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Nosotros ya no somos los mismos

Sin consenso

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El papa Francisco concluyó este domingo los ritos de la Semana Santa con la bendición Urbi et Orbi (a la ciudad de Roma y al mundo) a todos los fieles y deseándoles una Buena PascuaFoto Ap
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a multitud no logra el consenso. Lectores hay que piden mayor información sobre las condiciones de vida de las mujeres, otros contribuyen haciéndome llegar cifras y experiencias. Me conminan a que si todavía tengo datos duros en el buche pues, que desembuche. Unos me han pedido mi opinión sobre don Francisco y las expectativas no satisfechas que su visita dejó dentro de amplios sectores de la feligresía nacional. Otros reclaman un punto de vista sobre el conflicto que ha resurgido en torno a la legítima posesión del auditorio Justo Sierra/ Che Guevara.

Agregaré algunos escalofriantes datos sobre la situación femenina que son ignorados o poco tomados en cuenta. Las informaciones que no quepan en esta entrega o vayan surgiendo día con día, aparecerán como párrafos en columnetas posteriores. Lo fundamental me dicen, es que pongamos nuestro grano de arena o, mejor, bloque de granito o de cemento armado, contra la impunidad que enseñorea la vida cotidiana de la mitad de nuestra población. Vaya un ejemplo: el pasado 22 de marzo, la Redacción de esta diario publica: la noche del domingo (día 20) fue acribillada en Zacatecas, una mujer identificada como Yazmín Delgado. La víctima tenía 30 semanas de embarazo. ¿Es válido ignorar una infamia así nada más para evitar ser calificado de monotemático?

La segunda propuesta, es la de hablar sobre don Francisco. No me resulta nada fácil: él, lo he expresado anteriormente, me despierta simpatía, ternurita. Sus opiniones, totalmente normales en un jesuita, como los de la Ibero, en un Papa resultan epatantes. Había comenzado un texto que abandoné por dificultoso, titulado: “Es cierto: al olmo no se le pueden pedir peras… pero tampoco papas”. En él procuraba una explicación de elemental sentido común, sobre la conducta ondulante de su Santidad. Lo intentaré de nueva cuenta y, si se logra, lo presentaré a ustedes.

El pasado martes 22 apareció en este diario la colaboración de Javier Flores, uno de los columnistas con quien cumplo un encuentro puntual cada semana. Lo leo, lo comento y frecuentemente lo recorto y lo ficho (en el mejor sentido de la expresión). Su texto me produjo sentimientos encontrados. Por una parte, conforme iba leyendo, me satisfacía plenamente la coincidencia con sus opiniones. Aunque no puedo dejar de aclarar, en su beneficio, que ante su manera totalmente ponderada y propia, de expresarlas, las mías resultan verdaderos exabruptos. Voy a sobreponerme y muy pronto echaré al respecto mi cuarto a copas. Ya entiendo que la expresión castellana que se remonta al siglo XVIII, hacía referencia a otro palo de la baraja: echar un cuarto a espadas. Pero a mí no me gustan las espadas (menos los espadones) y si me encantan, de manera ecuménica, las copas.

De los tres agravios a mujeres que anuncié el pasado lunes 21 del presente y que según yo parecían producidos por los británicos integrantes del grupo Monty Python, relaté el de Esperanza Reyes Aguillón, imprudente mamá a la que se le ocurrió pagar la libreta escolar de su hija con un billete de 100 pesos que, la perspicaz dependienta del estanquillo de la esquina, detectó como falso. Gracias a un curso por Internet había aprendido que era suficiente con sumergir billetes en un recipiente con agua y un buen desengrasante hasta hacer desaparecer la tinta, luego secarlos con su pistola para el cabello (que afortunadamente le acababa de devolver Conchita, la de la accesoria 5-B), y a continuación imprimirlas con las imágenes escaneadas de otros billetes de mayor denominación. Para las autoridades, explicaciones de tan riguroso nivel científico y tecnológico fueron bastantes para condenar a doña Esperanza a seis años de prisión en el penal de Tepic, Nayarit, de donde para aprovechar que el vuelo a las Islas Marías no estaba sobrevendido, le otorgaron un viaje redondo, sin más restricción que el regreso tendría que ser seis años más tarde. (Eso sí, con goce de millas).

