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Lula en su laberinto
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Dilma Rousseff y Lula da Silva en un encuentro antes de que el Senado brasileño aprobara el juicio político contra la presidenta con 55 votos a favor y 22 en contraFoto Xinhua
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migos, asesores e interlocutores frecuentes se dicen preocupados por el estado anímico de Lula da Silva. El siempre combativo líder se muestra decaído, entristecido, intranquilo.

Llamó la atención la expresión de Lula el pasado jueves, cuando Dilma Rousseff dejó el palacio presidencial para dar inicio al periodo en que estará alejada del cargo, al cual accedió gracias a 54 millones 500 mil votos populares, y que podrá extenderse hasta por 180 días. El golpe institucional que desenlazó el Congreso se consumó con la escena de Dilma Rousseff abandonando el Palacio do Planalto por la entrada principal.

Lula llegó alrededor de las 11 horas, acompañado por dirigentes sindicales, de movimientos sociales, senadores y diputados del PT y de partidos aliados. Cumpliendo lo acordado, la esperó en la vereda.

Al rato salió Dilma Rousseff, que con aire altivo y sereno hizo un breve discurso a las 5 mil personas que la esperaban para la despedida.

Lo que se vio entonces fue la repetición, pero con sentido totalmente inverso, de la escena registrada casi a la misma hora del dramáticamente lejano primero de enero de 2011, cuando Lula colocó la banda presidencial en Dilma y salió al encuentro de una multitud.

Incredulidad

Hace cinco años y medio Lula lloró de emoción al cerrar sus dos mandatos presidenciales. Ahora lloró varias veces, de pura y visible tristeza, mientras Dilma discurseaba. Tenía la mirada atónita, perdida, como buscando alguna explicación para aquella pesadilla. Como si no lograse creer en lo que estaba ocurriendo.

Lula da Silva, que se mantiene, pese a todo el desgaste sufrido, como la más importante figura del escenario político brasileño, cree que es muy difícil, casi imposible, que Dilma Rousseff logre recuperar su puesto. También cree que el desenlace se dará antes del plazo establecido por la ley, que es de 180 días. El discurso de resistencia al golpe será permanente, pero la percepción es que no tendrá consecuencias concretas.

Son dos las líneas de acción establecidas por Lula y por la alta dirección del PT, el partido que él encabeza desde hace más de tres décadas, para enfrentar el futuro inmediato.

De salida se hará una implacable oposición al vicepresidente en ejercicio, Michel Temer. Dos medidas ya fueron definidas: el reciclaje del gobierno de Temer y la intensificación de manifestaciones callejeras denunciando la ilegitimidad de su gestión y reaccionando de forma contundente a cada medida anunciada.

Al mismo tiempo, están previstos viajes de Dilma Rousseff por todo el país, empezando por capitales del noreste, donde su popularidad, pese ser bastante baja, es superior a la observada en el resto del país.

Los estrategas del partido, sin embargo, dicen, en reuniones reservadas, que el discurso de denuncia del golpe no se mantendrá por mucho tiempo. Pasado el impacto inicial, el PT tendrá forzosamente que proponer acciones concretas en defensa de su electorado tradicional, que seguramente padecerá pérdidas importantes con la implantación de las políticas netamente neoliberales del interinato de Temer.

Se sabe, además, que esas acciones, no importa cuáles sean sus formas, enfrentarán dura resistencia y fuertes críticas de los medios hegemónicos de comunicación, especialmente de la televisión, con la intención de neutralizarlas en la opinión pública.

Serán tiempos difíciles para preservar el legado del PT y la imagen de Lula, y más grave aún si el ex presidente no logra recuperar con urgencia su espíritu de combate.

Amigos que conocen de su intimidad aseguran que más aún que el golpe contra su criatura y sucesora, lo que abruma a Lula son las investigaciones a que están sometidos sus hijos y su esposa, doña María Leticia. Además, Lula teme, y con toneladas de razón, que pueda ser blanco, en cualquier momento, de acciones policiacas espectaculares, que seguramente serán amplificadas por los medios hegemónicos de comunicación. La evidente judicialización de la política, conducida de forma efectiva por el juez de primera instancia, Sergio Moro, tiene el objetivo final de inhabilitarlo frente a las elecciones de 2018 o, como mínimo, desgastar su imagen a niveles terminales.

No lograr revertir votos de antiguos aliados que se inclinaron por la oposición también tuvo impacto sobre el ex presidente. La inmensa diferencia tanto en la cámara (367 contra, 137 en favor) como en el Senado (55 a 22) sorprendió a Lula, que pasó a entender que la situación se hizo irreversible. A los que dicen que es posible revertir tres votos en el Senado, la respuesta es que sería tarea casi imposible.

Al menos ante un interlocutor de su confianza, Lula admitió arrepentimiento por no haber disputado las elecciones de 2014. Hubo un movimiento interno, en el PT, para que Dilma Rousseff no buscara la relección dejando abierto el camino para Lula, que al final cedió a las presiones de la sucesora.

Se notó durante la campaña electoral que fue especialmente agresiva, que Lula sólo entró con fuerza en la segunda vuelta, cuando el riesgo de derrota se hizo más palpable (Dilma superó a su adversario, Aecio Neves, del mismo PSDB derrotado en tres ocasiones anteriores, por poco más de tres puntos, la más estrecha diferencia en las victorias del PT).

Al anunciar la integración de su equipo para el segundo mandato, la presidenta dejó claro que no habría ningún hombre de Lula en el gabinete. No acató las insistentes sugerencias de su antecesor y creador para el equipo económico. No aceptó sus orientaciones a la hora de elegir su núcleo duro, ni en lo que serían sus interlocutores con un Congreso, especialmente la Cámara de Diputados, que daba evidentes muestras de hostilidad.

Cuando Eduardo Cunha, del aliado PMDB, anunció su disposición de disputar la presidencia de la Cámara, Lula hizo una vehemente advertencia a Dilma Rousseff: Si te enfrentas con él y ganas, dijo Lula, tu vida será un infierno y él no te dejará gobernar. Si luchas y pierdes, peor.

Dilma no lo oyó, peleó, perdió y el resultado es conocido: no logró gobernar y sufrió un golpe institucional conducido por Cunha, articulador de formidable eficacia, que supo conquistar el respaldo de un PSDB pleno de resentimiento y aglutinar diputados que traicionaron de manera impávida a una mandataria altamente impopular. Nada más significativo que el caso del diputado que ocupaba un ministerio el viernes 15 de abril, dimitió para volver a su escaño y el domingo 17 votó en favor de la acusación a la presidenta.

Ahora, lo que se ve es un decaído Lula da Silva en su laberinto. Hace días reconoció ante interlocutores que su PT no dispone de alternativas para el futuro. Se quejó de que en más de 30 años de existencia el partido no supo crear nuevos liderazgos. Y dijo que a menos que se decida respaldar al candidato de una hipotética alianza, la única salida es contar con que el gobierno interino de Michel Temer sea un desastre y entonces tener al mismo Lula da Silva como candidato para que la izquierda vuelva en 2018.