Recuerdos XXVI
on gran emoción recuerdo aquella visita a Córdoba y debo consignar que la fama de que gozan los cordobeses de hospitalarios y amables, a ley se la han ganado.
Al día siguiente, mis compañeros me llevaron a conocer –y apreciar– la hermosura de la mezquita-catedral y su impactante interior, una magnífica muestra de la conjunción católica-morisca, que me impactó de tal manera que han pasado los años y la sigo recordando en toda su majestuosa grandeza.
Es algo único.
Y, a continuación, Sevilla y su gente.
Toda ella es magnífica y cómo me cautivaron el inmaculado blanco de sus casas, sus espléndidos jardines, sus estrechos vibrantes callejones y aquellos rojísimos claveles, que todo lo adornan con un aroma que embelesa y cautiva, y la belleza, donaire y primor de sus mujeres, que se agigantan en la taurinísima Real Maestranza de Caballería, la plaza esa donde, al parecer, comenzó la más hermosa de las fiestas.
Dios mío, qué es aquello…
¡Y no haber podido volver!
Podrá pensar el lector que estoy exagerando, pero es que en Sevilla todo es exagerado y, sí, todo es exagerado y, en plan de confirmación, lo exagerado de sus aficionados y que en una sola tarde, bien que lo comprobé.
En las cercanías de la plaza, Aurelio, Gabino, Alejandro y yo, en una espléndida fonda, comimos a lo bárbaro y, de nueva cuenta, la exageración, ya que ni el más famoso restaurante u hotel del mundo pueden superar aquello.
Y a caminar rumbo a la Real Maestranza de Caballería y como el entonces ídolo de Sevilla, Curro Romero, había tenido quizá mejor temporada de su vida taurina, por todas partes se escuchaban entusiastas voces: Josú, ojalá y tengamos otra tarde de las suyas
. “Si Curro continúa así, pa’l año entrante le van a tener que pagar con oro”. Y otros: Así como etá, cómo va a pensar en el retiro; vamos, si es el amo
.
Yo, la verdad sea dicha, ni remotamente estaba preparado para la emoción que viví, una vez que nos acomodamos en nuestras estrechas localidades.
Todo me envolvió y más cuando sonaron parches y metales –de forma tan diferente a la nuestra– y créame el amable lector que, sin exageraciones, el llanto me embargó.
Amablemente, Gabino me preguntó qué me parecía todo aquello y no pude contestarle, no podía hablar y cuando pude hacerlo, le dije: Esto es verdaderamente excelso
.
Al partir plaza los matadores, la Real Maestranza de Caballería se cimbró con los gritos y los aplausos de la fanaticada de Curro Romero y pensé que aquello sólo podía compararse cuando, en mi querido México, Carmelo Pérez se asomaba desde el cielo para ver a Silverio torear.
De los alternantes de aquella tarde ni los nombres recuerdo, pues todo lo centraba yo en Curro Romero y en el fervor de la plaza entera que no dejaba de ovacionarlo, lo que me hizo pensar en que el de Camas habría de remontarse a la cumbre.
Y nuevas exageraciones…
Curro Romero, tan exagerado como sus paisanos y sus partidarios, no quiso ni ver a sus adversarios, poco faltó para que se le fueran vivos y la gritería de los aficionados debe haberse escuchado hasta Camas.
Vaya petardos.
Aurelio Pérez se limitaba a mover la cabeza de un lado para otro; cuando Curro decidió retirarse de la plaza se desató la cojiniza y las fuerzas del orden tuvieron que cubrirlo con una especie de escudos, en tanto que las repulsas iban subiendo de tono
.
Y, de pronto, se dejó escuchar un potente grito: A callá que ya etá bien de tanta regularidá
.
Eso sí, me pareció, era ya la cúspide de la exageración.
Y el abogado aquel
también se llevó lo suyo.
Qué tarde aquella.
Los cuatro representantes mexicanos ni la boca abríamos, no fuera que nos lincharan los decepcionados romeristas y cuando nos alejábamos del coso, Gabino, tan ocurrente como de costumbre, le dijo a Aurelio, este sí que resultó ser como tu otro ídolo, Lorenzo Garza. Nada de medias tintas y hay que ver lo que se necesita ser para formar broncas como esta
.
Y razón tuvo.
* * *
El lunes siguiente, cuando caminaba rumbo a la Ciudad de la Imagen, pensaba en todo lo vivido aquel fin de semana: tan intenso, tan variado y tan contrastado y daba yo gracias al cielo por ello.
Sin exageraciones.
Continuará...
(AAB)