitarias que, al ser cumplidas, permiten que gocen de derechos comunitarios. Cumplen con cargos, pagan cooperaciones, realizan faenas (trabajos comunitarios) y viven bajo las leyes de su comunidad. En San Felipe la mayoría de las personas aún habla el náhuatl no obstante los muchos años de represión oficializada de la lengua materna.

¿La nueva gobernadora o gobernador de Tlaxcala tendrá la sensibilidad y el conocimiento suficiente sobre este pluralismo existente en su estado para hacer cumplir con los mandatos internacionales y nacionales relativos a los derechos colectivos de los pueblos indígenas? Por primera vez, ¿hará realidad el derecho a la consulta, que debe ser previa, libre e informada? ¿Respetará la autonomía de las comunidades y lo que implica el derecho al auto gobierno y la aplicación de sus sistemas normativos propios? ¿Habrá interpretación simultánea al idioma náhuatl y otomí de sus discursos y hará cumplir con la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas? Estos interrogantes son de suma importancia desde la visión colectiva y comunitaria. Sólo con el tiempo se sabrán las respuestas.

Los Yumhu de Ixtenco o los
últimos Otomíes de Tlaxcala

Jorge Guevara Hernández Centro INAH Tlaxcala


Foto: Jorge Guevara Hernández

El pueblo de los yumhu u otomíes en la actualidad se encuentra congregado en Ixtenco un municipio que no tiene más que una cabecera homónima y carece de presidencias auxiliares; se asienta en la ladera oriente del volcán de la Malinche, emblemático para el estado de Tlaxcala, y ocupa una porción de la zona conocida como Valle de Huamantla, que a su vez forma parte de la Cuenca de Oriental. El clima va de templado a frío y las lluvias se concentran de mayo a septiembre. Desde el pueblo se puede ver al Pico de Orizaba y la Sierra del Pilar, que son formaciones orográficas que consideran seres humanos en forma pero distintos en poderes.

Como la mayoría de los pueblos indígenas del país, los yumhu se dedican a la agricultura, siendo el maíz el cultivo milenario y predominante, pero también siembran frijol, calabaza, ayocote, lenteja, haba, cebada, trigo y centeno. El pueblo se enorgullece de cultivar siete variedades de maíz, distinguidas por el color del grano y porque se siembran en diversos periodos en el año. Por ejemplo, el maíz blanco, que se siembra a partir del 2 de febrero en las tierras altas, las del monte, las de mayor humedad. A partir del 18 de marzo, el crema y el negro. En las primeras semanas de mayo, el azul y el amarillo. Como dependen exclusivamente del agua de lluvia, los campesinos yumhu continúan usando rituales milenarios para lograr el éxito en sus cosechas, muchos de los cuales se realizan simultáneamente a las celebraciones religiosas. La narrativa ritual habla de una lucha y un predominio intercalado entre el fuego, representado por el sol, y el agua, representado por la lluvia. Se realizan a determinadas horas y días dependiendo a quién se dirijan y lo que se pida.

Como poseedores originales de la tierra, igual que muchos pueblos indígenas tuvieron que resistir los intentos de los peninsulares por adueñarse de ella. La historia colonial demuestra cómo fueron despojados de miles de hectáreas que terminaron en manos de las haciendas, cuyos vestigios restaurados se pueden observar en los alrededores del pueblo y en los linderos municipales. La decisión política de mantenerse como pueblo libre permitió que nunca fueran acasillados: su mano de obra era usada en las haciendas durante el día, pero en la tarde-noche regresaban al pueblo a dormir. Mantuvieron la lucha por la devolución de tierras y en su memoria histórica se recuerda, en particular, a Francisco Bartolomé Méndez como el más importante líder agrario que demostró y cuantificó el despojo a principios del siglo XX.

No sólo se dedican al trabajo de campo, sino que han emigrado y han aprendido diversos oficios y se han instalado en muchos otros poblados del Estado de México, Puebla, Hidalgo y en colonias de la Ciudad de México. Muchos han emigrado al país del norte y muchos han regresado después de haber tenido esa experiencia. Otros cientos se han preparado como profesionistas y han destacado en sus ámbitos. Una profesión preferida es la del magisterio, que en muchos casos la ejercen en su pueblo natal. Ixtenco ha sabido combinar magistralmente su vocación agricultora con aspectos de la vida urbana, como la dotación del agua, la proliferación de comercios y servicios, el pavimento de las calles, el cobro de impuestos municipales… Así, aunque el paisaje urbano vaya cambiando con la colocación de espacios comerciales, aún se distinguen por barrios las personas y las calles, de los cuales se nutre el calendario rotativo de las mayordomías –o matuma como se le conoce en Ixtenco–, y con esto la identidad cultural de las personas.

Después de un largo período de auto denigración, ahora los yumhu han reivindicado el orgullo étnico y se han encargado de mostrarlo en las ferias de pueblo, con exposiciones arqueológicas e históricas; en la recuperación de la memoria colectiva, con la publicación de historias locales y documentos pictográficos, y en la promoción de la lengua, tanto en talleres como en la obligación escolar de aprenderla. Con ello, manifiestan su deseo de mantenerse como un pueblo diferente pero dispuesto a utilizar los medios modernos, sin que por eso vaya a haber pérdida de identidad. Sólo es una constante renovación individual y colectiva con la meta de mejorar su estilo de vida.

 
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