s raro ser testigo del desarrollo de un libro al mismo tiempo en que éste se está escribiendo. Eso me sucedió con Noticias del Imperio, y esta experiencia es inolvidable. Había ya leído las dos grandes novelas de Fernando del Paso: José Trigo y Palinuro de México.
Años atrás, fray Alberto de Ezcurdia me había hecho dos regalos. El primero fue la narración, hecha con su voz susurrada, de los inicios del pensamiento, cuando los hombres no hacían diferencias entre los sueños y la vigilia. El segundo fue un libro: José Trigo. Los elogios de fray Alberto eran más que bien merecidos por esta obra maestra. Escribí una reseña que Hero Rodríguez Toro me publicó en el Diorama de la Cultura del Excélsior de antaño.
Ya en París, 20 años después, a la manera de las aventuras de Los tres mosqueteros, las cuales encuentran una continuación no menos cautivante, tuve un nuevo encuentro con Fernando del Paso, pero ahora en carne y hueso. El autor de Palinuro de México –novela que leí en español y en su traducción al francés– había dejado su trabajo en una radio inglesa y una situación confortable, sin siquiera dudar, para continuar sus investigaciones sobre los emperadores Maximiliano y Carlota, en la cueva de Alí Babá que es la Bibiliothèque Nationale de France. Del Paso se instaló en un departamento de dos piezas en la Casa de México de la Cité Universitaire de París.
Como yo iba a la biblioteca de la Casa de México, casi a diario me cruzaba con Fernando. Me contaba, a veces, los avances de su escritura.
Si puede afirmarse que no se hace sino el propio retrato cuando se pretende dibujar el de otro, Del Paso habría hecho el suyo al hacer el de Carlota. Lo misterioso en su caso es que Fernando, al trazar el retrato de la emperatriz, se fue transformando en ella. Como si fuese ella quien hubiese hecho el retrato de Fernando del Paso. Si Flaubert decía: “Emma Bovary, c’est moi”, el autor de Noticias del Imperio podría decir: Carlota de Habsburgo soy yo.
Cuando entró al servicio diplomático, Del Paso ayudó a escritores y artistas. Cuando tuvieron lugar Les belles étrangères, acto cultural por el cual se invita a varios, tocando el turno a México, Fernando decidió recibir en su departamento a todo el grupo. Lo hizo con fasto: Socorro del Paso preparó exquisitos platillos servidos con abundancia. A la celebridad de Socorro como chef merecedora de cuatro estrellas contribuyó un libro de Fernando sobre la cocina mexicana en París. Socorro, generosa, da sus secretos para preparar varios guisos con los productos de los mercados parisienses. Fernando se sentó a una mesa de la cocina para tomar nota de la elaboración de cada platillo.
Fernando se puso, durante unas semanas, en el lugar de Socorro, se transformó en un cocinero y extrajo de su mujer los secretos que él divulgó. Durante años, Del Paso se fue metiendo en el cuerpo y el alma de Carlota de Habsburgo. Se convirtió en ella. Descubrió y reveló sus pensamientos más íntimos, los indecibles, los inconfesables.
Recuerdo con claridad haber tenido el privilegio de escuchar de su propia voz las palabras que había puesto en la boca de la emperatriz Carlota. Se habla con razón de los múltiples dones de Fernando, escritor o dibujante; yo puedo atestiguar que puede ser también un excelente actor. Este hombre, más bien corpulento en esa época, masculino en todos sus gestos, podía convertirse en otro, o más bien en otra. Nada más extraño que escuchar una voz venida de ultratumba, salida de la garganta de un hombre vivo. Las fronteras de lo real y de lo imaginario desaparecen y dejan lugar a la turbación que sorprende en todo trabajo de creación.
Una mañana de otoño, me crucé con Fernando en los jardines de la Casa de México. Cuando le pregunté por su novela, Fernando se transformó: una voz distinta, lejana, de mujer, brotaba de su garganta. En un momento de desvarío, no supe si estaba frente a Fernando o la emperatriz. Sigo dudando no haberla visto ese día.