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Inmigrante en Nueva Zelanda, el tema de la gravidez hizo a Dana Rotberg volver al cine

“White Lies honra a la maravilla de ser madre y a la cultura maorí”

Rodar esta historia representaba un terreno de indagación... la oportunidad de entender a este pueblo, víctima de racismo por la sociedad de su país, afirma la cineasta mexicana

Foto
Whirimako Black, quien interpreta a una chamana, en un fotograma de la cinta, y Dana Rotberg, realizadora, guionista, profesora y destacada adaptadora de la literatura al cine
 
Periódico La Jornada
Jueves 28 de abril de 2016, p. 9

Dana Rotberg decidió dejar México y ser inmigrante en Nueva Zelanda.

La directora, guionista y profesora, una destacada adaptadora de literatura al cine, hizo en ese país de forma metafísica la mejor película de su vida: ser madre.

Había botado la toalla. Estaba feliz instalada en la maternidad. No me hacía falta el cine, porque su hija era su prioridad, cuenta a La Jornada.

Dana Rotberg es realizadora de cintas como Ángel de fuego, Intimidad y Elvira Luz Cruz, pena máxima. Su filme anterior es Otilia Rauda, de 2001.

Pese a su resistencia al séptimo arte, el universo la condujo de nuevo a él por medio del tema de la gravidez: se encontró con el cuento Medicine Woman, del reconocido escritor Witi Ihimaera, historia que le pegó y que al final convirtió en guión y película: White Lies (Mentiras blancas), que este viernes se estrena en Cineteca Nacional.

Dana, asistente de dirección de Felipe Cazals en varios largos, dirigió bajo el cobijo de una producción íntegramente neozelandesa.

En White Lies, Dana aborda la maternidad, la pérdida de identidad, el racismo...

Con su largometraje, asegura, honra a su hija, y a la maravilla de ser madre. Lo mejor de mi vida, proceso que me generó transformaciones radicales.

Recuerda que, sin estar conectada con la industria cinematográfica de allá, el productor del filme la contactó para decirle que deseaba hacer una cinta con ella. Respondió que no estaba filmando, sino criando a su hija; que era una inmigrante y que su prioridad era sacar adelante a su pequeña.

No tenía ni energía ni cabeza, pero el productor la esperó y le dijo que tenía los derechos de la historia del libro de Witi Ihimaera.

Rotberg condicionó el trabajo a que se respetaran sus tiempos de madre y se le diera libertad para hacer la adaptación que quisiera.

Al final realizó una bella película, contextualizada en un micro universo femenino. Maternidad, identidad y racismo son tópicos que fluctúan en sus secuencias, sus tomas, locaciones... en su score.

Dana profundiza en sus argumentos: Hay uno conceptual: ¿cómo sobrevives a un conflicto de identidad cuando te han despojado de ésta? Es decir, hay un problema de colonialismo que permea en todo el mundo hasta hoy día. También existe uno narrativo: una maorí, con identidad clara, y otra mestiza tratan de resolver sus conflictos mediante un bebé que no ha nacido.

Al margen del tema de la concepción, para Dana rodar esta historia representaba un terreno de indagación. Me significaba la oportunidad de entender, desde adentro, al pueblo primigenio de ese lugar: los maorís. Además de lo que puede ser filmar una historia sobre el país que me dio tanto.

Los maorís, destaca la realizadora, la apoyaron y acogieron. Por si fuera poco, trabajó con un extraordinario fotógrafo, Alun Bollinger, de gran generosidad, solidaridad y talento. Además de la labor de él, destaca en el filme la música de John Psathas.

El territorio te habla de cierta forma porque es sagrado. La luz se comporta de manera especial. O sea, luz, color y texturas visuales son únicas, y el fotógrafo supo dialogar con ellas. Aunque tuve de todo en las colaboraciones: los que supieron de los rigores de la mexicana y la gente talentosa y creativa como mis tres actrices. El secreto es saber convocar a la gente con tus intenciones narrativas.

Dana habla de las histrionas Whirimako Black, quien encarna a una chamana maorí; Raquel House, quien hace de nana, y Antonia Prebble, mujer de la sociedad occidental que reniega de su raíz y de su naturaleza.

–Hoy día ¿cómo ve la sociedad neozelandesa a los maorís? ¿Aún hay racismo?

–En la mecánica de la colonización ellos no se salvan. La cultura maori es compleja, digna, profunda y fuerte. Es un pueblo que fue colonizado y desposeído. En realidad hay racismo y la mayoría de la población maorí, pese a preservar su identidad y cultura, terminó en los territorios más marginales de la sociedad que crearon los ingleses. De ser una entidad viva y sagrada, termina siendo víctima del usufructo económico. El pueblo maorí fue guerrero, pero fue desposeído.

White Lies se exhibe en la Cineteca Nacional a partir de este viernes.