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Jiménez Mabarak, centenario
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in duda, Carlos Jiménez Mabarak fue un músico con un perfil personal y profesional particularmente interesante y ecléctico. Gracias a un periplo de estudios internacional y variado (Chile, Bélgica, Italia, Guatemala, Francia), el compositor originario de la Ciudad de México adquirió una visión estética cosmopolita que, en cierta medida, se escucha reflejada en muchas de sus composiciones. Dos hitos más destacan en su formación académica. El primero, su preparación bajo la guía de Silvestre Revueltas en el Conservatorio Nacional de Música; el segundo, la beca que obtuvo para estudiar la teoría dodecafónica en París con el severo y exigente René Leibowitz. Como consecuencia de esto último, Jiménez Mabarak fue uno de los más importantes practicantes de la música dodecafónica en nuestro país, aunque hacia el final de su carrera abandonó este camino, habiendo llegado como tantos otros a un callejón sin salida.

En lo general, puede decirse que Jiménez Mabarak fue uno de los más importantes compositores mexicanos en efectuar la necesaria transición entre un lenguaje todavía basado en elementos sonoros nacionales, y una expresión más abstracta, moderna y de perfiles universales. Al buen éxito de esta transición ayudó particularmente el sólido oficio técnico adquirido por Jiménez Mabarak en sus años de estudio. Tuvo la suerte, que no todos los compositores relevantes de México han tenido, de haber sido reconocido en vida por su contribución cultural, recibiendo en 1993 el Premio Nacional de Artes y siendo nombrado al año siguiente creador emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Además de estos reconocimientos, Jiménez Mabarak obtuvo otros que no son tan conocidos por el público melómano: fue premiado con sendos Arieles de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas por sus partituras para las películas Deseada (Roberto Gavaldón 1950) y Veneno para las hadas (Carlos Enrique Taboada, 1984).

Al menos, Jiménez Mabarak no está tan mal representado en el ámbito de las grabaciones como otros compositores mexicanos valiosos. Están registradas tres de sus baladas dancísticas (Balada del pájaro y las doncellas, Balada del venado y la luna, Balada de los ríos de Tabasco), buen número de sus canciones, el Concierto para piano y pequeña orquesta, el Concierto para piano y percusiones, la Sala de retratos, la Sinfonía en un movimiento, la Obertura para cuerdas, El retrato de Lupe para violín y piano, La fuente armoniosa para piano. Dentro de la discografía de Jiménez Mabarak, dos obras merecen especial mención. La primera es Paraíso de los ahogados, pieza concreta/electroacústica creada por el compositor en 1960 para la coreografía homónima de Guillermina Bravo. El acucioso compositor, investigador y divulgador especialista en música electrónica Manuel Rocha la rescató y la incluyó en el indispensable álbum México electroacústico. Es probable que se trate de la primera composición mexicana electroacústica de que se tiene noticia. La segunda es la poderosa y emotiva Fanfarria olímpica que Jiménez Mabarak escribió para las ceremonias de los decimonovenos Juegos Olímpicos, que se realizaron en el fatídico 1968 en la Ciudad de México. Además de su atractivo musical intrínseco, esta fanfarria se convirtió en poderoso emblema sonoro de aquel aciago octubre, entre otras cosas gracias al uso intensivo que de ella hace Felipe Cazals en su ejemplar película Canoa (1975). La Fanfarria olímpica circuló en ese entonces en uno de aquellos minivinilos de 45 rpm que contenía también el Himno olímpico del compositor griego Spyridon Samaras, y más recientemente fue editada en un doble cedé con músicas de la edición 2005 del festival Instrumenta Oaxaca. Sobra decir que, lamentablemente, las grabaciones aquí mencionadas son inconseguibles por razones diversas.

Es preciso mencionar también que Jiménez Mabarak fue autor de dos óperas: Misa de seis (1962) y La Güera (1982), que no han corrido con suerte en los teatros de México. Nacionalista, moderno, electroacústico, concreto, dodecafónico, fílmico, escénico… sin duda, el de Carlos Jiménez Mabarak (1916-1994) es un perfil estético y musical más que interesante, que bien merecería ser explorado, discutido y escuchado, aunque sea con la tradicional excusa de su centenario natal, que se cumplió el 31 de enero reciente. Dato final fascinante: se tituló en Bruselas como técnico en radiotelefonía.