odavía hace algunas semanas se pensaba que el triunfo de Hillary Clinton en la competencia por la candidatura del Partido Demócrata estaba asegurado; también se daba por segura su victoria en la elección general sobre Donald Trump, el presunto candidato republicano que es a todas luces menos inteligente, que está menos preparado para ser presidente del país más poderoso del mundo y sabe mucho menos que ella de gran cantidad de cosas que tienen que ver con la vida política de Estados Unidos y con la internacional. Hoy, sin embargo, la certeza del éxito de Hillary no es tan firme. Los titubeos no se deben a una ofensiva republicana, sino a las presiones del otro precandidato demócrata, Bernie Sanders.
Al inicio de la temporada de elecciones primarias, la participación de Sanders tenía sentido porque, pese a la superioridad de apoyos con que contaba Hillary, era justo que el partido diera cabida a la expresión de las diferentes corrientes que alberga. Este ejercicio, además, era una contribución a la campaña de la precandidata, cuyo programa podía beneficiarse de las posturas y de los objetivos del ala izquierda de su partido. No obstante, conforme avanza el tiempo y se acerca la campaña propiamente presidencial, la competencia con Sanders toma un cariz diferente y adquiere otro significado que en nada favorece a Hillary, porque realza sus debilidades. Por ejemplo, en el último debate entre ellos la antigua secretaria de Estado difícilmente podía contener la irritación y la impaciencia que le provoca su correligionario, actitudes ambas que rara vez despiertan simpatía en quien las observa. El aire de suficiencia que acompaña a Hillary es más espeso cuando Sanders se le acerca, y ante las cámaras su imagen es francamente antipática. En cambio, los republicanos han decidido proyectar una imagen de unidad en torno a Trump, quien en contra de todas las predicciones ha logrado imponerse como el único precandidato republicano, por tanto, como el abanderado de ese partido para los comicios de noviembre próximo. El mensaje republicano de unidad abona al efecto negativo de las tensiones en el campo demócrata sobre el electorado.
Los resultados de las elecciones primarias más recientes indican que la competencia por la candidatura demócrata está resuelta, pero en términos desfavorables para Hillary. Ya cuenta con el número de delegados que necesita para que la Convención Demócrata la declare candidata; no obstante, las primarias también muestran que un segmento nada despreciable del electorado de ese partido la rechaza: en Kentucky ganó por una estrechísima diferencia y en Oregon fue de plano derrotada. Nada de esto pasa desapercibido para los republicanos, que siguen minuto a minuto lo que ocurre en el campo adversario.
Son pocas las probabilidades de que Bernie Sanders obtenga la candidatura demócrata. No obstante, él se mantiene optimista y ha dicho que quiere llevar el proceso de nominación hasta el final, y que no está dispuesto a renunciar a sus pretensiones de ser candidato porque está convencido que tiene mejores argumentos y aliados que Hillary para vencer a Trump. Eso no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que Sanders tiene dos desventajas desde el punto de vista de la elección general: se autodefine como socialista –categorización que ahuyenta a no pocos demócratas y a todos los republicanos– y tiene más de 72 años. Desde ese punto de vista, y tomando en cuenta otras dimensiones, es un candidato presidencial inelegible. El segundo argumento que utiliza Sanders para justificar su permanencia son los superdelegados, aquellos cuyo voto en la convención no está comprometido, es decir, pueden votar por quien ellos decidan sin necesidad de justificarse. En este caso se topa directamente con Hillary, quien asegura desde hace semanas que los superdelegados están con ella. Ahora bien, la insistencia de Sanders puede ser una alerta. ¿Qué tan confiable es el apoyo de los superdelegados si pueden cambiar su voto según se lo dicte su conciencia y la oportunidad?
Muchos defienden a Sanders, sobre todo el ala izquierda del partido a la que representa, y los jóvenes. Señalar las debilidades de Hillary es válido y probablemente necesario, pero ¿es ahora el momento de hacerlo? ¿Ahora que la Casa Blanca está en juego y que un individuo como Trump agita la bandera del nacionalismo blanco, remueve los resentimientos, los miedos y el enojo? No, Mr. Sanders, no es el momento.