na de las frases más recordadas de J. M. Keynes se refiere a lo que dijo con respecto a que los hombres prácticos que creen estar exentos de cualquier influencia intelectual usualmente son esclavos de algún economista difunto
. Ciertamente esto le ha ocurrido a él, siendo, a 70 años de su muerte, una influencia mayor en la forma en que se piensa la economía y sus repercusiones políticas.
Robert Skidelsky, uno de los más fieles intérpretes de Keynes, agrega que la frase se ha puesto incluso de cabeza y que los economistas difuntos, y sus teorías son usualmente esclavizados por hombres prácticos que no las comprenden por completo. Esto también es cierto.
Así pues, ambas cosas pueden aplicarse a la enorme influencia que Keynes ha tenido en el pensamiento económico, sobre todo desde que publicó su tratado titulado La teoría general del empleo, el interés y el dinero, en 1936.
Esa obra culminó un amplio trabajo sobre distintos aspectos de la teoría económica. Keynes fue un experto en la política colonial en la India y, sobre todo, en las cuestiones monetarias. Trabajó en el ministerio de Finanzas británico, donde su actividad técnica no previno sus polémicas sobre las decisiones de política, y participó en los principales debates de la época sobre temas del dinero.
Fue parte del equipo que el gobierno envió a las reuniones en Versalles luego de la Primera Guerra Mundial, y donde surgió el famoso tratado que impuso las condiciones para el pago de las reparaciones alemanas. Su desacuerdo con las cargas financieras impuestas a ese país lo planteó en un prominente texto que llamó: Las consecuencias económicas de la paz, y que sigue siendo muy legible luego de casi 100 años.
La teoría general de 1936 era una polémica teórica con los economistas que él llamaba entonces como clásicos (en el caso inglés de su época se trataba de Marshall y Pigou). Estos proponían que las fuerzas que se despliegan en el mercado tienden a llevar a cada mercado y a la economía en su conjunto una situación de equilibrio donde, finalmente, el desempleo era imposible.
En plena era de la Gran Depresión y el colapso de la ocupación y del gasto de consumo y de inversión productiva, Keynes expuso su teoría de la demanda agregada, que exigía una intervención del gobierno, por la vía del gasto, para reponer la dinámica de crecimiento. Hoy este debate está en el centro de la forma en que se ha enfrentado la severa crisis financiera de 2008 y exhibe las discrepancias teóricas y de políticas públicas con respecto al tema de la demanda total y de los instrumentos monetarios y financieros disponibles para administrarla.
Los debates sobre políticas económicas tienden a centrarse en los modos de la intervención pública para evitar las recesiones y, sobre todo, una depresión económica. Keynes no propuso que el papel del gobierno fuese el de gastar todo el tiempo e incurrir en déficit fiscales, y puso en la mesa las cuestiones relativas a la gestión del dinero y del crédito.
Las teorías de Keynes eran, sin duda alguna, controvertidas. Tan es así que ya en 1937 John Hicks publicó un muy influyente artículo: El señor Keynes y los clásicos
, en el que de modo aprensivo acomodaba las nuevas ideas a las viejas concepciones acerca de los equilibrios económicos, haciendo de la Teoría general solo un caso especial del modelo más completo.
La fuerza de las ideas establecidas marcó la influencia propia de Keynes y separó a los economistas académicos en bandos opuestos. Esto puede apreciarse entre otros muchos casos en las polémicas con Hayek y, luego, con las teorías de Milton Friedman.
El pensamiento de Keynes era mucho más amplio en sus fundamentos y sus alcances de lo que se ha vuelto la norma en esta profesión. La historia, la técnica, el trabajo práctico, la capacidad literaria (por ejemplo en sus ensayos biográficos y polémicos con personajes de su tiempo). Este modo de pensar tenía otros antecedentes intelectuales y otras referencias culturales. Keynes fue amigo de Bertrand Russel y de Wittgenstein, rescató a Piero Sraffa de ser apresado por Mussolini. Formó parte del grupo de Bloomsbury, con escritores, poetas y artistas plásticos. Fue especulador en la bolsa de Londres y aprovechó las circunstancias de entreguerra para aumentar la colección de arte del King’s College.
Cuando Keynes falleció (21 de abril de 1946) ya estaba prácticamente en marcha una transformación profunda del modo de pensar, de hacer y de enseñar la economía en las universidades y de definir las políticas públicas.
Paul Samuelson presentó su tesis doctoral en 1947 (Fundamentos del análisis económico), que en efecto marcó un parteaguas en la sistematización de esta disciplina: sus supuestos, sus métodos, la concepción de la economía capitalista desde cada uno de sus mercados hasta su agregación en lo que se llama la macroeconomía. Al año siguiente publicó su muy influyente libro Economía: un análisis introductorio, que ha servido de cimiento para formar muchísimas generaciones de economistas. Ahí asentó la educación mediante manuales que, desde mi punto de vista, ha empobrecido el pensamiento económico y la formación profesional que su práctica requiere por la complejidad.
Esta aproximación al estudio de los procesos económicos, que ha llevado a una concepción chata de la racionalidad de los seres humanos en cuanto a sus decisiones económicas, y también del significado del dinero, el riesgo y la especulación, es la que se ha puesto en entredicho con las crisis ocurridas en lo que va de este siglo.
Keynes es un pensador de referencia central en los debates contemporáneos. Y los asuntos como los que aquí expongo abren un resquicio en las formas que predominan para formar a los economistas, para definir las acciones de los gobiernos y del sector privado y para incorporar en los debates los arreglos institucionales que favorezcan la creación de riqueza y no impongan al desempleo como una forma privilegiada de ajuste.
Luego de 70 años seguiremos debatiendo en torno a las ideas de este difunto economista y de la manera en que se entiende su pensamiento.