uando César Duarte asumió la gubernatura de Chihuahua, en octubre de 2010, acuñó la frase: El poder es para poder
. Aunque se refería a imponer el poder de Estado para acabar con la peor crisis de violencia vivida en Chihuahua desde tiempos de la Revolución, el dicho terminó por convertirse en la divisa de su gobierno.
Duarte tuvo el poder para someter a los poderes Legislativo y Judicial al Ejecutivo, mejor dicho, a su persona. Tuvo el poder para comprarse un banco, el Banco Progreso. Pudo gastarse un promedio de 900 millones de pesos anuales para cooptar a la mayoría de los medios de comunicación. El poder para apoyar como quiso la campaña de Peña Nieto a la Presidencia. El poder para incrementar exponencialmente su poderío económico. Pudo también imponer su candidato a la gubernatura, dispersar a la oposición y colocar candidatos a modo en varios partidos. Pudo esquivar molestas rendiciones de cuentas y obligaciones de transparencia en su gestión. Ejerció el poder para someter a los organismos supuestamente autónomos, como la Comisión Estatal de Derechos Humanos y el Instituto Chihuahuense de Transparencia y Acceso a la Información Pública.
Pero el domingo 5 de junio el poder ya no pudo. Duarte, Peña y su partido sufrieron la más estrepitosa derrota de muchos años. Perdieron la gubernatura a manos de Javier Corral, candidato del PAN y de la Alianza Ciudadana por Chihuahua. Fueron derrotados en los principales municipios y ciudades del estado: por los abanderados independientes a alcaldes en Juárez y Parral: por candidatos blanquiazules en Delicias, Cuauhtémoc, Camargo, Nuevo Casas Grandes y 27 municipios más, y en otros cuatro por el Movimiento Ciudadano, de tal suerte que ahora el más importante municipio controlado por los tricolores será el remoto y serrano Guadalupe y Calvo, en pleno Triángulo Dorado, en territorio chapo. No sólo eso, el PRI sólo alcanzará cinco de 22 diputaciones de mayoría y corre el riesgo de no lograr ninguna de representación proporcional merced a un ilegal convenio de transfusión de votos con sus tres partidos parásitos: Nueva Alianza, PVEM y PT. Convenio que ahora los propios priístas buscan impugnar.
Los resultados cuantitativos hacen más evidente la derrota duartista-priísta en la medida en que ésta no se debe tanto a un espectacular ascenso del PAN, que sólo incrementó su votación en alrededor de 20 por ciento en seis años, sino –y sobre todo– al dramático derrumbe de 200 mil votos de la votación tricolor: ahora obtuvo una tercera parte menos de sufragios que cuando Duarte llegó a la gubernatura.
Y no es que el sistema peñista-manlista-duartista no haya empleado su repertorio de refinadas y burdas mañas. Lo volvió a hacer: incluso acuarteló en Chihuahua durante varias semanas a ejércitos completos de funcionarios de los gobiernos mexiquense y nayarita para operar su triunfo. Contó con la complicidad de la mayoría de los medios de comunicación y de casi todas las casas encuestadoras, que siempre pusieron arriba a su candidato Enrique Serrano.
Pero el 5 de junio el poder no pudo. Lo que pudo fue el hartazgo del pueblo chihuahuense. Lo que pudo fue el valor de dejar de tenerle miedo al miedo y decidirse a votar. El poder de la participación ciudadana electoral, que avanzó casi ocho puntos, de 41 a 49 por ciento en estos seis años. La dignidad de un pueblo que dijo basta a que los pisotearan un día y otro también.
Además del hartazgo, hubo otros factores que incidieron en el triunfo de la oposición al duartismo. La candidatura de Javier Corral, hombre comprometido con Chihuahua como legislador. El que un nutrido grupo de activistas sociales de Ciudad Juárez, de la capital, de la zona rural, de las comunidades indígenas, de la academia, se hayan aglutinado en la Alianza Ciudadana por Chihuahua, coalición social que animó a mucha gente no simpatizante del blanquiazul a votar. La valiente e impecable labor informativa y crítica del Canal 28 de televisión, emisora comunitaria que se ha convertido en toda una autoridad moral en buena parte de la entidad. El hábil y creativo manejo de las redes sociales, que pudo contrarrestar y derrotar a los paquidérmicos medios de comunicación tradicionales y al soso manejo priísta de las redes.
Gracias a todo esto se derrotó no sólo al PRI y a los partidos zombies, sino también la candidatura independiente de José Luis Barraza, quien terminó restando más votos al tricolor. Los demás abanderados a gobernador ni siquiera llegaron a 3 por ciento. Sin embargo, Morena sorprendió con más de 7 por ciento de la votación en las elecciones locales, colocándose como la tercera fuerza política del estado. Hay que anotar también que de las 33 curules del Congreso del estado, 19 serán ocupadas por mujeres, gracias al recurso interpuesto y ganado en el tribunal electoral por mujeres chihuahuenses en 2013, que obliga a la paridad total de género en las candidaturas.
No será nada fácil la tarea del gobierno encabezado por Javier Corral. Además del gran peso de las expectativas depositadas en él y de las promesas de llevar a Duarte ante la justicia y gobernar con honestidad, democracia y transparencia, recibe un estado en ruinas y una administración que desde ahora está saboteando la entrega-recepción, destruyendo u ocultando información y documentos. La Secretaría de Hacienda duartista chantajea diciendo que, de no autorizarse más endeudamientos, en las próximas semanas no habrá ni con qué pagar la nómina y las arcas estarán vacías a la llegada de Corral. La catástrofe del tricolor hace que el gobierno saliente deje de atender los más graves problemas que aquejan al estado esperando se pudran o exploten de aquí al 4 de octubre.
El calor agobia y la gasolina escasea en Chihuahua… ¿Cederán los derrotados a la tentación de dejar un estado en llamas? ¿Presagio para 2018?