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La otra permacultura Igor Ishi Rubio Cisneros Permacultura México A.C. [email protected] La permacultura o agricultura permanente es la fusión de los términos ingleses permanent agriculture para éticas y principios en el diseño de hábitats que regeneren bienes y servicios al hombre; mundialmente es una red y movimiento. La permacultura abarca la producción, el intercambio, la distribución y el consumo de alimentos; el abasto de energía, y el uso ecológico de los recursos naturales para sobrevivir a las crisis del petróleo, ambiental, económica y social. En México se aplicaron los conceptos permaculturales en los años 80’s. Hoy existen experiencias distribuidas en geografías o espacios autónomos; cuya autonomía algunos la ejercen desde hace más de medio siglo soportando procesos depredadores. ¿Acaso las prácticas de la permacultura en México derivan de conceptos extranjeros o del legado indígena en el manejo de los recursos naturales? Por más de 500 años los indígenas de México han sido explotados por el Estado. El México pre-colonial fue obra de ingeniería del paisaje natural y social, con una riqueza cultural por su diseño, altos rendimientos agrícolas, cosecha de agua, recursos renovables y salud. Ese vínculo de comunidad y naturaleza es la cosmogonía de los indígenas, hoy indisoluble. Los pueblos originarios poseen una sabiduría ecológica: la supervivencia en condiciones cambiantes y con estrés. Los saberes socioculturales de los indígenas los utiliza un mercado global de bioprospección, patentes, certificaciones y propiedad intelectual (semillas). Para comprender el origen de la resistencia y defensa de los pueblos hay que ver el cronograma neoliberal desde el Tratado de Libre Comercio de América el Norte (2002) hasta las contrarreformas constitucionales de 2014-2015 para privatizar: energía, mercado agrario, forestal y aguas nacionales. La agricultura indígena en México tiene un legado de campesinos de la primera revolución del siglo XX y tradición de lucha social de más de 200 años. Quince millones de indígenas han sobrevivido al corporativismo con la autogestión de los recursos naturales. Estas comunidades hasta en 16 estados contrarrestan la geografía de la represión y pueden correlacionarse con algún conflicto medioambiental. México lleva al menos tres décadas tejiendo un desarrollo comunitario agroecológico o desarrollo regenerativo–territorial, ecológico, cultural, social, económico y político. La unidad histórica que nace de las prácticas comunes entre entidad sociocultural y territorial es el correlato de la autonomía para aprender cómo sobrevivir en lo individual, familiar y cooperativo. La autonomía se presenta en planos rurales o urbanos, para no depender del agronegocio, supermercados, servicios municipales de agua y electricidad, redes de transporte, comunicación, sistemas de salud e higiene, vivienda, y crédito. El pueblo funda una alternativa pacífica de transición a un mundo viable y rara vez requiere de especialistas para gestionar su territorio. Las ciencias y artes rescatan lo mejor de la humanidad, fusionando tradición y auto-organización social. Las geografías autónomas indígenas y la permacultura son análogas; y difieren del neoliberalismo. Ambas vertientes se basan en valores, principios y gobernanza, sin los cuales sería imposible un diseño práctico efectivo para la comunidad. La cultura agrícola que vive y se nutre permanentemente del mundo natural dio como resultado otra permacultura por los pueblos originarios. Por su aislamiento y exclusión, las comunidades han sabido producir en espacios reducidos con altos rendimientos usando la milpa, el solar y cafetal diversificado, laderas, sistema silvopastoril, abonos o insumos orgánicos, lombricompostas, desechos, manejo del agua, regeneración de ambientes, apicultura, plantas medicinales, reforestaciones, materiales para bioconstrucción y otros. También se mejora la producción orgánica para un mercado emergente. Así los pueblos marginados de la supuesta “revolución verde” lucen su adaptación ante el despojo. El cultivo de roza tumba, quema y con agentes químicos quedó lejos de la actual agroecología. Hay otras iniciativas para energías alternativas, transporte no contaminante, educación