l Monstruo de Buenos Aires
Así lo vio, o lo imaginó, y así lo llamó, el sacerdote francés Louis Feuillée.
Este monstruo fue uno de los espantos que ilustraron el libro de memorias de su viaje por tierras sudamericanas, reinos de Satán
, entre 1707 y 1712.
El poderoso cero
Hace cerca de 2 mil años, el signo del cero fue grabado en las estelas de piedra de Uaxactún y en otros centros ceremoniales de los mayas.
Ellos habían llegado más lejos que los babilonios y los chinos en el desarrollo de esta llave que abrió paso a una nueva era en las ciencias humanas.
Gracias a la cifra cero, los mayas, hijos del tiempo, sabios astrónomos y matemáticos, crearon los calendarios solares más perfectos y fueron los más certeros profetas de los eclipses y otras maravillas de la naturaleza.
La primera flauta
Un cazador se perdió, alguna vez, en alguno de los laberintos de la selva amazónica.
Después de mucho vagar, se dejó caer al pie de un cedro y allí quedó dormido.
Fue despertado por el sol y por una música jamás escuchada.
Entonces, el cazador perdido descubrió que un pájaro carpintero, de cabeza roja, largo cuello y pico poderoso, estaba picoteando una rama.
La música nacía del viento que entraba por los agujeros que el pájaro excavaba.
El cazador aprendió. Imitando al viento y al pájaro, creó la primera flauta americana.
La recién nacida
En el último día de abril del año 2013, Galulú Guagnini nació en Caracas.
El padre, Rodolfo, explicó:
–Ella vino para enseñarnos todo de nuevo.
La lluvia
Entre todas las músicas del mundo y del cielo, entre todas las que escucho desde arriba y desde abajo, yo elijo el concierto para lluvia sola.
Como en misa la oigo, cada vez que se deja sonar en la claraboya de mi casa.
Las nubes
Por las noches, cuando nadie las ve, las nubes bajan al río.
Inclinadas sobre el río, recogen el agua que más tarde lloverán sobre la tierra.
A veces, cuando están en plena tarea, algunas nubes se caen, y el río se las lleva.
Cuando llega la mañana, cualquiera puede ver pasar a las nubes caídas.
Ellas derivan sobre las aguas, lentos barquitos de algodón, mirando al cielo.
El oficio de escribir
De Onetti aprendí, también, el placer de escribir a mano.
A mano trabajo cada página, quién sabe cuántas veces, palabra tras palabra, hasta que paso en limpio, en la computadora, la última versión, que siempre resulta ser la penúltima.
Por qué escribo /3
Para empezar, una confesión: desde que era bebé quise ser jugador de fútbol. Y fui el mejor de los mejores, el número uno, pero sólo en sueños, mientras dormía.
Al despertar, no bien caminaba un par de pasos y pateaba alguna piedrita en la vereda, ya confirmaba que el fútbol no era lo mío. Estaba visto: yo no tenía más remedio que probar algún otro oficio. Intenté varios, sin suerte, hasta que por fin empecé a escribir, a ver si algo salía.
Intenté, y sigo intentando, aprender a volar en la oscuridad, como los murciélagos, en estos tiempos sombríos.
Intenté, y sigo intentando, asumir mi incapacidad de ser neutral y mi incapacidad de ser objetivo, quizás porque me niego a convertirme en objeto, indiferente a las pasiones humanas.
Intenté, y sigo intentando, descubrir a las mujeres y a los hombres animados por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, más allá de las fronteras del tiempo y de los mapas, porque ellos son mis compatriotas y mis contemporáneos, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido.
Intenté, intento, ser tan porfiado como para seguir creyendo, a pesar de todos los pesares, que nosotros, los humanitos, estamos bastante mal hechos, pero no estamos terminados. Y sigo creyendo, también, que el arcoíris humano tiene más colores y más fulgores que el arcoíris celeste, pero estamos ciegos, o más bien enceguecidos, por una larga tradición mutiladora.
Y en definitiva, resumiendo, diría que escribo intentando que seamos más fuertes que el miedo al error o al castigo, a la hora de elegir en el eterno combate entre los indignos y los indignados.
Vivir por curiosidad
La palabra entusiasmo proviene de la antigua Grecia, y significaba: tener a los dioses adentro.
Cuando alguna gitana se me acerca y me atrapa una mano para leer mi destino, yo le pago el doble para que me deje en paz: no conozco mi destino, ni quiero conocerlo.
Vivo, y sobrevivo, por curiosidad.
Así de simple. No sé, ni quiero saber, cuál es el futuro que me espera. Lo mejor de mi futuro es que no lo conozco.
El escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-2015), quien compartió con los lectores de La Jornada la magistral concisión y profundidad de sus Ventanas, como se tituló su colaboración semanal para este periódico, concluyó su último libro un año antes de morir. Acechante, el cronista de los invisibles salió a cazar en esa jungla que habitamos “para mostrarnos –con crudeza, con humor, con ternura–” realidades que no todos logran ver. Así surgió El cazador de historias, que publica Siglo XXI, su editorial de toda la vida. En este libro, quien clamaba por una América Latina Unida para revertir el miedo y la resignación
, obsequia un puñado de bellas y poderosas historias
que ofrecen pistas de su biografía, de su infancia y juventud, de sus primeros viajes por esa región, de las personas que marcaron su vida y su escritura
, así como sus ideas sobre la muerte. Con autorización del sello Siglo XXI, La Jornada ofrece a sus lectores, a manera de adelanto, algunos destellos del arcoíris legado por quien afirmaba: Obedecer a los poderosos, no es nuestro destino
. El libro ya empieza a circular en México