l miércoles pasado ocurrió una explosión de grandes dimensiones en la planta de Petroquímica Mexicana de Vinilo, ubicada en Pajaritos, Coatzacoalcos, Veracruz, con un saldo, hasta la noche de ayer, de 24 muertos, 136 heridos y 18 desaparecidos.
El accidente, que provocó la evacuación de la totalidad del complejo petroquímico e incluso de escuelas y otras instalaciones aledañas, tuvo lugar, de acuerdo con testimonios de sobrevivientes, después de repetidas fugas de quínicos, la última a las 10 de la mañana, cinco horas antes del estallido. Uno de esos testimonios hizo referencia a las condiciones básicas
de seguridad en las que venían operando los trabajadores.
En las 24 horas posteriores a la explosión se hizo evidente la falta de preparación en Protección Civil, las carencias de infraestructura hospitalaria y la ausencia de coordinación de las autoridades, las cuales fueron incapaces de brindar atención y respuestas oportunas a los familiares de los operarios, muchos de los cuales se vieron obligados a recorrer hospitales de Coatzacoalcos, Nanchital, Minatitlán y Villahermosa en busca de sus seres queridos. Otros, desesperados por la falta de información, llegaron incluso a forcejear con los militares que resguardan el complejo petroquímico accidentado y atacaron dos camionetas de lujo en las que algunos funcionarios sindicales llegaron a la planta.
El antecedente ineludible de la tragedia es la venta de 54 por ciento del complejo petroquímico de Pajaritos a la empresa Mexichem en julio de 2013, antes incluso de la aprobación de la reforma energética que hizo posible la privatización de todos los segmentos de la industria petrolera del país. Fue la primera incursión de este tipo de capitales privados y hace apenas dos meses, a finales de febrero, Antonio Carrillo, director de esa compañía, se jactó de haber invertido 150 millones de dólares en la planta, la cual, dijo entonces, está en mejores condiciones, opera mejor, la eficiencia creció, le metimos el equipo más moderno del mundo
.
A la luz del accidente del miércoles resulta inevitable preguntarse en qué medida esas palabras correspondían a la realidad y, en términos generales, a cuestionar los manidos argumentos oficiales, esgrimidos a lo largo del proceso de aprobación de la reforma energética, en el sentido de que el capital privado habría de traducirse en una industria petrolera más moderna, segura y eficiente.
Es significativo que hasta ahora Mexichem se haya mantenido, en lo sustancial, ajena al problema, que sea Pemex –el socio minoritario, a fin de cuentas– señalado en la mayoría de las coberturas noticiosas como propietario de la planta y el que haya salido a dar la cara, así sea en forma deficiente, ante los familiares de las víctimas y la población afectada.
El episodio exige dar atención inmediata a los deudos de los fallecidos y a los parientes de los heridos y desaparecidos; la corrección exhaustiva de las fallas de seguridad en ese y otros complejos petroleros y el esclarecimiento claro, ágil y verosímil de las responsabilidades a que haya lugar. Por lo demás, es claro que la tragedia de Pajaritos es sobrado motivo para revisar la idea de que la inversión privada habría de traducirse en una industria petrolera nacional más sólida y capaz.