ambiental, nutrición, y consumo responsable. Todos los productos cosechados, medicinas y saberes son diversificados en cooperativas. Las redes fomentan el valor del intercambio entre los pueblos, convirtiéndose en promotores de su experiencia. Los precios son bajos porque no hay quien se enriquezca por el encarecimiento de los productos; pues el valor de cambio subordina al valor de uso. La expresión máxima de la permacultura está en las zonas liberales, en donde la tierra es una comunión de sujetos para dotarse de autonomía. Las geografías con la otra permacultura viven una creación heroica sin clases o estratos dominantes, un movilización antisistémica, (r)evolucionaria, y resiliente por su conocimiento holístico. Contribuyen con equidad a la seguridad del territorio humano y las formas de vida orgánicas. Las propuestas con permacultura que no integren saberes locales o experiencias indígenas tendrán una maduración aletargada. Hacia un modelo de Pili Hernández, Piero Bariandiaran y Paco Ayala La Cuadra Provoca Ciudad, AC http://agroecologiautn.blogspot.com/p/la-revolucion-verde.html ¿Es posible aplicar el modelo de la permacultura en las ciudades? Esta pregunta ha sido formulada por muchas personas involucradas en la agroecología desde hace algunos años. La pregunta resulta pertinente porque para algunos permacultores esto era impensable hace algún tiempo. Al parecer los métodos de esta disciplina estaban reservados a las zonas rurales, justo donde tenía que construirse la primera gran trinchera contra la barbarie de la producción de alimentos con base en agroquímicos y toda clase de fertilizantes y herbicidas. La “revolución verde” que se gestó después de la Segunda Guerra Mundial vino a incrementar de manera importante la producción de alimentos; sin embargo, el costo ambiental que hoy en día ha generado está poniendo en grave peligro a la humanidad. De hecho, sabemos que la industria ganadera y la producción agroindustrial de alimentos son la causa principal del calentamiento global, y los alimentos que produce son generadores de múltiples enfermedades que constituyen, al paso del tiempo, la causa primera de muertes a escala mundial. Como respuesta a la industrialización de la producción alimentaria y al uso indiscriminado de sustancias químicas y experimentos transgénicos, surge en la década de los 70’s en Australia el movimiento de permacultura, el cual está basado en las observaciones y conceptualizaciones que Bill Mollison y David Holmgren integraron a lo largo de muchos años de investigación y encuentro con conocimientos ancestrales, herencia de las tradiciones indígenas de todos los continentes y, sin duda alguna, de la coincidencia histórica con los trabajos del agricultor, biólogo y filósofo japonés Masanobu Fukuoka (1913 -2008). Fukoka fue autor de las obras La revolución de una brizna de paja y La senda natural del cultivo, en que presenta sus propuestas para una forma de agricultura que es llamada agricultura natural o Método Fukuoka. Hoy la permacultura es un punto de encuentro en que múltiples organizaciones en todas partes del mundo están trabajando para cambiar el enorme deterioro ambiental que el sistema de producción económico capitalista y el sistema de valores occidentales han impuesto en todo el orbe para beneficio de un mínimo porcentaje de personas y, lo que es más grave, con un costo medioambiental de proporciones catastróficas para la humanidad y para todos los seres vivos en el planeta que cohabitamos. Entender el valor profundo de lo que es la permacultura pasa por comprender primero que toda la vida está sustentada en una red de interconexiones que posibilitan al sistema un equilibrio dinámico que nos ha permitido evolucionar y adaptarnos a los distintos cambios cósmicos que vivimos y han generado las condiciones para que el planeta Tierra pueda albergar vida. Sin embargo, es claro que hoy la mano del hombre y su intención de seguir dominando todo están rompiendo ese equilibrio al no permitir que la naturaleza logre adaptarse de manera dinámica y natural a los cambios que la expoliación y consumo que ejercemos produce. Estamos ante una eminente catástrofe y quienes aún detentan el poder no logran darse cuenta del enorme abismo que tenemos enfrente. Por esta razón es necesario que