l nuevo ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, José Serra, es esperado mañana lunes en Buenos Aires. Será su estreno como conductor de la política externa del gobierno interino del vicepresidente en ejercicio, Michel Temer. El mandatario argentino Mauricio Macri ha sido el primero –y hasta ahora único– en reconocer al gobierno de Temer y saludar con entusiasmo el golpe institucional que alejó, hasta por 180 días, a la presidenta Dilma Rousseff.
Las afinidades entre las políticas que Macri implanta en Argentina y lo que se anuncia en Brasil son enormes. Macri simboliza, además, lo que Temer y sus allegados sueñan con encarnar: el fin de un ciclo de gobiernos progresistas, populares y dedicados al rescate social.
Al asumir el puesto, Serra dejó claro que tampoco en el campo externo habrá límites para un gobierno que, a la luz de la Constitución, es interino hasta que se juzgue a Dilma Rousseff en el Senado; sin embargo, en la práctica actúa como si eso ya hubiera ocurrido.
En un discurso breve, Serra –uno de los caciques del neoliberal PSDB y derrotado en dos ocasiones (por Lula en 2006 y Dilma Rousseff en 2010)– en sus intentos de alcanzar la presidencia, asumió la cartera, dejando clara la demolición de los principios de la política externa aplicada por Lula da Silva en sus dos mandatos presidenciales y mantenida por la sucesora.
Una de las frases de efecto que utilizó –la diplomacia volverá a reflejar los valores de la sociedad brasileña, y estará al servicio del Brasil y no de las conveniencias y preferencias ideológicas de un partido político y sus aliados en el exterior
– define de modo inequívoco un vuelco radical. Tanto Lula como Dilma Rousseff han sido duramente criticados por la oposición, el empresariado y los medios hegemónicos de comunicación por haber establecido una política externa excesivamente ideologizada
. O sea, contrarió los intereses directos del gran capital global y de Washington en particular.
Ya antes de la ceremonia en que asumió, Serra había enviado respuestas inusualmente duras a gobiernos de la región que criticaron el alejamiento de Dilma Rousseff (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador y El Salvador). En una actitud sin precedente en tiempos de democracia, las notas firmadas por José Serra insinuaron, de manera clara, que los gobiernos que protestan contra el golpe institucional en curso reciben inversiones brasileñas. Como quien dice: buena conducta, o pueden perder esa ayuda.
Ahora avanzó un poco más, al anunciar que, bajo su gestión, la cartera de Relaciones Exteriores estará atenta para defender la democracia, la libertad y los derechos humanos en cualquier país
. Traducción: el diálogo y la interlocución con gobiernos progresistas de la región será neutralizado y habrá contactos permanentes con fuerzas de la oposición.
El Mercosur es otro blanco de la mirada furibunda de Serra, que quiere transformar lo que es una unión aduanera en área de libre comercio. Con eso, Brasil podrá firmar acuerdos comerciales de manera aislada, sin la necesaria anuencia y la adhesión del resto de los socios.
Además, bien claro que pretende acercarse urgentemente a la Alianza del Pacífico (México, Perú y Colombia, bajo el ala de Washington).
Si desde Lula da Silva el foco estaba en sedimentar y fortalecer el BRICS (bloque formado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el eje ahora estará centrado en Estados Unidos, Unión Europea y Japón. La creación del banco de los BRICS no interesa para nada a Serra y al equipo de diplomáticos en activo o jubilados que trabajaron en los dos mandatos neoliberales de Fernando Henrique Cardoso. No interesa a ese grupo que regresa al poder y menos aún, claro, a Washington.
Los tiempos de fortalecer la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas) están enterrados. La inserción de Brasil entre los emergentes más significativos de la geopolítica global pasa al olvido. Más que nunca, el comercio será el foco principal de la política externa, pero ya no en el proyecto Sur-Sur de Lula da Silva: Washington vuelve a ser la capital.
Con eso, las negociaciones bilaterales volverán a imperar, y las multilaterales pasan a las sombras.
La primera medida concreta de José Serra muestra bien la dimensión personal y la estatura moral del nuevo ministro: concedió pasaporte diplomático a un autonombrado pastor de una de esas sectas evangélicas electrónicas que se destacan por su ultraconservadurismo.
El caballero se llama Samuel Cassio Ferreira. Su señora esposa, doña Keila Costa Ferreira, ha sido considerada con documento idéntico.
Entre otras hazañas, el autonombrado pastor es investigado por corrupción. Son varias las acusaciones. La más visible: ayudó a lavar dinero de sobornos de Eduardo Cunha, el bandolero que presidió la Cámara de Diputados hasta ser suspendido por el Supremo Tribunal Federal.
Esa es la cara del gobierno de notables
prometido por Michel Temer, tratado por la izquierda de el usurpador ilegítimo
, y por la prensa de presidente
. A ver quién tendrá la razón.