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Petrolizar o despetrolizar
C

uando analicé, en cuatro artículos aparecidos aquí, el desarrollo y conclusiones de la COP21, la celebrada conferencia mundial sobre cambio climático realizada en París en diciembre pasado, hice notar el muy limitado entusiasmo que exhibieron varios de los grandes países exportadores de petróleo que acudieron a ella. Ejemplifiqué tal reticencia con el examen de la actitud del más importante de ellos: Arabia Saudita. No estuvo presente, por principio de cuentas, en la etapa más significativa desde el punto de vista político: la cumbre que le dio inicio. Fue después, en las sesiones ordinarias y, sobre todo, en las ocasiones informales de cabildeo, cuando la delegación saudita ejerció un rol incansable de vocero de los exportadores de combustibles fósiles. El ministro de Petróleo y Recursos Naturales, quien estuvo al frente de la delegación, había declarado semanas antes que los hidrocarburos seguirían siendo el componente central del balance energético del mundo en el resto del siglo, y su país el proveedor global más importante de hidrocarburos.

Los recuentos de lo ocurrido en la COP21 refieren la intensa actividad de los delegados sauditas en la construcción de transacciones que sirvieran, al menos en apariencia, a los objetivos proclamados de la conferencia, pero que no vulnerasen los intereses de los exportadores de combustibles fósiles. Por ello, el énfasis se colocó en el consumo y no en la producción de energía. Por ello se decidió hablar de transición a energías limpias, conjunto que comprende al gas natural, incluido el shale, en lugar de transición a renovables, que excluyen a las fuentes emisoras de gases de efecto invernadero. Por ello se atribuyó igual prioridad a las acciones de adaptación y captura que a las medidas de mitigación, las únicas que realmente abaten el volumen de emisiones. Por ello, finalmente, se eligió una formulación vaga de fechas y metas de reducción de emisiones en lugar de compromisos firmes, cuantificables y definidos en el tiempo. En suma, los intereses de los grandes productores de combustibles fósiles –países y corporaciones– salieron prácticamente indemnes de la COP21.

A pesar de algunos indicios acumulados en los meses pasados, nadie en realidad esperaba que Arabia Saudita fuese a proclamar otro gran objetivo nacional, opuesto diametralmente al expresado por Al-Naimi, y procediese a despedir a éste sin mayor ceremonia del ministerio que había manejado por más de dos decenios. Ocurre que Arabia Saudita –tras menos de año y medio bajo el liderazgo formal del rey Salman bin Abdelaziz (1935) y el liderazgo efectivo del segundo príncipe heredero, Mohammed bin Salman (1985)– anunció un radical cambio de rumbo que, si se deseara expresar en sólo una palabra, sería despetrolizarse.

Hace un mes, el 25 de abril, en un mensaje por televisión del príncipe Bin Salman, se anunció la llamada Visión 2030. Se trata de un amplio trazo del futuro de largo plazo de un reino que aspira a eliminar su dependencia histórica del petróleo –al que ha vivido atado al menos por siete decenios, desde que en 1945 el presidente Roosevelt y el rey Saud establecieron una de las alianzas geopolíticas más duraderas de la historia– a diversificar y elevar la participación privada en la economía del reino; a abatir los enormes subsidios directos alimentados por los ingresos petroleros, y a asegurar altos y crecientes niveles de vida y empleo para una población en crecimiento, predominantemente joven. Vale repetirlo: antes que otros países petroleros, los sauditas se proponen despetrolizar y diversificar su economía.

El video del anuncio del príncipe Mohammed, difundido por Getty Images, lo muestra afirmando que en el reino de Arabia Saudita todos hemos desarrollado una adicción al petróleo, que es peligrosa y que es el factor que ha estorbado el desarrollo de muy diferentes sectores a lo largo de los años recientes. Considero que si para 2020 el petróleo dejase de fluir, el reino sería capaz de sobrevivir. El príncipe sólo ofreció un panorama de conjunto de la Visión 2030, trazado en sus rasgos más generales y cuyos componentes específicos se divulgarán en las próximas semanas y meses. Algunos de los más destacados son los siguientes:

El elemento que sin duda más llama la atención, y que ha sido discutido con amplitud en la prensa internacional, es la intención de privatizar, a través de una oferta pública local, una pequeña parte, hasta de 5 por ciento del capital de SaudiAramco, la inmensa compañía petrolera estatal, con valor de mercado mínimo estimado en alrededor de 2 billones de dólares. El resto de las acciones de la empresa se transferirá a un fondo público de inversiones, que actuaría como enorme fondo soberano de inversión, dotado de alrededor de 3 billones de dólares.

Se espera también una acelerada diversificación hacia actividades no petroleras, desde la minería hasta la fabricación de armamento; la apertura de mayores oportunidades de empleo para la fuerza de trabajo femenina; establecer un sistema educativo alineado con las demandas del mercado; acelerar la apertura al comercio, la inversión, los visitantes internacionales y las normas de conducta usualmente aceptadas en la sociedad internacional, tales como mayor transparencia y leyes seculares. Se subraya, quizá por primera vez, la importancia de la cultura y el entretenimiento como elementos centrales de una sociedad saludable y de alentar la participación de la mujer en las actividades deportivas.

Los obstáculos para materializar la Visión 2030 son formidables. Quizá los más complejos son la resistencia del estamento religioso whahabita, cuya sombra pende sobre todo intento de reforma del reino; la renuencia a incluir en la Visión 203 0 referencias a una reforma democrática y a libertades individuales y, por otra parte, como advirtió The Economist: “La indolencia de una sociedad habituada a disfrutar de las riquezas petroleras. …los esfuerzos del reino por combatir la adicción petrolera han chocado con un muro de apatía. […] Ha sido como un padre que advierte a un hijo de 40 años que ya es tiempo de que salga de casa y consiga un empleo.”

Es motivo de reflexión que, en tanto Arabia Saudita adopta la despetrolización como divisa, con la reforma energética México intente volver a petrolizarse de la peor manera, como exportador primario, entregando a intereses foráneos la rápida explotación de nuevos yacimientos en áreas ambientales frágiles, para vender crudo, combustible cuya declinación ante los imperativos climáticos parece ineluctable en el presente siglo.