comencemos a transformar nuestros modelos educativos para que podamos integrar valores enfocados en la sustentabilidad, la resiliencia y el diseño de entornos locales que impulsen una cultura permanente, y que la flor que Holmgren diseñó y bautizó como la Flor de la Permacultura pueda desplegar con toda su fuerza los pétalos de un entendimiento holístico y sistémico. Si hiciéramos una línea del tiempo de la Ciudad de México en los últimos 500 años, podemos observar de manera muy clara cómo la visión occidental comenzó a imponer un modelo basado en la desvinculación de los procesos sistémicos que la cuenca del Valle de México mantenía. Este impacto fue el comienzo de una devastación ecológica que hoy continúa y lo hizo destruyendo de manera muy consciente la base cultural de los pueblos indígenas, al imponer los valores occidentales por encima de cualquier otro conocimiento o creencia que se tuviera. Todas las relaciones políticas, económicas, religiosas y culturales se cambiaron desde raíz con la finalidad de imponer un sistema de dominación que rompió el tejido social y la relación de los pueblos con sus entornos locales. La medicina occidental prohibió el uso de la medicina tradicional; los sistemas de resolución de controversias pasaron a ejercerse con un método punitivo de privación de la libertad; el sistema de propiedad comunal dio paso al sistema de propiedad privada; la destrucción de los ríos y canales que nutrían a la cuenca dio paso a caminos, avenidas y, en nuestros días, hasta segundos pisos. ¿Cómo revertir esta enorme devastación cultural y ambiental que vive la ahora llamada Ciudad de México? Nosotros sostenemos que la permacultura urbana es una solución pues permite reconectar con la naturaleza desde un entendimiento sistémico. El frente de lucha contra la locura transgénica y toda la suerte de productos agroquímicos que devastan la tierra y a sus comunidades se amplió a las ciudades por el simple hecho de que no es posible pensar que el campo, los ríos y océanos que nos abastecen de alimentos y recursos podrán continuar sosteniendo la tasa de consumo que hoy tenemos en cualquier urbe. Debemos generar entornos locales sanos con capacidad de producir parte importante de sus alimentos y de procesar sus desechos orgánicos y reintegrarlos de manera responsable a los suelos cercanos; trabajar en modelos de salud primal, herbolaria y terapias holísticas, creando ambientes donde podamos provocar una habitabilidad responsable con el medio ambiente y que nos posibilite consensuar de manera transversal la toma de decisiones comunitarias, para así, por medio de la gobernanza, activar mecanismos de intercambio solidario y responsable que funcionen de manera sincrónica y radial con nuestros entornos locales y con las personas y organizaciones con las cuales establezcamos un comercio consciente que potencie los avances tecnológicos que ayuden a mejorar no sólo los intercambios entre personas sino también que estén presentes en la solución de los problemas cotidianos a efecto de impulsar una cultura resiliente que haga posible un reencantamiento con Pachamama y la visión sistémica quede de ahí emana. Desde La Cuadra, asociación civil que impulsa proyectos de responsabilidad social y ambiental, entre los cuales destaca Huerto Roma Verde, hemos desarrollado, a partir de la Flor de la Permacultura, un modelo de acción que hemos denominado “Hikuri, Regeneración Socioambiental” el cual tiene los alcances siguientes: Tomamos el símbolo del Hikuri porque creemos firmemente que necesitamos recuperar el valor de lo sagrado y para ello debemos abrir nuestros campos de percepción al entendimiento y comprensión de todo lo que nos rodea para estar verdaderamente presentes en el espacio que habitamos y en el tiempo que vivimos. Uno de los aspectos que más nos interesa es hacer visible la conexión profunda que nace cuando las personas se vinculan con la tierra y comienzan a modificar su relación con ella, pues lo que viven y aprenden en el huerto lo comienzan a llevar a sus hogares y a influir en sus vecinos y amigos más próximos. Hacer permacultura en las ciudades es posible y, además, necesario, de lo contrario transitar hacia ciudades sustentables y resilientes, no será posible.
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