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¿La Fiesta en Paz?

Luna Turquesa: cómo liberar a un espíritu encarcelado

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Rodolfo Rodríguez El Pana, quien falleció el pasado jueves en GuadalajaraFoto Notimex
I

nfinidad de tonterías médicas, piadosas, solidarias, conmiserativas, institucionales e incluso taurinas se dijeron y se seguirán diciendo con motivo del trágico accidente, no cornada, del diestro tlaxcalteca Rodolfo Rodríguez El Pana, fallecido el pasado jueves en Guadalajara, tras 33 infernales días paralizado de brazos y piernas luego de que en la plaza Alberto Balderas, de Ciudad Lerdo, Durango, el domingo primero de mayo su segundo toro, Pan francés, de la ganadería de Guanamé, lo arrolló violentamente al intentar el primer lance, por mal cálculo de la velocidad y terrenos de aquella embestida tan fuerte, ¿o de plano con la serena intención? A saber.

Como nunca se quiso informar qué deseaba El Pana en tan espantoso trance –ese relámpago de ingenio verbal y creatividad torera reducido a inerte bulto–, tal vez su corazón y su mente sumaron fuerzas para evitar aquella condena, por lo que comparto la premonitoria y amorosa sugerencia que le hiciera la escritora taurina Luna Turquesa (Mónica Bay) en su blog Obispo y Azabache el 17 de mayo:

“Cuando sea prudente y se percate del más mínimo descuido… en el momento en que halle a su celador distraído, busque una rendija por la cual escabullirse, una puerta entrecerrada por la que se haga delgadito y quepa, una ventana para poder saltar. Escápese por donde menos se lo esperen, escápese por su cuello, por su ombligo, por su estómago o por su oreja.

“No le dé la victoria a esa muerte traicionera que titubeó en el último instante, que dudó cuando no debía; que se arrepintió a la mitad del trato y ahora tiene a la mitad de usted. Pero tiene la mitad que menos nos hace falta, porque es su espíritu su mayor tesoro, al que envidian tantos por la riqueza que posee.

“Su espíritu, el mismo que le ha dado la gloria, debe obtener de nuevo su libertad, la que ahora le quita un cuerpo que ya no le pertenece, ese cuerpo ya le queda chico y hay que soltarlo. Hay que desplegar las alas y volar, como siempre lo ha hecho, porque usted es un valiente, porque nunca le ha importado el qué dirán, porque su rebeldía es la que todos quisiéramos tener. Que lo vuelvan a envidiar por su osadía aquellos que no se atreven a nada.

“Cuando el cuerpo estorba es porque el alma ha crecido, entonces hay que abrirle una puerta para que se eche a correr sin mirar para atrás. Déjenos, a los que nos duele verle prisionero, distraer a sus carceleros, hablarles de trivialidades, mientras usted encuentra por dónde huir, por dónde se ve aquel reflejo que señala todo lo que quedó pendiente.

“Usted ha entrado hace mucho al salón de los inmortales gracias a las tormentas que lleva a cuestas, a su arte, a su genialidad, a su valor, a su estampa antigua, a su juventud a pesar de su edad, esa juventud que tanto trabajo les da entender a los que desde siempre han sido viejos. Prepare su hatillo y váyase. Retome esos caminos de polvo, los mismos que andaba cuando era maletilla, con los mismos sueños de entonces, que no queremos verle de otra forma, porque sabemos que usted tampoco quiere verse de otra forma.

“Despójese de lo que le estorba; eche al río su equipaje. Váyase despacito y en silencio, hágale un desdén al destino, que hizo su trabajo a la mitad, cuando usted, Maestro, siempre ha merecido la totalidad.

Así como hizo usted un conjuro y de unos días para acá nos ha convertido a todos en llanto, ejérzase de nuevo como el maravilloso brujo que es y transfórmese en viento, en suspiro, en el humo de su puro o en el eco de un rotundo ¡ooole! tras algún trincherazo magistral.