l actor Gérard Depardieu es más conocido por su talento de gran comediante y provocador que por la profundidad de sus opiniones culturales o políticas. Le agrada hacerse pasar por un imbécil y un ignorante. Es quizá su manera de probar que no es ni uno ni otro.
La lectura de su libro L’Innocent autobiografía, reflexión, testimonio, es, al mismo tiempo, un placer y una incitación a repensar nuestros prejuicios y los estereotipos del correcto y decoroso pensamiento conforme. El comediante piensa mal, y tiene la audacia y el orgullo de hacerlo.
Depardieu es siempre sorprendente, y la edad, en vez de agotar los motivos de asombro que dan su persona y su vida, aumenta más bien el sentimiento de turbación y estupor que causan sus palabras y sus actos, gestos que parecen extraídos de su sombrero de mago.
Eterno rebelde, figura insoslayable en la constelación de las stars, el actor, sin considerarse para nada un intelectual, recalca, al contrario, su procedencia de una familia analfabeta. Depardieu escribe con la autenticidad de la experiencia vivida –¿no auxilió a su madre, todavía niño, cuando ella dio a luz a Catherine, hermana del actor?– y él ha vivido sin rutinas los mundos más disímbolos. Su escritura es directa, lacónica, sin ornamentos retóricos, simple. Como él dice, no fue formado y formatado
por la escuela. Acaso por esto, su talento, al conservarse libre de restricciones y coerciones, se expresa límpido con toda su genialidad. Inocente, penetra con su mirada, la del cuerpo, la del espíritu, al otro. Más que actuar un personaje, Gérard Depardieu se transforma en ese otro que encarna íntegro durante las escenas donde lo representa. De ahí, el impacto de su juego de actor. Juego de niño, de inocente, quien cree realidad lo imaginario y transmite al espectador la ilusión más real que lo real. Sabe actuar con absoluta maestría al simple de espíritu, al inocente, porque él es un inocente.
Pantagruélico, su apetito voraz de ogro es célebre. Su obesidad actual también. A propósito de los trágicos eventos donde fue asesinado parte del equipo de Charlie Hebdo, Depardieu, cuya caricatura –donde se le pinta ebrio, lleno de vodka, montado en una moto o caído a causa de un accidente de borracho– ha servido varias veces de portada a esta publicación, escribe que esa imagen es, después de todo, parte suya. Del alcoholismo dice: un alcohólico bebe a escondidas, se avergüenza, mientras él bebe en público, sin vergüenza alguna. Puede beber durante días y mantenerse sobrio semanas enteras. Ser dependiente sólo del alcohol es de una tristeza total. Hay la droga, el culo, el salchichón al ajo, la pierna de puerco, San Agustín
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De sus frecuentaciones, Depardieu señala: Se me ha reprochado mi amistad con Castro, pero Castro al menos ha sabido nutrir a su pueblo, le ha dado hospitales, una instrucción, una cultura. Como sea, es la base mínima de respeto por sí mismo
. O a propósito de su ciudadanía rusa en 2013, se me reprocha frecuentar a Putin, pero me parecería mucho más malsano frecuentar a los Kennedy y a su entorno
.
Con su manera de hablar franca y directa, Gérard Depardieu se expresa sobre su vida, su época. Explica sus reproches a la actual política francesa, motivos de su naturalización rusa, lo cual no le impide venir a Francia… en tanto ciudadano ruso. Reprocha a la prensa la falta de respeto por los muertos, costumbre venida de Estados Unidos, al publicar en primera página fotos de cadáveres.
Escritura sin cortapisas, la de L’Innocent, expone los hechos con una prosa original y de apariencia auténtica. A la manera de alguien que piensa por sí mismo, ¿no era ésta la suprema calidad para Borges?
Evidentemente, Depardieu se guarda bien de cualquier pretensión de escritor, quien sólo busca expresar su cólera contra la mediocridad de la época. Es un hombre que grita. ¿Cómo no pensar en El grito de Munch? Un hombre poseído de quien sale, del fondo del cuerpo y el alma, un aullido.