Pero este pastel feminista no tiene una sino varias cerezas. Viene una más: Gracias a la acuciosidad de la Policía Federal fue capturado y condenado un temible grupo de la delincuencia organizada, capitaneado por la indígena ñañú Margarita Hernández, originaria de Tecozautla, Hidalgo. Resulta que la pérfida ñañú, según denunció don Óscar Corro López, prominente industrial queretano, lo hizo víctima de un fraude que alcanzó la cantidad de 486 millones de pesos que, aún devaluados, son suficientes para una vida sin privaciones. Resulta que don Óscar, que alternaba su rol de encomendero con el trabajo de maquila, encomendó la confección de ropa a una cooperativa indígena del pueblo de Margarita. (Aquí se me ocurre una pregunta: ¿qué lazo de familia unirá a la esclavitud, la encomienda, la maquila y el outsoursing?) Poco después, el señor Corro López, arquetipo del buen patrón, ya era asesor de la cooperativa e invitó a sus integrantes a transitar al primer mundo (saltándose como cinco intermedios). ¡Vamos, ñañus a insertarnos en la globalización! Aprovechemos las innúmeras ventajas que nos conceden los tratados de libre comercio que hemos firmado con nuestros pares los que, además de equitativos son tan generosos. Como Margarita no tenía firma, pero sí huella digital, falsificó una X (¡vaya dificultad!) y le estampó dulcemente su dedito, con el tizne del fogón. Con esos documentos consiguió créditos, realizó compras y abrió las puertas de las aduanas a las materias primas que tenían ser usadas en los productos legalmente aprobados, mismos que deberían ser reintegrados al país de origen. Esta es la función de un organismo estatal, dependiente de la Secretaría de Economía que, desgraciadamente, en esta ocasión fue ligeramente obsecuente y permisivo. Todos los insumos de esos 500 millones de pesos, fueron desviados por el socio Corro López a otros ilícitos negocios, de cuya existencia tuvo conocimiento Margarita cuando, acusada de fraude, fue aprehendida por la Policía Federal. Tres años duró en prisión mientras desaforadamente se intentaba lo imposible: mostrar una sola prueba de que la ñañú, era una experta cabildera capaz de mover la maquinaria burocrática en su favor. Margarita pagó, con tan sólo tres años, su incapacidad para demostrar su inocencia. Óscar Corro López jamás ha sido capturado. Se maneja, dentro del proceso, un acta de defunción no autentificada. Hay sospechas de que don Óscar no está morido, sino que son las autoridades las que se están haciendo las muertas.

A los siempre productivos 102 años de vida, murió Juan José Calleja, cuadro esencial de la CTM, durante su origen, esplendor y decadencia. A la organización obrera sirvió lealmente, y ésta le correspondió con creces: fue asesor permanente del Comité Nacional, cuatro veces diputado; ministro de SCJN y 22 años secretario del IMSS. Profesionista muy reconocido en su especialidad: el derecho laboral, sus conocimientos siempre sirvieron a los trabajadores y no se conoce un solo dato que ponga en duda su conducta como juzgador probo. No oculto un vínculo personal: en un juicio que entablé contra la señora Margarita López Portillo y la Secretaría de Gobernación, pese a las presiones evidentes del altísimo (con minúscula, porque el altísimo sólo llegaba a Gobernación), el voto del ministro Calleja fue un voto de conciencia. El tema de haber llevado a tribunales a la hermana entrañable del Presidente, merece una crónica aparte, en ella me extenderé sobre don Moisés Calleja.

En una imposible imitación del regodeo que don Fernando del Paso hizo del género policiaco, con su divertidísima novela Linda 67, les adelanto, como él lo hizo, el final: después de 10 años de litigio, en el que participaron el doble de ministros de los requeridos, el ganón fui yo. Lo verdaderamente importante es: ¿Y cómo carajos sucedió?

No me lo explico, pero llevo 24 horas tratando de recordar en dónde, cuándo y por qué conocí a Fernando Solana y no lo consigo. A cambio, sin embargo, tengo bien presente que después de tratarlo, fue él mi personalísimo candidato a la Presidencia de la República, cuando menos en dos ocasiones (razón más que suficiente para que no lo hubiera logrado nunca).

Fernando es uno de los pocos mexicanos de hoy a quien me atrevo a equiparar con los ilustres varones del siglo XIX: inteligencia superior, cultura enciclopédica, sensibilidad renacentista. Demócrata y libertario, defensor acérrimo de la laicidad y la secularización de la sociedad. Honorable y digno hombre de Estado. Universitario y mexicano de excepción.

Su hermano Luis Javier, a quien mando un cariñoso abrazo, es el mejor testigo de que escribo lo que pienso.

Twitter: @ortiztejeda