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Ver día anteriorDomingo 22 de mayo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Una última de gas natural
C

oncluyamos esta breve revisión del gas natural en nuestro país, aludiendo a algunas reflexiones generales del Programa de Investigación sobre Gas Natural de The Oxford Institute for Energy Studies (https://www.oxfordenergy.org). El Oxford Institute fue fundado en 1982 por el prestigiado estudioso alejandrino Robert Mabro, académico de esa prestigiada universidad. Hoy Mabro es presidente honorario de su consejo. A través de diversos materiales de investigación y, más recientemente, en un ensayo del director de dicho programa (Howard Rogers) se alude a tres ejes fundamentales en la investigación sobre el gas natural: 1) nuevo desempeño frente a los retos del medio ambiente, específicamente frente a los nuevos compromisos de abatimiento de emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, de la 21 sesión de la Conferencia de las Partes de París 2015 (COP21); 2) renovadas perspectivas de participación en los procesos de generación de electricidad, por sus menores emisiones de CO2 y por su relativo desplazamiento a partir de la mayor participación de renovables a las que –sin duda– debe respaldar; 3) retos estratégicos para el establecimiento de un mercado mundial de gas.

En opinión de algunos investigadores del Oxford Institute (David Robinson, Jonathan Stern, James Henderson, Tatiana Mitrova y Beatrice Petrovich, entre ellos), sólo una visión de largo plazo en la que se inscriban las políticas públicas y planes de los inversionistas será capaz de impulsar los esfuerzos para acceder a tecnologías de bajo costo y bajas emisiones. Anotan, además, que en ese marco el gas natural puede apoyar –de manera inmediata– las políticas de abatimiento de emisiones, al sustituir la generación a carbón. Sólo abatimiento, porque el gas natural también contamina.

Sin embargo, dado que la disminución de los precios del gas natural –de futuro incierto– se ha acompañado de precios del carbón a la baja, es obligada la instauración del impuesto a las emisiones de dióxido de carbono (CO2). Permitiría que los procesos de sustitución de carbón sean firmes y se desaliente la instalación de tecnologías de altas emisiones. Trátese del mismo carbón o de residuales del petróleo y coque. Incluso considerando las tecnologías de secuestro y captura de CO2. Sin embargo –y por paradójico que parezca– esta sustitución no puede ser considerada solución definitiva al control y mitigación de CO2 y otros gases de efecto invernadero. Es, apenas, un primer paso. Inmediato pero provisional. Urge contemplar en perspectiva –agregan– una ampliación sustantiva de las fuentes renovables de energía, cuya intermitencia tendría que ser resuelta –preferente e idealmente– con fuentes renovables como la hidro. Sin olvidar que los embalses también emiten gases de efecto invernadero. Tampoco que las limitaciones de agua obligan a garantizar el respaldo a la intermitencia de las renovables con otro tipo de centrales, a gas sin duda. Incluso con centrales nucleares, aspecto que someten a debate.

En este marco –agregan– es necesario impulsar dos prácticas sociales: 1) aliento a formas de generación descentralizadas y distribuidas de energía (páneles solares, por ejemplo, pero no sólo); 2) aliento a la modificación gradual pero firme de hábitos sociales para respaldar la sustitución de tecnologías contaminantes. Un énfasis desmedido en la sustitución del carbón por gas natural, que no contempla procesos complementarios –aunque graduales– de sustitución de gas natural, resulta finalmente regresivo e incapaz de respaldar de manera definitiva acuerdos de mitigación como los de la COP21, sobre los que nos detendremos en otro momento.

Esto supondría –a decir de otros investigadores– que en el balance de energía final, la electricidad penetrara de manera sustantiva. Hoy apenas representa cerca de 18 por ciento. Básicamente –añaden– porque sólo la industria eléctrica es capaz por el momento de abatir las emisiones de gases de efecto invernadero a través, por ejemplo, de tecnologías de secuestro y captura de CO2. Y esto, también por cierto, sin negar los nuevos usos de gas natural –en una transición relativamente inevitable pero provisional– en el transporte, tanto terrestre como marítimo.

Frente a estas perspectivas se tiene el reto de la constitución de un mercado mundial de gas natural, no sólo regional, donde las perspectivas futuras de su exportación –licuado, como hemos comentado en otras ocasiones– juegan un papel central. También lo juegan los mecanismos alternativos de determinación de su precio regional o internacional, actualmente fijado en un importante centro distribuidor (Henry Hub o SOCAL, en Estados Unidos, y National Balancing Point o Zeebrugge, en Europa, por ejemplo). O vinculado al precio del crudo (gas natural licuado en Corea y Japón, también por ejemplo). O, finalmente, ligado al precio de la electricidad en los mercados mayoristas considerando la economía de las fuentes renovables que lo sustituyen (caso de España, asimismo a manera de ejemplo). En cualquier caso queda pendiente el establecimiento de los fundamentales para determinar el precio del gas comercializado internacionalmente. Sus perspectivas futuras. Y el marco de su nuevo papel en esta incuestionable etapa energética de transición. Sin duda.

NB: Duendes de los linotipos –se decía antes– me hicieron escribir emisiones de dióxico de carbono y no emisiones de dióxido de carbono. Asimismo monóxido de carbono en referencia al NO, y no monóxido de nitrógeno u óxido nítrico, como debió haber sido. Me disculpo. Finalmente también debo decir que escribí mal mi correo. Lo hago bien hoy.