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omo criminales impotentes ante un poder criminal
. Esta frase describe a la perfección la situación en la que suelen encontrarse en nuestro país quienes defienden sus más elementales derechos o los de sus comunidades frente a unas autoridades que criminalizan la protesta social siendo ellas mismas cómplices de verdaderos criminales. Desde los maestros protestando contra una reforma educativa a la que lo último que parece importarle es la educación, hasta los familiares de desaparecidos que lo único que quisieran es ver con vida a sus seres queridos o al menos saber con certeza qué les pasó, pasando por las guardias comunitarias (la comandante Nestora Salgado, por ejemplo), los grupos de autodefensa (los que se resistieron a asumir el guión preparado para ellos por el gobierno, como el doctor Mireles) los defensores de la tierra y el territorio, los denunciantes de la deforestación que son acusados de ser talamontes, los periodistas que denuncian corrupción y complicidades y acaban asesinados entre insinuaciones de que la culpa hay que buscarla en ellos (o ellas) mismos; todos estos son, han sido y siguen siendo tratados como criminales impotentes ante un poder criminal
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Pero aunque la frase cae como anillo al dedo a la situación actual de México en realidad proviene de las entrañas del imperio; se la debemos a un jesuita estadunidense que acaba de fallecer a la edad de 94 años: Daniel Berrigan, quien se convirtió en una leyenda viviente de la protesta contra las guerras (empezando por la guerra de Vietnam) y la carrera armamentista auspiciadas por su país, con las acciones simbólicas de desobediencia civil que una y otra vez lo llevaron a la cárcel e inspiraron a cientos de opositores a la guerra; acciones como quemar con napalm los registros de reclutamiento del ejército, derramar sangre y dañar las verdaderas armas de destrucción masiva que, por supuesto, no se guardaban en Irak sino en Estados Unidos.
Ante el juez que lo sentenció por la primera de estas acciones Daniel Berrigan pronunció las palabras: hemos elegido ser tratados como criminales impotentes por un poder criminal. Hemos elegido ser indiciados como criminales de la paz por los criminales de la guerra
. A los empleados de las bases militares donde efectuaron estas acciones, haciendo referencia al napalm con que ellos quemaron los archivos pero con el que el ejército estadunidense quemaba a los aldeanos vietnamitas, les dijo con una terrible ironía que parecería venir de otro mundo: Nuestras sinceras disculpas queridos amigos, por venir a perturbar la paz y el orden, por quemar papeles en vez de niños
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La muerte de Daniel Berrigan nos trae a la memoria la de otro jesuita también recientemente fallecido (a finales de febrero pasado), quien también optó radical y definitivamente por ponerse del lado de los pobres, de las víctimas de este sistema de muerte: el nicaragüense Fernando Cardenal.
De él escribió otro jesuita, el mexicano Arnaldo Zenteno, que optó por irse a vivir a Nicaragua y se convirtió en su compañero y hermano de comunidad: “en tiempo de Somoza, Fernando Cardenal hizo la denuncia de la dictadura y de sus torturas. Y en esos años, participó activamente en la toma profética de las iglesias denunciando a Somoza.
Después del triunfo de la Revolución y después de la Cruzada de alfabetización (que él organizó e impulsó y que movilizó a 60 mil jóvenes y también a adultos y que logró que se bajara el analfabetismo de 60 al 13 por ciento) fue ministro de Educación, procurando siempre una enseñanza de calidad. En los últimos años esto mismo lo prolongó al dirigir Fe y Alegría, que en Nicaragua tiene 21 colegios en barrios y comarcas muy populares
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En tiempos más recientes y tras la vuelta al poder de Daniel Ortega, Fernando Cardenal escribió: Me da tristeza ver la profunda y amplia corrupción en la vida política del país. Y más me entristece que algunos altos dirigentes del Frente Sandinista de Liberación Nacional participen de esta corrupción, con lo que frustraron las esperanzas que el pueblo había puesto en ellos para conseguir su liberación
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Además del ser jesuitas y de su vocación revolucionaria y profética Fernando Cardenal y Daniel Berrigan tienen en común el haber tenido sendos hermanos también sacerdotes pero no jesuitas, que siguieron el mismo camino que sus hermanos: Felipe Berrigan y Ernesto Cardenal; y como en el caso de Ernesto, Daniel Berrigan hizo de la poesía un aliado inseparable de su activismo.
Otra veta común entre los Berrigan y los Cardenal es que tanto Daniel como Ernesto tuvieron como amigo y mentor a Tomás Merton, otro monje poeta-profeta que fue una de las primeras voces, si no es que la primera, que se levantó dentro de Estados Unidos en contra de la guerra de Vietnam. Tomás Merton fue quien le inspiró a Ernesto Cardenal la idea de fundar la comunidad de Solentiname, semillero de campesinos teólogos, pintores y poetas, además de decididos opositores al régimen de Somoza (lo que a la larga condujo al fin de la comunidad cuando el dictador envió sus aviones a bombardear la isla).
En una carta escrita a Ernesto Cardenal en 1962, curiosamente (¿proféticamente?) cuando el nicaragüense venía en camino a México, Merton le decía: “El mundo está lleno de grandes criminales con enorme poder, y están en una guerra a muerte unos contra otros. Es una enorme guerra de cárteles, que utiliza a abogados, policías y clérigos como pantalla, controlando periódicos, medios de comunicación y enrolando a todo mundo en sus ejércitos”.
Cerca de medio siglo después, en una de las últimas entrevistas que se le hicieron, Daniel Berrigan decía: “Este es realmente el peor tiempo de mi larga vida. Nunca había visto una violación tan vil y tan cobarde de todo vínculo humano respetable. Estas gentes aparecen en la televisión y su lema implícito, nunca expresado abiertamente, parecería ser algo así como: ‘Los despreciamos a ustedes. Despreciamos su ley. Despreciamos su orden. Despreciamos su Dios. Despreciamos su conciencia. Y si es necesario los mataremos para dejárselos claro’. Nunca había sentido ese profundo desprecio por toda tradición o código humano”. A pesar de tan negro panorama Berrigan se negaba a creer que las puertas estaban cerradas a toda acción alternativa: hay que hacer el bien no porque vaya a algún lado sino porque es el bien
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En estos tiempos aciagos, figuras como las de Daniel Berrigan y Fernando Cardenal, junto con las de las miles víctimas anónimas del sistema que heroicamente resisten, nos recuerdan lo que dijo otro poeta: ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón
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