Opinión
Ver día anteriorMartes 14 de junio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudad Perdida

Elección de la Constituyente

Porcentajes que no cuadran

INE e IEDF deben explicación

S

i no fuera una verdad oficial sería un punto de confusión imperdonable, pero como lo es el asunto es mucho más grave y se convierte en un pecado de lesa política.

Tal vez sea imposible, o casi, lograr que un padrón electoral dé, a ciencia cierta, con toda exactitud, el número real de votantes que existen en algún lugar. Los factores que pueden pervertir los porcentajes de una elección a partir de su padrón electoral son múltiples, pero además confunden, y seguramente le mentirán a la historia.

Así, el porcentaje de abstención con que se ha tratado de quitar legitimidad a quienes redactarán la primera constitución de la Ciudad de México podría convertirse en un error fatal que restaría fuerza a los ciudadanos en su esfuerzo por acompañar ese hecho irrepetible.

Nadie puede negar que el domingo 5 de junio las casillas, dispuestas en buena parte de la ciudad, estuvieron desoladas como resultado innegable del fallido trabajo de las autoridades electorales, principalmente las federales, por difundir la importancia del proceso, y, desde luego, por el desempeño de los partidos políticos que, cargados en su mayoría a la derecha, no prometen ningún cambio cierto a un país cada día más castigado por los errores de sus políticos, quienes, eso sí, cada día cobran más.

Pero eso que miraban los ojos no significaba una verdad incontrovertible. Al término de la jornada electoral ya se cantaba, como se hizo el año pasado, el triunfo de la abstención. El desdén de los capitalinos, su desprecio al ejercicio electoral fue la motivación mayor para no salir a sufragar.

Sí, parece innegable, pero vamos a ver un poco los números, que con toda crueldad pueden pregonar otra visión de esa misma realidad –la elección–. Resulta entonces que el padrón electoral, donde están inscritos los que teóricamente deberían votar en este ex DF, habla de 7 millones 481 mil ciudadanos con derechos a salvo para sufragar, mientras la población oficial de esta capital es de 8 millones 919 mil habitantes.

¿Ya se dio cuenta usted de la aberración? Bueno, resulta, según esos datos, que la diferencia entre la cifra mayor y la menor es de menos de un millón y medio de personas que no tendrían 18 años; el resto, unos 6 millones, serían capitalinos que cumplen con la edad –18 años– para acudir a las urnas, lo que por ningún motivo parece lógico.

Entonces, ¿de dónde sale el porcentaje de abstención? Sin decir que sea una verdad probada, todo parece indicar que los programas sociales y las posibilidades de conseguir un empleo, aunque sea informal, en la Ciudad de México, ha llevado a millones de personas, que habitan principalmente en el estado de México, ha registrarse como oriundos de la capital del país.

Por eso las cifras de abstención aparecen, si la teoría es cierta, tan grandes como las que se han publicado, pero a fin de cuentas pervertidas, inciertas. Seguramente las autoridades electorales saben de este fenómeno y no lo han transparentado a la población, cosa que sirve para alimentar la percepción de que el proceso fue rechazado casi por completo por los ciudadanos.

No estaría mal que la autoridad electoral, federal o local, nos diera una idea de la deformación que podrían tener las cifras del llamado abstencionismo. Y bueno, lo que no tiene defensa es que los votos nulos sean mayores que los que obtuvo el PRI. De ese tamaño es el fracaso.

De pasadita

La Ciudad de México alberga, una vez más, a los maestros que rechazan la reforma educativa en los términos que existe hasta hoy –sin nada que ver con la educación– y la condena en contra de ellos, principalmente por el manejo maniqueo de algunos medios de comunicación, parece que busca que la gente olvide que el principal problema es el de la educación. No se puede pedir a las autoridades que tengan idea de cuáles son los alcances del movimiento magisterial, pero sí deben saber ellos, quienes manejan el conflicto, de los riesgos del berrinche, que traen a los profesores a las calles de esta capital. Entonces, sin perder el foco, al culpable lo que es su culpa, nada más, y eso sí, ni la cárcel ni escalar el conflicto lo resuelven, de eso estamos seguros.