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¿Totalitarismo?
M

e anima, como en mi contribución anterior, el deseo de aportar a desbrozar un terreno donde se oyen y leen errores y confusiones que sólo vuelven indeciblemente difíciles los entendimientos entre adversarios políticos o entre quienes quieren cambiar el mundo. Cuando las palabras significan cosas distintas para los que quieren ser interlocutores, lo primero indispensable es que para los adversarios un triángulo sea una figura cerrada de tres lados y un cuadrángulo sea de cuatro.

Sin más, para el festejo de la galería, el apreciadísimo Fernando del Paso soltó en la recepción de su premio Cervantes, al hablar de la llamada Ley Atenco: Esto pareciera sólo el principio de un Estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo, eso sí me daría más vergüenza. Muchos medios festejaron y destacaron este pasaje del discurso de Del Paso, los cuales no advirtieron que la cláusula empieza diciendo: “Esto pareciera….”, para destacar con voces vocingleras que estamos en vías de convertirnos en un Estado totalitario. Ya sabemos que algunos escritores se permiten licencias literarias, pero esta de Del Paso fue demasiado lejos. Lo que pareciera, no es. No hay tal cosa.

Es fácil para una figura como Del Paso soltar un denuesto tronante contra un gobierno que se los merece, por miles, según la propia sociedad mexicana; sólo hay que ver las redes sociales. Pero siempre la precisión será indispensable.

El totalitarismo no es sólo una forma de gobierno, sino una forma de Estado no democrático que, al igual que el autoritarismo, se caracteriza por la falta de reconocimiento a la libertad y a los derechos humanos. El totalitarismo es un monismo político, porque rige toda la estructura de poder en torno del poder político, generalmente de un solo líder, absorbiendo todos los poderes. En el totalitarismo no hay jerarquía de poderes, debido a que sólo existe uno: el poder político total. El poder del Estado totalitario lo puede todo, porque abarca todo. Mussolini (quien usó por vez primera el término totalitarismo) resumió estas realidades en el eslogan todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado. No es el Estado para las personas, sino las personas son para el Estado.

En México estamos muy lejos de un gobierno parecido al totalitarismo. Siempre tuvimos un cuasi Estado, y hoy tenemos menos Estado que nunca. Las instituciones políticas se hallan entecas, y muchísimas son inservibles; hay apenas una aproximación a un estado de derecho. En algunas zonas la anomia es de tal grado que las comunidades tienen que crear sus propias formas de defensa. La corrupción y su hermana gemela, la colosal impunidad, reinan. En México, escribe el investigador Phil Williams, “la violencia está inserta en la naturaleza misma del crimen organizado, sin importar que los delincuentes estén involucrados en las drogas, otros tipos de tráfico o crímenes más localizados, como la extorsión y el secuestro. De hecho, la importancia intrínseca de la violencia para las actividades ilícitas se ve reflejada en la inclusión de la práctica agresiva de la coerción y en casi toda su definiciones (…); los criminales operan fuera de la ley, y, por tanto, no pueden esperar que el poder hobbesiano inscrito en el Estado o Leviatán establezca y ejerza reglas para arbitrar disputas o para protegerlos de las amenazas impuestas por sus muy ambiciosos rivales. De hecho, muchos de los miembros de organizaciones criminales aún viven en un ‘estado natural’, en donde la vida es espantosa y brutal, y para muchos de ellos corta. Como apunta Vadim Volkov, ‘en este ambiente las organizaciones criminales son muy similares a los estados en el sistema internacional. No existe una autoridad máxima a la que puedan acudir en pos de protección’”. Nada de esto es totalitarismo.

El explosivo dicterio de Fernando del Paso puede deleitar a muchos compatriotas que no tienen tamaña tribuna para asestar un buen varapalo a un semigobierno que gobierna a mil años luz de la sociedad. Nunca ha estado más claro que, como en tantos otros países, México está sometido al poder económico del uno por ciento. La política no manda, el Estado tampoco. Ejecuta lo que es propio para la protección de los inmensos capitales que están en el tramo más alto del décimo decil de ingreso.

Gerardo Esquivel escribió: Mientras la riqueza de los 4 millonarios más ricos de México representa ya 9 por ciento del PIB mexicano, más de la mitad de los mexicanos (54.4 por ciento de la población) permanece en pobreza. Estos cuatro son: Carlos Slim, Germán Larrea, Alberto Baillères y Ricardo Salinas Pliego, los hombres más ricos de México; éstos y unos pocos más que les siguen, son quienes mandan en México en lo fundamental. No el poder del Estado. Las luchas que vemos en el escenario de la política –escenario, en el sentido más recto de la palabra– pelean para servir a sus intereses, pero todos están sometidos a las reglas neoliberales que al mismo tiempo favorecen a los poderosos nombrados y desfavorecen al resto de los mexicanos.

A pesar de que los mandones de última instancia son esos, la ciudadanía tiene que vérselas con el cuasi Estado que nos gobierna. Nuestro problema principal no es cambiar de políticos, sino el gobierno y las instituciones, para poder echar fuera las políticas neoliberales.